A veces un personaje cuenta cosas terribles a un desconocido y áun así, el diálogo resulta verosímil y creíble. A veces en la vida -y los mejores guiones son espejos de mentira de la verdad de la vida-es más fácil contar secretos a un desconocido que a un ser querido porque sabemos que a ese desconocido no lo vamos a ver más, porque necesitamos deashogarnos emocionalmente y creemos atisbar en ese desconocido un destello de empatía y comprensión, o solo porque como decía Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo: «siempre he confiado en la bondad de los desconocidos.»
A Don Draper, el protagonistas de la serie Mad Men, le resulta más fácil contarle cosas a desconocidas que a su su mujer Betty, o confiarle secretos de niñez a una amante, Rachel Menken, con quien tiene una auténtica conexión. Don es un hombre enigmático, que ha adoptado una nueva identidad para enterrar su pasado, niñez y familia, para huir de sus demonios personales y empezar desde cero, con un nombre más lustroso y prometedor: Don Draper.
En Fleabag, la proganista prefiere desnudarse y revelar sus remordimientos a causa de la muerte de su mejor amiga a un cliente de su cafetería que es gerente de un banco. Sin embargo no le abre su corazón a su hermana o a su padre, quizás porque si un desconocido te juzga te importa menos que si te juzga alguien a quien quieres.
Otro ejemplo es After Life, una serie transida de malancolía y humor negro. Rick Gervais abre su alma a una desconocida que se encuentra en la misma situación que él: viuda y visitando de su cónyuge en el cementerio. Ahí le confiesa su depre y cuánto echa de menos a su mujer muerta.
Porque todos necesitamos la bondad de los desconocidos como Blanche Dubois.
Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro «Cómo crear una serie de televisión» (Ediciones T&B) y «El verdadero tercer hombre» (Ediciones del Viento) «Los crímenes de Atapuerca» (Caligrama)
Periodista de RTVE.