Todas las familias infelices de los cuentos de John Cheever se parecen. Viven en urbanizaciones y están rodeadas de todo lo material que necesitan y más. Les sobra el dinero, pertenecen a la clase media-alta que ha ‘triunfado’ en la vida con trabajos convencionales que odian pero les dan dinero, cogen el tren o en coche para ir a la ciudad a trabajar, tienen hijos adolescentes frustrados y rebeldes, introvertidos y hoscos, que tienen súper calados a sus padres, que son infieles o quieren serlo o están a punto de serlo, tanto el marido como la esposa, tienen una depresión latente escondida bajo una sonrisa a la hora del aperitivo, hacen barbacoas, juegan al tenis y nadan en sus piscinas, son guapos pero son profundamente desdichados. Sufren.

La película “La tormenta de hielo” parece sacada de un cuento de John Cheever, el escritor americano que glosó la infelicidad de las familias que viven en urbanizaciones. En sus chalets con piscina, y jardín, los Hood son profundamente desdichados, no se comunican entre sí, el padre, Kevin Kline es infiel a su mujer, Joan Allen, con la vecina, Sigourny Weaver, pero miente. Es incapaz de relacionarse con sus hijos, Christina Ricci y Tobey Macguire. Está depre, odia su trabajo en una firma bancaria, bebe demasiado. Ha dejado de ser aquel que fue en su juventud, ha perdido de vista en el horizonte sus sueños juveniles, la mejor versión de sí mismo. Puro Cheever, con whisky y mucho hielo.

Y sin embargo ¿qué les falta en la vida? Todo y nada. Tienen dinero, una casa, viven en una bonita urbanización, tienen un buen trabajo, una mujer estupenda, hijos, comodidad. Pero les falta todo, les falta la alegría. Les falta la vida. Les falta sentir calor porque todos los personajes están congelados en mayor o menor medida. Es la infelicidad de la urbanización.
Familias que viven en la zona negativa de la vida, en el lugar donde ni las cosas ni las familias funcionan, adolescentes perdidos, padres frustrados, matrimonios fracasados en la acomodada urbanización.
-¿Quieres quemar el bosque?-grita a su hijo Sigourny Weaver quien interpreta a una madre de hielo-¿No te das cuenta de que te comportas como un esquizofrénico?
Cuando Kevin Kline recoge a su hijo Tobey Macguire que viene de Nueva York donde estudia en la Universidad para pasar unos días de Acción de Gracias mantienen la siguiente conversación en el coche:
-Padre: ¿Que tal van las cosas?
-Hijo: Bien
-Padre: ¿Las clases?
-Hijo: Bien.
-Padre: ¿Las notas?
-Hijo: Perfectas.
¿Os suena? No hay verdadera comunicación entre padre e hijo, solo un interrogatorio ritual sin ninguna vida ni calidez.
Luego Kevin Kline se mete en un jardían al hablarle a su hijo sobre el peligro de los excesos de la masturbación.
-Padre: Si hay algo que te preocupe, pregúntamelo.
-Hijo: Papá, tengo 16 años.
Segundo asalto. Kevin Kline se queda súper incómodo y le pide a su hijo que olvide todo lo que han hablado.
Otro momento de hielo en la comunicación es cuando Christina Ricci bendice la mesa durante la comida de Acción de Gracias que consta del consabido pavo con salsa de arándanos.
-Christina: Gracias Dios mío por todas nuestras posesiones materiales, por hacer que los blancos nos quedáramos con este país, y matáramos a los indios. Gracias Dios mío porque tanta gente en el Tercer Mundo no tenga qué comer.
-Padre: ¡Basta ya!

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Las familias infelices de John Cheever.
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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.