Me quedé en shock tras ver Otra ronda. Un shock de pura alegría, volatilidad, ligereza, reflexión y ensoñación. Y con ganas de beberme una copa, claro. Quizás sea la película con el giro más original que haya visto en mucho tiempo. Thomas Vinterberg ha hecho un pleno al quince.

Martin somos nosotros, desconectados de nosotros mismos, alejados de nuestra verdadera identidad, aplanados por la rutina tanto en la familia como en el trabajo. Sin embargo a Martin no le pasa ningún drama, no hay ningún suceso exterior que justifique su depresión. Tiene un trabajo, una mujer maja, y dos hijos adolescentes que van a su bola como todos los adolescentes.
Pero Martin no puede con su vida. Está agotado, desmotivado, depre. Durante las clases de Historia que da en el instituto pierde el hilo y no sabe qué está explicando, ha perdido su concentración. Lo que le ha pasado es el tiempo, su devastador efecto sobre los series humanos. El tiempo pule las ilusiones, el tiempo lamina los sueños de juventud, el tiempo desgasta nuestra identidad, el tiempo mata nuestra ilusión.
Por la noche, en casa, Martin, abatido, le pregunta a su mujer:
-¿Crees que soy aburrido?
Su mujer se lo piensa y por fin contesta:
-Lo único que sé es que no eres el mismo Martin que antes.

La presentación del personaje es perfecta. En el camino de la vida, Martin se ha perdido a sí mismo. Le ha venido a visitar lo que los monjes llaman el diablo meridiano o el diablo del mediodía, es la voz que se mete en la cabeza a la altura de los cuarenta, cuarentaycinco o cincuenta y te dice: ¿eso es todo? ¿No hay más en la vida? Cada día es repetición, tedio, y rutina. Y así un día tras otro. Hay que vivir las horas. Lo más difícil de la vida es ocupar las horas.
Un giro muy original
Atención spoiler.
Entonces llega uno de los más originales de la historia del cine. Durante una fiesta de cumpleaños de un amigo, Martin no bebe porque tiene que conducir. Los amigos preguntan: ¿dónde está el Martin de antes? ¿Qué le ha pasado? Antes Martin era la alegría de la huerta, pero ahora se arrastra por este erial desolado de mundo como un fantasma desconectado de su propio ser.
Entonces el amigo cumpleañero, que está casado con una mujer rica y se ha puesto arriba invitando a sus amigos (menos al pobre Martin) a los mejores champagnes y vinos y rondas de vodka con caviar, explica una teoría que mantenía un filósofo danés del siglo XIX:
Resulta que cuando nacemos, venimos al mundo con un déficit de alcohol de 0,5. Necesitamos tomar ese 0,5 de alcohol para equilibrarnos, remontar nuestro estado de ánimo hasta un nivel óptimo, y ser quienes somos, para encontrarnos a gusto en este mundo cruel.
¿Y cuánto es 0’05 de alcohol? Dos copas de vino. Mi amiga Maika y yo lo hemos buscado en Google. Ni más ni menos. Pero tras este giro de guion, creativo como pocos, se esconde la alegría y la plenitud. Por supuesto la teoría del filósofo danés será llevado hasta un punto crítico porque sino no habría película, ni conflicto, ni, en definitiva, historia.

Los guionistas, Tobias Lindholm y Thomas Vinterberg, hablan de lo que el paso del tiempo hace a los seres humanos, escriben sobre seres perdidos en el bosque de la vida, sobre la melancolía madura que nos aqueja a aquellos que un día soñamos, y nos sumergimos hasta el fondo en la increíble libertad de soñar.

Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.