
El domingo, hablo por teléfono con mi madre, quien está en Málaga. Me dice que se está volviendo a ver la serie “Mad Men” desde el principio, que es increíble, que no hay ninguna otra serie como “Mad Men”, tan compleja, tan única, tan literaria. Le digo a mamá que las tramas que cuenta “Mad Men”, con su confusión, su imperfección humana y su oscuridad me recuerdan una novela existencialista, a los relatos de John Cheever, con sus urbanizaciones de clase media-alta donde a los hombres les carcome su vacío interior, y a las mujeres, su frustración y aburrimiento. Es un serie muy original, que no se parece a ninguna otra porque es única en su especie. Los placeres infinitos de Mad Men.

Abrirse las venas en el guion
Mathew Weiner había trabajado en el equipo de guionistas que escribía “Los Soprano”. Su pasaporte para entrar en la sala de escritura a las órdenes del caótico y genial David Chase fue, precisamente, el guion del piloto de “Mad Men”. A David Chase le gustó. Chase pedía a sus guionistas que se abriesen las venas, literalmente, en la sala de escritura de “Los Soprano”, rescatando los momentos más oscuros de su pasado, sus abismos de vergüenza, sus calvarios de culpa y mala conciencia para plasmarlo en las vivencias de Tony, Carmela, y compañía en la serie sobre una familia mafiosa de Nueva Yersey. Así lo había hecho el propio Chase, al crear el personaje de Livia, la madre de Anthony Soprano, quien está basada en su propia madre, y muchas de las conversaciones que tiene Tony con su terapeuta, la doctora Melfi, acerca de la falta de amor y apoyo de la madre de Tony son reales, propias de la vida del propio Chase.
El guion de “Mad Men” está lleno de subtexto. Las traman emanan de la lucha de los personajes por llenar, sin éxito, su vacío interior.
Mi sombra sale a pasear
Pero yo tengo una razón más poderosa y oscura para ver “Mad Men” por tercera vez y pincharme éxtasis en vena: la experiencia del placer vicario. En una época de mi vida en la que no bebo, no fumo, me porto bien en la oficina, quiero disfrutar, contemplando a Don beberse sus Tom Collins mientras se fuma un Lucky Strike, a Peggy tomándose un whisky y fumando marihuana y diciendo esa frase mítica: “Soy Peggy Olson y fumo marihuana”, a Pete, siendo infiel a su mujer, a Roger bebiendo demasiados Dry Martini y comiéndose una fuente de ostras, a Joan, disfrutando de los placeres de cuerpo, del acordeón, del alcohol, y de los trajes ceñidos.
Vivo mi vida en hoteles de cinco estrellas, trabajos oficinas cool, y ando por una ciudad, que es el decorado de una película: Nueva York, Mad Avenue, elegancia sofisticada a raudales en “Mad Men·, una serie donde se practican todos los vicios privados, todos los placeres culpables que pertenecen a mi pasado pero no a mi presente.

Nuestra sombra sale de paseo y se solaza en camas ajenas, cocktails Old Fashion, paquetes de cigarrillos, e infidelidades a troche y moche, perversidades laborales descontroladas, y presentaciones de anuncios donde el talento de Don Draper se quita la correa que lo sujeta.
Es un placer ser Don Draper, con toda su libertad masculina y su apetito insaciable de placeres mundanos.
Viendo “Mad Men” nos portamos mal, sacamos a relucir nuestro lado sombrío lleno de secretos inconfesables, de fantasías lujuriosas, sin ninguna consecuencia en nuestra vida real. Es como un deseo de trasgresión y aliento salvaje expiado en la ficción, que nos deja con un regusto agridulce en el velo del paladar.

“Mad Men”: una escapada a la evasión del disfrute de la nicotina y el alcohol y el erotismo.
Puedes ver “Mad Men” en Amazon Prime Video.
Los placeres infinitos de Mad Men.
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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.
2 respuestas a “El placer vicario en Mad Men”
[…] de los años 50 y botellas de whisky y ginebra, regalos, un desperdicio, porque Weiner apenas bebe. Don Draper fue su vía de escape para toda la insatisfacción que sentía en la […]
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