
CAPÍTULO 1
A principios de los años ochenta en mi casa ocurrió un acontecimiento que cambió nuestras vidas para siempre: mi padre -que era profesor de inglés en la Universidad Complutense- conoció al escritor Graham Greene y se hicieron amigos. Juntos, en compañía de un cura que se llamaba el padre Leopoldo Durán, Poldo, que escribió años más tarde una biografía sobre Greene, Greene: amigo y hermano, durante diez veranos seguidos viajaron por España y Portugal en el Seat 1430 azul que conducía mi padre. Esta es la novela sobre el amigo español de Greene.
A mi madre le fastidiaba que mi padre desapareciera todo el mes de julio con Greene aunque lo toleraba con bastante paciencia porque Papá disfrutaba mucho. Él conducía el ‘azulete’, así llamábamos a nuestro coche, Greene iba a su lado de copiloto porque se mareaba si se sentaba detrás, envueltos en el turbio olor a gasolina que emanaba el Seat. El padre Durán se sentaba atrás, amurallado entre cajas de Marqués de Murrieta, el vino favorito de Graham Greene. El asiento trasero estaba hundido por la cantidad de botellas que tenía que soportar cada verano.
A Greene le gustaba parar en la orilla verde de los ríos, improvisar un picnic con jamón de york, queso, tarta de manzana y galletas Artiach (nunca comía pan), colocar dos hojas de papel de periódico como mantel sobre la hierba, poner unas botellas de vino dentro del agua fresca de la corriente, beber, comer y conversar a placer fuera de su rutina como escritor maniaco depresivo y famoso en todo el mundo. Porque el autor de El americano tranquilo era cualquier cosa menos tranquilo. No, Greene era un culo inquieto que no podía pasar más de dos días seguidos en un mismo sitio, amigo de sus amigos y enemigo de los enemigos de sus amigos, irónico, bebedor, viajero, mujeriego, gran contador de anécdotas y bipolar. Viajaba como terapia en vez de ir al psicólogo y tomarse antidepresivos para librarse de la bestia negra: la depresión, la pájara, el dementor, el pozo, las hienas, los perros oscuros que te muerden en la madrugada, el peor infierno en vida que puede sufrir un ser humano hasta tal punto que a veces prefiere elegir la muerte a sentirse así ni un solo segundo más. Mi padre lo sabía bien porque ya se había intentado suicidar dos veces antes de los treinta y cinco años. Aunque hasta que cumplió 49 años, tras tomarse 66 orfidales y llegar a los umbrales de la muerte, los psiquiatras no le diagnosticaron su trastorno bipolar. Greene también conocía la depresión porque tuvo un intento de suicidio a los diecisiete años mientras jugaba a la ruleta rusa, borracho, despechado tras enamorarse de la institutriz de su hermana y que ésta le diera calabazas.

Greene y mi padre siempre estuvieron sujetos a la montaña rusa de los brutales cambios de humor. Quizás por esa razón se llevaron siempre tan bien.

Comparto contigo el primer capítulo de mi novela “El verdadero tercer hombre”. Si te ha gustado te agradezco que compartas el post. Me ayudas mucho.
La novela sobre el amigo español de Greene.

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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.