Ilustra la novela Los crimenes de Atapuerca.El crimen más mediático de Atapuerca

Sinopsis

El crimen más mediático de Atapuerca. A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 37

Los resultados de la investigación del asesinato de Miriam Sinaloa tenían tan frustrada a la inspectora Baeza que sentía ganas de pegarse un tiro. La autopsia reveló que había restos de actividad sexual reciente en Miriam. La forense hizo un frotis vaginal y descubrió semen en la vagina de la víctima. Pero no tenían con quién cotejarlo. Más allá de eso, nada. Ninguna pista. Ninguna evidencia. Ningún sospechoso.

Ahora Luisa Baeza siente la angustia sedimentarse en su pecho mientras desciende por la escalera colgante que recorre la pared del tubo del calcetín de la Sima de los Huesos. Cuando llega a la base, se fija en el polvo gris que recubre las tablas de madera a medio palmo sobre el sedimento del suelo. Dentro dos técnicos de criminalística recogen con sus escobillas más huellas dactilares. Parecen astronautas dentro de un cráter lunar ataviados con sus monos, sus gorros, sus mascarillas quirúrgicas y sus patucos blancos. Solo pueden estar dentro durante una hora. Trascurrido ese tiempo, los técnicos y Luisa tienen que emerger a la superficie porque se acaba el oxígeno.

Los preneandertales no llegaron aquí vivos. Murieron fuera. El grupo, en vez de abandonar los cadáveres a la intemperie y que fueran pasto de los carroñeros, se apiadó de ellos y los arrojaron a la Sima.

El olor a cuerpos en descomposición atrajo el ansia de los carnívoros que se precipitaron al pozo.

Luisa se concentra en un técnico que extrae una bolsa negra de su maletín y con las manos cubiertas de látex introduce una maza dentro de una bolsa negra. Luego le pone una etiqueta y escribe la identificación, lugar y fecha. El laboratorio analizará si hay restos humanos en la maza.

De repente, Luisa siente tal ansiedad por estar allí encerrada que decide salir a la superficie de Cueva Mayor. A las doce ha quedado con Jesús Sinaloa para hacerle unas preguntas.

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Rodeado de estalagmitas y estalactitas, Jesús la espera a la salida de la Sima. Entró en Cueva Mayor por Portalón, dónde hay pintados grafitis de la Edad Media. En el interior de la cavidad se estratifican diferentes niveles arqueológicos. Las tranchas de arriba son ocupaciones medievales y romanas. Los niveles del interior, que están dentro de una gran poza vacía, se remontan al Neolítico. Dentro está Antonio López, que trabaja con un buril y un destornillador en el sedimento. Ataviado con un mono color rojo Ferrari y el casco blanco parece un tosco astronauta de la Unión Soviética. Luisa descubre a Sebastián envuelto en la fresca y delicada penumbra que hay dentro de Cueva Mayor. Irradia encanto. La tensión que desgarra a Luisa se evapora. De repente, siente una vibración sostenida en su pecho. Amor. Qué bendita sensación es el enamoramiento. Aunque no lleve a nada o la relación fracase, solo sentirse así ya vale la pena.

El ambiente está cuajado de una tensión frágil, a punto de quebrarse. Luisa tiene una sensación de expectativa como si la vida estuviera abierta y todo pudiera pasar. En un segundo, la atmósfera que gravita en Cueva Mayor ha perdido su neutralidad y su calma. A Luisa le asombra lo que ve: los grupos halógenos que emanan un resplandor violeta que perforan la oscuridad, el racimo de diez personas que investigan dentro de la poza: arqueólogos, biólogos, arqueobotánicos, paleontólogos, geólogos, restauradores, incluso un médico. Buriles, martillos, escobillas, rasquetas, carretillas, destornilladores, paletines, pinceles, instrumental de dentista, escáneres, estaciones totales, ordenadores, PDA. Picar, rascar, limpiar, registrar la ubicación exacta del fósil. A Luisa le asombra todo. Le interesa todo. Bebe con los ojos y los oídos. Siente un increíble alivio al olvidarse de sí misma, de su madre, fuente inagotable de problemas, que vuelve a estar deprimida, y Luisa teme abrir un día su piso y encontrársela muerta. Suicidio al tragarse mamá cien lorazepames. El aburrimiento de saber que su madre es una montaña emocional previsible, un bucle repetido de emociones extremas que Luisa se conoce desde niña. Solo quiere huir. Solo quiere dejar de sentirse culpable. La maldición de la repetición familiar. Y sin embargo no podía distanciarse del todo de mamá. Luisa había ido a una psicóloga que le había dicho: «Trate a su madre con empatía, pero con distancia». Pero, claro, eso lo podías hacer con una paciente. Pero no con una madre. A pesar de que odiaba a su madre, no podía cortar del todo con ella. Luisa se quita el casco con la luz frontal y le da la mano a Sinaloa cuando termina de subir por el pardo terraplén que desemboca en el suelo resbaladizo de Cueva Mayor.

—¿Cuánto va a estar la sima cerrada? —pregunta Jesús.

—No lo sé. El tiempo que haga falta.

—No era eso lo que quería decir.

—¿Me permite hacerle unas preguntas?

—Claro.

El aire estaba enrarecido y olía a moho. Hacía frío y humedad.

—¿Cuándo termina el turno de trabajo en la sima?

—A las dos.

—¿Ha oído alguna vez algún rumor sobre la víctima?, ¿algo sospechoso?

—No.

—¿Y la víctima tenía relación con alguien del equipo de Atapuerca?

—No lo sé. Me extrañaría. Era una niña.

—Dieciséis años.

—Bueno, ya me entiende.

—¿Vio a alguien que le llamara la atención el día del asesinato de Miriam?

—No.

—¿Tiene usted enemigos?

—Los enemigos típicos que se pueden tener en la universidad cuando se tiene mucho éxito. —Sinaloa sonríe mucho para imprimir una nota de ironía a su frase y no parecer arrogante. Pero no logra el efecto deseado.

—¿Alguien sabía que su sobrina era alguien importante para usted?

—Cualquiera que me conozca un poco —respondió Jesús, conmovido.

Jesús Sinaloa da vueltas nerviosas dentro de Cueva Mayor. Luisa le sigue mirando la superficie irregular de pequeños terraplenes y hendiduras. No quiere romperse la crisma. Un gran foco proyectado hacia el techo ilumina la cueva. Un resplandor misterioso los baña a ambos con una luz violeta y fluvial.

—¿Sabía si Miriam tenía algún enemigo?

—No. Mi sobrina era un ángel. Era imposible llevarse mal con ella ni queriendo.

—¿Vio a Miriam con alguien después de la comida?

—Sí, y me extrañó, la verdad. Vi a mi sobrina con Max Rey hablando frente a la entrada de Portalón.

Hijo de Nuria Verde escritora.El crimen más mediático de Atapuerca

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