Ilustra la novela Los crimenes de atapuerca. El estremecedor misterio de Atapuerca

Sinopsis

A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos. El estremecedor misterio de Atapuerca.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre. El estremecedor misterio de Atapuerca.

Capítulo 43

En comisaría, Max espera dentro del calabozo. Luisa entra y le tiende una bolsa.

—Mete tu ropa y tus zapatos aquí.

Max se empieza a desnudar en su celda. Luisa se da la vuelta.

—¿Me vas a arrancar las uñas?

—No seas ridículo.

A primera hora de la tarde, después de comer un sándwich de jamón y queso y beber una botella de agua mineral, Luisa y Aduriz interrogan a Max.

Aduriz coloca la cámara Sony HXR-NX5 en marcha dentro de la sala de interrogatorios. Enfoca y compone el plano que enmarca al detenido. Le da al botón de grabar. Un piloto rojo se enciende.

—¿Tenías una relación con Miriam?

—No.

—Max, hemos encontrado tu semen en el cadáver de la víctima.

—Yo no me acosté con ella.

—¿No?

—¿Y cómo ha acabado tu semen en la chica? —pregunta Luisa con tono calmado.

—No lo sé —contesta Max, serio.

—¿No lo sabes?

—Deja de mentir —ataja Aduriz.

—No miento.

—Sí, sí mientes. Las pruebas biológicas dicen lo contrario de lo que estás diciendo.

—Escucha, Max, una confesión te favorece de cara al juicio. Y las pruebas son abrumadoras. Está tu semen en el cadáver de la víctima, Jesús Sinaloa fue testigo de que tú fuiste la última persona en hablar con Miriam, has pujado por la virginidad de la chica en Internet.

—¿Qué? —Max se sorprende—. ¡No sé de lo que me estás hablando!

—Vamos, Max, hay pruebas. Tú eres un científico, sabes que delante de un jurado no hay salida, no con estas pruebas. Di la verdad.

—Ni idea de lo de la puja en Internet. No sé de qué me estáis hablando. Es una trampa. Van a por mí, ¿no te das cuenta? —dice Max.

—¿Quién?

—Sinaloa.

—¿Y también es una trampa que hubiera restos de tu semen en la víctima?

—Estaba enamorado de ella, pero no me acosté con ella. ¡Tenía dieciséis años!

—Eso nunca ha sido un impedimento para ti.

Luisa y Max se miran. Saltan chispas entre ellos.

—Ahora es el rencor que habla. No soy el monstruo que crees, inspectora Baeza.

—Escucha. Fue un accidente. La chica se lo iba a contar a Jesús. A su madre. Y te pusiste nervioso.

—Yo no lo hice, Luisa.

—Las pruebas dicen lo contrario.

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—¿Qué pruebas?

—Tu semen, tu sangre.

—No es verdad. Soy inocente. Te han manipulado, Luisa.

—¿Y la sangre que hay en tu baño y en las paredes?

—Desde que pasé el cáncer y pasé la quimio sufro sangrados. Por la nariz, por el ano.

—Di la verdad y todo será más fácil.

Unos técnicos de la Policía Científica están analizando los restos de sangre que han encontrado en el baño de Max.

—Te estoy diciendo la verdad.

—¿Por qué no quieres colaborar con nosotros? —pregunta Aduriz.

—Si él me pregunta, me acojo a mi derecho a no declarar, Luisa —dice Max Rey, señalando con el mentón a Aduriz con un tono de frío desdén, de sorprendido regocijo.

El subinspector mira a Max con ojos de hielo. Luisa le lanza una mirada cómplice con la que le pide permiso para seguir ella con el interrogatorio. Aduriz hace un leve gesto de aceptación.

—¿Qué pasó esa tarde?

—Luisa…

—Te acostaste con ella, Max. Era virgen.

Max miró a Luisa. Ardió de vergüenza.

Aduriz dio la vuelta al ordenador y le enseñó una web de contactos de chicas con la foto de Miriam.

—¿Qué es eso? —preguntó Max.

—No lo sé. Dímelo tú —dijo Luisa.

Max guardó silencio.

—Es una web de contactos. Se puja por la virginidad de las chicas. Todas menores.

—Aquí está Miriam. Su foto. Tú pujaste por ella.

—Te lo he dicho: estaba enamorado de ella.

—Bonita manera de decirlo. Enamorado.

—Yo no hice nada de eso. Es una conspiración contra mí.

—¿Cómo supiste de esta web?

Max guarda un silencio hosco como un niño torvo al que sus padres han castigado sin motivo.

—¿Por qué pujaste, Max?

—Yo no pujé.

—¿Qué hiciste a partir de las dos de la tarde el martes 15 de junio?

—¿Cuánto mide su cerebro, Miguel Ángel?

—Aquí soy yo quien hace las preguntas.

—¿Sabe que en Dmanisi hay una controversia científica acerca de si un homínido con un cerebro de seiscientos centímetros cúbicos puede considerarse humano?, ¿pueden caber los parámetros de la humanidad en ese tamaño cerebral?

Luisa toca debajo de la mesa la muñeca de Aduriz, aprieta con suavidad, vuelve sus ojos hacia Max, que sonríe con un sarcasmo irritante y burlón.

—Aunque seiscientos centímetros cúbicos es mucho para un txakurra como tú.

—¿Por qué no te callas?

—¿Nos autorizas a hacer un escáner de tu dentadura, Max? —pregunta Luisa.

Ilustra a Nuria Verde, autora, El fascinante y estremecedor misterio de Atapuerca

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El estremecedor misterio de Atapuerca.

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