
Sí, queridas lectoras, estoy escribiendo una nueva novela. Se llama “Éxtasis” y cuenta la historia de un verano en Grecia que pasé con mi amiga Manuela cuando tenía veinte años. Fue el mejor verano de mi vida, porque era joven y la vida estaba abierta. Fui a lo abierto y fue maravilloso. Estaba enamorada de Luis, pero allí conocí a Paraskevas y Vaso, dos amigos, que significaron mucho para mí. La felicidad era insoportable. Me aplastaba como el cielo y la tierra cuando se juntan.
Creo que escribo esta novela para recuperar esa emoción de la juventud, cuando la alegría y la tristeza, resonaban con mucha fuerza. Cuando tenía veinte años creía que toda la vida iba a ser así pero me equivocaba.
Capítulo 1
Me había peleado millones de veces con Manuela, mi mejor amiga en la carrera de Periodismo, en la Universidad Complutense y otras tantas me había reconciliado. Durante uno de las épocas en que volvíamos a ser amigas, que prometían ser para siempre por mi culpabilidad y su enfado por haberme perdido pero no duraban mucho tiempo, ella me propuso un plan increíble: pasar el verano en Grecia con un amigo suyo Paraskevas, Erasmus griego que había estudiado en Madrid durante el pasado año.
Manuela dijo “suyo” con un aire despectivo, no fuera yo a creer que tenía derecho a nada. Luego añadió:
-Yo creo que está enamorado de mí.
Sentí un punzante desasosiego, pero sonreí disimulando mis vagos celos. No conocía al tal Paraskevas, por mi podía ser un yeti griego con el que yo no tenía ningún deseo de intimar. Pero Manuela era competitiva conmigo y yo tenía la impresión de que le gustaba dominarme.
Me sonrió aún más, toda su boca grande y roja llena de dientes me aplastó con su fuerza. En la montaña mágica de Mann, ella hubiera sido la sana y yo la enfermiza y neurótica.
-No lo sé.
Me costaba decir no. De hecho, veinte años más tarde, pagaría a una psicóloga 90 euros la hora para que me enseñase a decir no y ser asertiva, entre otras cosas.

Manuela frunció el entrecejo, se formó un gran y profundo surco en el epicentro de su frente que irradió potente y radioactiva desaprobación. Me perforó su mirada marrón y astuta. Deseé saber hacer ese esto e imponerme. Pero no, ella se imponía casi siempre. Tiraba de mí. Me dominaba. Muy rápida, Manuela se puso en modo seducción.
Yo no le sostuve la mirada, ni a ella ni a nadie, lo cual ella me criticaba abiertamente. Me lo había dicho Begoña, el tercer vértice del triángulo, con quien Manuela se había peleado el verano interior después de que hubiese metido a Begoña en el entuerto de su relación disfuncional y obsesiva con Peter Thompson, un inglés 10 años más mayor que ella, que quería ser músico, tocaba a veces en locales como la Fídula, y nosotras íbamos a verle siempre. En realidad, Peter vivía de dar clases de inglés en una oficina de la Castellana donde trabajaban pijos ejecutivos de coca rápida y visa de oro de principios de los 90. El curro se lo había conseguido su prima, Mary, una ejecutiva inglesa que había estudiado Económicas y había acabado en Madrid porque había roto con un novio en Londres que le había roto el corazón.
Los veranos cuando Manuela se iba a Valdetorres, en Badajoz, a ver a sus padres que tenían el colmado del pueblo y tierras y tenían dinero, Peter se quedaba tocando la guitarra en el metro para conseguir dinero. Luego iba a ver a Manuela al pueblo, y así podía comer, y estar a cobijo, y sufrir la desaprobación de la madre de Manuela, Toñi, que no soportaba la mala vida que este guiri daba a su hija.
Manuela y Peter eran súper pesados. Peter no estaba enamorado de Manuela pero se acostaba con ella. Peter no quería a Manuela pero ella no le soltaba porque no soportaba que no la quisiera. Eran como los amantes de Teruel: tonta ella, tonto él. Pero el ego de Manuela que iba de espiritual y new age y compraba en La casa del libro: “Ami, un amigo que te quiere”, no podía soportar que él no la quisiera como ella le quería y era como el protagonista del poema de Quevedo sólo que en tía:
Usted que con ojos fríos me mira…
Pero un día en la cafetería de Periodismo, donde me he cogido los mayores ciegos de mi vida con permiso de Televisión Española, barra metálica en curva y luego recta, un camarero que se parecía a Ray Liotta nos invitaba a Gemma y a mí a Ginebra con limón, paredes grises, mesas blancas, y unos ventanales en la franja alta de la pared que filtraban una luz blanca llena de motas de polvo, que se mezclaba con la desesperación y la curiosidad brutal y las ganas de hablar de todo del grupo de amigos que estudiábamos tercero de periodismo en 1993 y éramos fuera de Madrid, la mayoría, Manuela me dijo:
-Paraskevas me ha invitado a su casa en Atenas. ¿quieres venir conmigo a Grecia este verano?

Hasta aquí el primer capítulo. ¿Os gusta? ¿Merece la pena seguir escribiendo? ¿Os apetece seguir leyendo?
Muchas gracias por acompañarme en esa emocionante y reconfortante experiencia que es la lectura.
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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.