
Sinopsis
A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita el yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos. El caso más espeluznante de Atapuerca.
La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.
Capítulo 60
Luisa no supo quién dejó pasar a Carla, la madre de Miriam, a la sala de reuniones, pero sí supo que quiso estrangularlo con sus propias manos. ¿Había sido el agente Negre, que estaba en la recepción? Si era así, le iba a caer una buena bronca.
Carla entró sin que ninguno de ellos se diera cuenta de que estaba allí, mientras discutían frente a una pizarra donde había pegadas fotos de Miriam en la escena del crimen, imágenes de la autopsia de Miriam, más fotos de la herida de la chica en la cabeza, la imagen ampliada de la mordedura en el pecho derecho de la víctima.
De repente, Luisa se dio la vuelta y vio a Carla. Su corazón latió muy deprisa, como si quisiera salirse de su pecho.
Carla contempló las imágenes del cadáver de su hija en posición fetal, tendida sobre los tablones que protegían el sedimento en la sima: la cara violácea, negra de sangre, abotargada y muy hinchada, un rostro que había perdido de golpe toda su belleza juvenil, las manos azules, las uñas negras, los dedos amoratados, los números tatuados en su pecho con un cúter, la cabeza pegajosa de sangre coagulada, la latente desesperación de la víctima, que era demasiado joven para morir.

La cara de la madre, muda de horror, tembló.
Luisa Baeza la vio, saltó de la mesa donde estaba sentada frente a Sanchís, Aduriz y Roberto. Fue hacia ella.
—Déjeme acompañarla, por favor.
—Mi niña —musitó Carla.
Luisa no supo qué decir.
—Usted me dijo que no sufrió.
Luisa Baeza cabeceó sin poder mirar a esa madre a los ojos. ¿Cómo se vive la vida después de que te maten a una hija? Se sobrevive, ya no se vive. Se vive con el agua al cuello, agotándose por mantener la cabeza por encima del agua para no ahogarse, con esa tensión desdichada que nada tiene que ver con la espontaneidad de la verdadera vida.
Aduriz fijó su mirada en Luisa. La miró como si la viera por primera vez. Sintió un estallido de respeto por ella. Luisa se encargaba de los marrones. No se escaqueaba.
Sin saber muy bien por qué, en un impulso culpable y compasivo, Luisa abrazó a Carla. Se interpuso entre ella y las fotografías de su hija. Quería aliviar su dolor, pero no lo consiguió. No logró disfrazar su incomodidad absoluta. No pudo ocultar la tensión que le picaba en la piel.

—¿Me permite acompañarla a tomar un café? —preguntó la inspectora Baeza.
Carla, como un corderito, permitió que la inspectora Baeza la cogiera del brazo y la sacara de la sala de trabajo y la condujera por pasillos marrones, donde los fluorescentes colgantes del techo zumbaban y vibraban y titilaban. Pasillos que olían a pizza rancia, a sudor, a tristeza, a derrota.
—Lo del café es un decir. Es más bien un petróleo maléfico que le hará un agujero en el estómago.
Carla temblaba tanto que el temblor se contagió a Luisa, que contaba los segundos para dejar de coger a Carla del brazo sin ofender la buena educación.
—Gracias.
—Usted me dijo que no sufrió.
—Y no sufrió —mintió Luisa—. El golpe la dejó inconsciente y sufrió una parada cardiaca.
Carla lloró desconsolada.
—No, no sufrió —repitió Luisa ocultando su angustia.
Ahora la impotencia se apodera de ella.
Le tiende el café muy caliente, que irradia química y azúcar y burbujea en el vaso blanco de poliestireno.
Luisa baja la cabeza y, cuando mira a Carla, le resulta difícil reconocer a la mujer que es ahora, una oscuridad delgada, aterida y destruida. La madre de Miriam ha adelgazado veinte kilos y ha dejado de ser la jacona alta e imponente que recordaba a Joanne Holloway, la secretaria pelirroja, sexy y con carácter de la serie Mad Men. Ahora es un pajarillo frágil y desconsolado al que, si abrazas, notas todos los huesos bajo su temblor vulnerable y deprimido.
Se toman el café en silencio. Luisa muy enfadada por la cagada de dejar pasar a Carla a la sala de reuniones de la investigación, enfadada también con el arquitecto que diseñó la comisaría con paredes de cristal que hacen que la intimidad sea imposible, enfadada con el tedio funcionarial de los agentes que ese viernes están ya pensando en la película que van a ir a ver en el cine, en el restaurante en el que van a cenar o en el bar en el que se van a tomar la primera copa. Tal vez ella piensa así porque es una resentida que no tiene a nadie que la espere en casa, una demente que se toma demasiado en serio su trabajo, una obsesa con encontrar al que hizo sufrir, sí, sufrir, a Miriam.
La comisaría es un lugar deprimente. Va a la nevera para coger una botella de agua mineral para Carla, pero al ver su cartel admonitorio de limpiar y no dejar que los alimentos se pudran, se retrae.
—¿Por qué no salimos fuera? Así podremos estar más a gusto —dice.
Carla la mira con ojos acorralados. Ella no va a estar nunca a gusto en la vida. Luisa lo sabe. Se muerde los labios lamentando su torpeza. Tiene el corazón encogido. ¿Cómo ha podido pasar?, ¿cómo ha visto Carla esas fotos de su hija muerta, golpeada, con la cabeza abierta en canal?
España, qué país de chapuzas. Y todavía no tiene los análisis completos de toxicología del cuerpo de la víctima. Después tendrá que llamar al laboratorio. Ir detrás de los técnicos, presionarlos, amenazarlos. Luisa tendrá que sacar su cara más fea y le duele más sacarla de lo que la gente se cree. Mientras, su jefe, quien jamás la respalda, está en Londres en un banal e inútil congreso de la Interpol.
—Tome.
Carla le alarga un móvil a Luisa.
—¿Qué es?
—El móvil de Miriam. Lo escondía debajo del colchón. Se lo había regalado ese cabrón.
Luisa sabe que la madre de Miriam se refiere a Marco, el novio de la adolescente.
—El móvil que llevaba cuando la mataron era mi viejo Samsung. Si mira el WhatsApp, verá que Marco le escribió para que quedaran en Atapuerca. ¿Va a hacer algo?

El caso más espeluznante de Atapuerca.
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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.