El crimen más sangriento de Atapuerca

Sinopsis

A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos. El crimen más sangriento de Atapuerca.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 51

Luisa entró por Portalón de Cueva Mayor. Atravesó salas oscuras y sepulcrales, donde se respiraba un silencio quieto. Suelos resbaladizos, tierra parda y rocas húmedas, un terreno como una espalda con jorobas, un gran socavón desde donde se levantaban andamios que ascendían hasta el techo, paredes iluminadas por grupos halógenos que irradiaban una tenue luz morada. Un lugar fantasmagórico, telúrico.

Al fondo, junto a una pared blanquecina con pómulos infinitos de roca, la esperan el subinspector Aduriz con Jesús Sinaloa mientras estudian un mapa de las cuevas y túneles subterráneos que hay en el yacimiento.

Analizan las salidas que tiene la Sima de los Huesos y las marcan con un rotulador rojo.

—Si el asesino no salió por Cueva Mayor, ¿por dónde salió? —pregunta Aduriz.

—Tuvo que salir por Cueva Mayor. Hay otra salida hacia Cueva del Silo, pero está clausurada —contesta Sinaloa con voz apagada y átona—. Cueva Mayor está conectada con la Sima del Elefante y Cueva del Silo, pero los túneles están rellenos de sedimento. Cueva Mayor y Cueva del Silo pertenecen al mismo sistema kárstico, pero no hay un túnel que las comunique.

—Pero ¿y si el asesino hubiera salido por ahí? —dice Luisa.

—Es imposible —asegura Sinaloa.

Luisa añade que, si el asesino hubiera salido por ese túnel, habría huido por el robledal.

El crimen más sangriento de Atapuerca

—Y no habría pasado por el control de entrada y así habría evitado las cámaras de seguridad de entrada y de salida —asegura Aduriz.

Dos horas después, Aduriz y Luisa se preparan para bajar a la Sima de los Huesos. El aire flota inmóvil dentro de la inmensa cueva. La oscuridad se empapa de silencio sepulcral.

Se visten con los monos rojos, se ponen los arneses con los que sujetarse a la cordada, se colocan los cascos con luz frontal, encienden las linternas. Se meten dentro de la Sima de los Huesos poniendo un pie con cuidado en las traviesas de la escala que desciende por la garganta. Se internan en las entrañas de Cueva Mayor.

Mientras repta por el angosto túnel, Luisa Baeza se angustia. Le viene un recuerdo horrible de su pasado. Una desconexión lumínica, un chasquido perturbador que la devuelve a otra cueva, esta vez en la playa. Luisa de niña, diez años, de la mano de su hermano Toni, de seis años, entran en una cavidad excavada en la roca. Los sigue un hombre que coge a Luisa, acerca su boca a su oído y le susurra algo. La niña se contrae de pánico animal.

La inspectora cierra los ojos mientras respira su ansiedad. Un sudor frío le baña la cara. Aparta a golpes el pasado, pero su pesadilla vuelve una y otra vez. De repente, Luisa se queda paralizada dentro del túnel.

—¿Estás bien?

La voz de Miguel Ángel le llega lejana y deformada.

El crimen más sangriento de Atapuerca

Ella no lo oye. Por fin Miguel Ángel le tira del brazo y la arrastra hacia sí.

—No me toques —grita Luisa.

—Perdona, pensaba que te pasaba algo —dice Miguel Ángel, a la defensiva.

—No puedo —agoniza Luisa—. No me puedo mover.

La opresión en el pecho, el mareo, la sensación de que se va a desmayar, la certeza de que se va a morir. Otro ataque de pánico. «No, no, no quiero».

Miguel Ángel le dice que respire hondo y se hable a sí misma con amabilidad. Como si se abrazara a sí misma y hablara a una niña.

—Vete a tomar por culo —grita Luisa, rabiosa.

—Inténtalo, di: «Esto es difícil». Pobrecita. No pasa nada. Tranquila, esto pasará. Sé que estás sufriendo. Estoy aquí contigo.

Luisa se niega. Pero la sensación de pánico se acrecienta como una ola de agua negra que traga sin parar. No puede respirar.

—Además, luego te invito a unos chupitos —dice Aduriz.

—Me dan asco —masculla Luisa.

El corazón le late muy deprisa. Va a morir. Abre los ojos. Toni, a su lado, le acaricia la cara.

Por fin la inspectora se repite a sí misma con amabilidad: «Pobrecita. Estás sufriendo. Tranquila. Esto pasará. Estoy aquí contigo».

Miguel Ángel llega hasta ella y la arrastra hacia sí.

Cuando llegan a la base de la sima, Luisa respira con ansiedad.

—No podías respirar —dice Aduriz.

Ella asiente, recomponiéndose como puede.

—¿Desde cuándo tienes ataques de pánico?

—Desde que desapareció mi hermano.

De repente, Aduriz y Luisa oyen unas pisadas que huyen. Persiguen al desconocido por el enjambre de túneles. Luisa se para otra vez, presa de la angustia. Aduriz la coge de la mano y la arrastra por el túnel.

Un hombre con capucha escapa por uno de los corredores subterráneos de la sima. Luisa y Aduriz corren tras él. Pero, cuando salen al exterior, el intruso ya se ha escapado por el robledal.

Luisa respira, ahogada.

—Saca el molde de las huellas —le dice a Aduriz.

Nuria Verde. El crimen más sangriento de Atapuerca

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El crimen más sangriento de Atapuerca.

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