
Sinopsis
A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita el yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos. El asesinato más mediático de Atapuerca.
La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.
Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.
Capítulo 75
Fue en una cena con el equipo de Atapuerca en el asador Aranda cuando todo se estropeó. Aunque yo ya quería que Andrea me pillara. Desde que sabía que se iba a África sin mí ya me daba igual todo. Sentía un placer mórbido en autodestruirme y volar por los aires nuestra unión.
Me tomaba una copa de Ribera del Duero en la barra cuando Germán se acercó a mí.
—¿Qué haces?
—Solo quería hablar contigo.
—No. He venido con Andrea.
—Solo estamos hablando.
—Vete, por favor, Germán. Ponte en mi lugar.
—Te echo de menos, Lara.
—No. Olvídame. Olvida lo que pasó.
—Pero ¿qué pasó exactamente?
—Nada.
Andrea me miró. Vi que analizaba cada movimiento, cada gesto, cada mínimo detalle de nuestra interacción. Sentí una tristeza anticipada y a la vez un deseo enconado de hacerle daño.
Germán me cogió la mano, buscó con sus dedos mi pulso.
—No puedo sacarte de mi cabeza.
Andrea me miró mientras enarcaba las cejas. Bueno, ya está, quería quitarme el peso de encima, aliviar mi conciencia. Quería que ella se enterara. Quería que ella sufriera lo que yo había sufrido al saber que había ganado una beca para excavar en Olduvai y no me había dicho nada porque pensaba irse sin mí. la protagonista era la actriz, qn nada, y mi silencio fue meguerie de sundande TV, Appele Yard, la protagonista era la actriz, q
—Estoy con Andrea. Por favor, Germán, déjame en paz.
Cinco horas después hicimos el trayecto a casa en el Land Rover de Max —el Halcón Milenario— envueltos en un silencio sepulcral, fúnebre. Yo iba sentada detrás con Sebastián. Andrea conducía. Manu iba a su lado. No habló durante todo el viaje atravesando la oscuridad, rasgando la dulce y satinada noche. Yo temblaba de miedo y ansiedad. Lo sabía. Y sufría como yo sufría. Me había vengado.
Cuando llegamos, Andrea y yo nos fuimos a nuestra habitación.
—Lárgate de aquí, Lara.
—¿Qué?
—¿Te has acostado con Germán?
No tuve fuerzas para mentir. No dije nada. Bajé la cabeza. Mi silencio fue más elocuente que cualquier cosa que hubiera dicho.
—¿Él te importa? —me preguntó.
—No.
—¿Y entonces por qué, Lara?
—Me sentía muy sola. Estaba borracha.
—Vete, por favor. No quiero verte más en mi vida.
—No fue nada. Estaba borracha.
—No te justifiques.
—No disfruté. Creo que tengo un problema con el alcohol. Bebo porque me siento mal. Siento tanta presión aquí. No quise hacerlo.
Me puse a llorar como una niña.
—No quise hacerte daño —dije.
—Pues me lo has hecho.
Con cada palabra, Andrea me clavaba una estaca en el corazón más y más hondo.

—Lo que no soporto es la mentira, el engaño. ¿Cómo voy a confiar en ti, Lara?
—¿Y yo?, ¿cómo voy a confiar en ti si me entero por Paz de que te largas a África dos años?
Sentí el dolor en su cara. Le había pegado un revés que no se esperaba.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
Un silencio culpable le cruzó los ojos. Esos ojos tan vivos, tan resplandecientes.
De repente, sonó el timbre de la puerta.
—Voy yo —dijo Andrea.
La inspectora Baeza y el subinspector Aduriz nos esperaban tras la puerta.
—¿Puedo hacerte unas preguntas? —preguntó la inspectora Baeza a Andrea.
—Sí, claro. Pasen.
Me di cuenta de que Andrea agradecía la interrupción de la policía. Yo me tragué las lágrimas y me recompuse como pude.
—¿Por qué no me dijisteis que habíais entrado con una cámara GoPro a la sima cuando encontrasteis a la víctima?
—No lo sé.
—¿A quién estás protegiendo, Andrea?
—A nadie.
—¿Dónde están las cámaras?
—No lo sé.
—¿Quieres que pida una orden y haga un registro de la casa? —pregunta la inspectora Baeza.
—No, no hace falta.
Luisa acompaña a Andrea a nuestra habitación. Andrea saca las dos GoPro y se las entrega al subinspector Aduriz.
—Las tarjetas están dentro.
Yo estoy en shock. Tiemblo de pies a cabeza.
Max ha entrado en casa, con sus llaves, sin que lo hayamos oído. Cuando volvemos a la cocina, Max empuña su escopeta de caza —la que siempre tiene colgada en la pared su despacho— y apunta a Aduriz. Luisa saca su pistola y apunta a Max.
—Déjala en paz. Ella no ha hecho nada —dice Max.
—Baja el arma, Max. Bájala —grita Luisa.
—Deja a mi hija.
Andrea desorbita sus ojos. La ansiedad le golpea el pecho con su puño monstruoso. Empieza a hiperventilar. Se ahoga. Sé que está teniendo uno de sus ataques de asma. Andrea se mete la mano en la chaqueta para coger el inhalador. Luisa dispara. Yo me pongo delante de ella. Max dispara. Luisa le dispara.
Andrea cae al suelo. Su inhalador rueda por las caras baldosas de terracota del suelo de la cocina. El pecho se me abre de dolor. Caigo al suelo como una marioneta desmadejada. La sangre caliente me empapa la camisa blanca.
Esa es la noche en la que Luisa Baeza mata a Max Rey.

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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.