
Sinopsis
Málaga 82. Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año.
Capítulo 11
Margarita se acercó a mí, plano corto de su cara, plano corto de mi cara, su pelo rizado de piel rozó mi cuello, un éxtasis mientras sus labios se aproximaban a los míos muy lentamente, en medio de una tensión placentera, dolorosa.
-¡Feliz cumpleaños!-canturreó una voz que parecía la de mi abuela. Un resplandor en la oscuridad. Mi habitación, la cama marinera de camarote. Abrí los ojos y me despojé del sueño como quien se quita un abrigo.
Mi abuela, la persona a la que más quería incondicionalmente, avanzó hacia con una tarta de galleta y viruta de chocolate que había hecho con Marta, mi hermana pequeña, aka “La cucu”, receta aprendida en la granja escuela del Molino de Lecrín, Granada.
-Gracias, abuela-dije, sumida aún en un sopor agradable y tibio.
-¿Te levantas ya, galocha?
-¡Sí, venga, vagatis perroning que me muero de hambre!-gritó Marta desde el pasillo vestida con su pijama y zapatillas con cara de ardilla.
-¡Yo también te quiero gilipollas!
-Esa lengua. ¡Qué vais a colegios de pago!-zanjó mi abuela.
-Muchas gracias abuela.
Mi abuela dejó la tarta, un número 15, vela encendida que yo supe que había comprado en La canasta, en mi mesa de estudio. Me levanté de la cama, camiseta larga de algodón blanca, bragas, y la abracé. Un brazo aquí, otro brazo allá, fusión de yoes y cariños.
-Gracias, abueli.
-Ya quince años, mis niñas se me hacen grande.
-¿Que tal estás?
-Estoy fatal de los remos, niña. Esta humedad para mí es canalla.
-¡La tarta ni tocarla, que te estoy vigilando, perroning!
-¡Vete a cagar, idiota!
-Os voy a lavar la boca con lejía. Toma un regalo de tus padres-dijo mi abuela alargándome un paquete con pinta de libro que echaba patrás.
-¿Dónde están?
-Se han ido de viaje a Italia. Ya sabes cuánto les gusta.
¡En mi cumpleaños! ¡Ya les vale!
Abrí el paquete. Tiempo de silencio de Martín Santos. Sorpresa, sorpresa. Nada de un súper regalo de la gigantesca muñeca Casilda, ni el cuadro mosaico del Colibrí gigante, otro presente para Marta, con las partes pajariles numeradas, ni salidas a ver ET en el cine Echegaray y luego batido en el Multifrutas de la plaza de Cánovas del Castillo de Marta porque ella era la favorita, la elegida a la que papá y mamá enfocaban toda su atención, Sin embargo yo era la chica invisible que vivía como un fantasma en mi propia casa.
Alma Perales, mi profesora de Literatura, decía que por eso estaba en plan gamberra, boicotadora, nograciosa en clase, saboteando las horas lectivas cuando yo era una estudiante de sobresaliente, porque quería llamar la atención y ganar la aceptación de mis pares. No andaba descaminaba. Sentía un vacío horrible dentro de mi que me devoraba y me quitaba presencia. A veces aporreaba la puerta de mi hermana porque no soportaba mi soledad y el ambiente turbio de la gente en el colegio.
El desinterés de mis padres por mí me pasaba como una navaja por el pecho pero yo tenía un callado orgullo que me hacía tragarme la ira, la frustración, el dolor.
-¿Te gusta?
-¡Claro! -pálida, sonreí, disfrazando una mueca dolorosa y fingiendo alegría. Luché por disimular la tristeza por mi abuela. Tenía quince años y quince millones de sueños aleteando en mi interior como mariposaas borrachas. Pero siempre me abría brechas en la cabeza al chocarme contra el muro de la realidad, y me quedaba aturdida en mi nihilista descontento.
Me abracé a mi abuela mientras musitaba gracia, gracias, y me consolé con su cariño, me arrimé a su calor. La amargura melancólica pierdió fuerza hasta que se suavizó.
Tras darse mi hermana la vuelta, mi abuela me deslizó un sobre en la mnao.
-¿Qué?
-Ábrelo luego, tú haz el paripé. ¡Que no lo vea la cucu que es tremenda!
Una hora después lo abrí. Eran cinco mil pesetas.
-Para que invistes a tus amigas a ese sitio que tanto te gusta de los patines. ¿Lo harás?
-El Rolling-pensé, alicaída.
-Ya veré.
-Mamá me dejó dicho eso. Insistió mucho. Que pasaras tu cumpleaños con tus amigas. Que no te quedarás encerrada en casa.
Ya veré.
Cuando yo decía “ya veré” en realidad quería decir que no. Mi madre llevaba mal que le llevaran la contraria.
-Hoy te voy a hacer esa cena que tanto te gusta.
Huevos fritos, con patatas frítos y tomate frito natural. Un plato tan delicioso que ahora al recordarlo se me hace la boca agua.
Mi abuela cumplió lo premitido. Las papats fritas en la sartén con mucho arte, crijientes, se deshacían en la boca, y el tomate frito natural con un moco de azúcar para que no agriara el paladar.
Pero esa noche tenía premio doble noche porque ponían en la tele “El cazador” y pensaba verla, de extranjis, aunque mi madre me lo hubiese prohibido. -Es muy fuerte. Tú no la entenderías-Mayor razón para ver a Robert De Niro traumatizado por la guerra del Vietnam.
El hábito de fugarme a través del haz de luz irisado del cine era mi especialidad, mi puerta a la salvación, mi pasaporte para alejarme del tedio. Sin cine mi adolescencia hubiera sido mucho máas amarga. Me iba sola muchas veces al Echegaray, al America Multicines, al Astoria, al Victoria, era mi remedio milagroso para cambiarme el humor y bucear en una serenidad submarina dulce, relajada.
Ya en la cocina después de que nos hubiéramos zampado lafabulosa cena, tras irse mi hermana a ver El Un, Dos, Tres. -Luego, no me jodas, que yo voy a ver “El cazador-mi abuela soltó:
-No te preocupes, cuando llegas a un sitio nueva al principio cuesta hacer amigos.
-Llevo aqui ya un año abuela, pero no te preocupes por mí. Estoy bien, la vida es maravillosa-dije con una punta de ironía.
-Tú eres muy linda, Saki, y tienes más valor que El gallo.
-Gracias abuela. Tranqui.
-¿Sabes la de Rafael El Gallo y Ortega y Gasset?
Me sabía la anécdota de memoria pero fingir que nunca había oído las historias de mi abuela materna era una de las formas que tenía de quererla.
-Van, y le presentan a Ortega y Gasset al Gallo. Y el torero le pregunta: ¿Usted a qué se dedica? Y Ortega dice: “Soy Metáfisico”. El Gallo suelta: Hay gente pa tó.

Si te ha gustado el capítulo, compártelo. Te lo agradezco porque me ayudas mucho.
Si quieres leer otro capítulo de “Málaga 82”, pincha aquí.
Si quieres saber más de mí, curiosea mi Twitter.

Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.