
Sinopsis
Málaga 82. Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. Málaga 82. De repente todo cambió.
Capítulo 17
De repente, todo cambió entre Margarita y yo. Estábamos en clase, y ella vino, y me cogió la mano. Yo temblé como una hoja. El corazón se me encogió. Me derretí cuando Margarita extendió la mano y me cogió la mía derramando ternura.
-Perdóname sé que he sido una gilipollas.
-Una súper gilipollas.
-¿Me perdonas?
Margarita tiene un complejo de culpa interiorizado. ¡Bien por su madre! Ha hecho bien su trabajo.
No quería que fuera tan fácil. El dolor aún dolía. Latía como una espina clavada en el pecho. Mi corazón aún sangraba por la herida.
Guardé silenció. Tenía un orgullo que me lo pisaba.
-Mientras te lo piensas, ¿me ayudas?
-Sí-dije. Siempre ayudaba a una chica guapa. No hay nada que no pudiera hacer por una chica guapa.
Margarita me miró con sus ojos color coñac y yo me derretí. Sólo quedó de mí una espuma de ternura.
-¿Tienes una compresa? Me ha venido la regla.
Eso no me lo esperaba. Hostia puta.
-Qué putada.
-¿Tienes?
-No. Pero te la puedo conseguir. No te preocupes. Tranquila.
-Creo que me he manchado los Levi’s-dijo Margarita encogiéndose en un gesto de vergüenza.
-Ve al baño. Espérame allí.
-Gracias. No se lo que haría sin ti.
-Oh, sobrevivirías-dije con el tono más sarcástico que pude, el tono que salvaguardaba mi orgullo.
Tras dejar a Margarita encerrada en el baño, corrí escaleras abajo a toda velocidad mientras una bandada de chicos sudorosos embutidos en el chándal infecto del colegio, color negro y amarillo fosforito, los abejorros, nos llamaban los chicos de los Maristas, y las chicas de las Esclavas de María, subían hacia sus respectivas clases. Corrí por el pasillo mientras el corazón me latía a mil por hora en la base de la garganta. Tenía qué ayudar a Margarita. Era mi oportunidad. No la cagues, Sara.
Virginia siempre llevaba compresas. Era una lista calista. Y la compresa no me saldría gratis. Pero podría traficar con mi inteligencia. O eso esperaba.
¿Dónde estaba Virginia?
Busqué en el polideportivo. Pero no la encontré. Ya no se quedaba estudiando en clase durante el recreo. Ahora era una malota de pacotilla pero malota. De repente, una bombilla se me encendió en la cabeza. ¡Virginia estaba fumando en la fuente con otras malotas! Elemental querido Watson.
Salté la montaña de mochilas que había junto a la psicina vacía y encalada, con una grieta que atravesaba la parte sur del solado, al lado se remansaba un charco de agua pútrida desde hace siglos sin que nadie hiciera nada, y menos que nadie Antonio el jardinero, no me extraña que Estrella soñase con que Don José fuera su padre.
La gente comía medios bocatas de sobrasada y manteca colorá, salchichón y chorizo, jamón serrano y queso de pie frente a la cafeteríamientras la chicharrina del sol de mayó caía a plomo desde un cielo azul sin nubes.
Me dirigí a la fuente al callejón umbrío que conducía al campo de fútbol y a la fuente, donde nos refrescábamos tras dar veinte vueltas al campo corriendo, envueltos en una polvareda infernal, en las clases de gimnasia del Sopas. Un humareda blanca como un hongo atómico cubría las cabezas de varias chicas dolescentes que fumaban como carreteras como si el mundo se fuera a acabar en el segundi siguiente.
Divisé a Virginia con sus rasgos patricios y su media melena de emperatriz romana. Me acerqué a ella. Todas me miraron con una mezcla de desdén e indiferencia porque yo no pertenecía al club de las malotas.
La muy pindonga de Virginia me vio perfectamente
-Hola.
-Aparta.
-¿Por qué?-pregunté poniéndoselo a huevo.
-La carne de burro no es transparente.
-Ja, ja, ja. ¿Cómo estás?
-¿Preguntas o afirmas?
-¿Me haces un favor?
-No
¿Tienes una compresa? Te lo compensaré.
-¿Con qué Rojas? No tienes nada que me interese.
Qué chulita. Que diferencia de cuando estudiábamos juntas para el examen de Historia y nos ayudábamos mutuamente a pasarnos la lección. Chica cruel. Ahora pasa de mí como de la mierda.
Pero arrieritos somos y en el camino nos encontraremos.
La imagen de Margarita desangrándose en el baño me espoleó a atacar a Virginia.
-Te hago el trabajo de “Crimen y Castigo” de Dostoievski.
-No sé.
-Saco sobresaliente en Literatura.
Pero menos currado el tuyo que el mío.
-Hecho.
Virginia se cogió el cigarro con la mano izquierda, exhalo una nube de humo blanco y se descolgó la mochila y la abrió y extrajo una compresa que más bien parecía un pañal, pero así eran las compresas en los años 80. La cogí y corrí como si mis piernas fueran viento.

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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.