
Hay una ternura desgarrada en Heartstopper que me derrite como mantequilla. Hay sentimientos, un chico bisexual, Nick que se enfrenta al acoso que sufre su amigo que tanto le gusta, Charlie. Por fin, un nuevo ejemplo de masculinidad de hace frente, paso adelante, valor y al toro, al bullying de sus propios amigos hacia otro amigo, el tierno, dulce y maravilloso Charlie.
Hay una bondad en Charlie y en su panda de amigos friquies, benditos friquies, que me emociona.
Heartstopper es una serie llena de cosas bellas, saturada de cosas bonitas: hermosos planos, colores radiantes y luz que me atrapan y no me sueltan. Heartstopper me deja con una sonrisa boba en la cara y con ganas de más.
Cuando llego al capítulo 8 y me doy cuenta de que es el último (de la primera temporada) me quedo huérfana y desolada. Triste porque quiero seguir buceando en esa historia tan hermosa, donde no hay exceso de drama, ni giros violentos, donde casi no pasa nada y sin embargo pasa todo.
Mi alma anhelante se queda errante, va al bosque como un ciervo herido y vuelve a ver el primer capítulo.
La mejor serie juvenil de la historia, tan natural, y tan diferente de otras banales series juveniles que tengo ganas de saltar de alegría.
Y salto.
Y bailo.
Y rio.
Demos las gracias a la creadora de Heartstopper , Alice Oseman, por llevarnos a este viaje tan diferente de inocencia y romanticismo, donde una relación gay puede prosperar, tener sus momentos poéticos, sus instantes tiernos sin caer en la idealización.
Y qué detallazo esas vibraciones de amor que se convierten en hojitas de diferentes colores.
Alice, eres una crack.

Lo mejor: la ternura que destila la serie.
Lo peor: Algunas secuencias resultan previsibles
Dónde ver Heartstopper: En Netflix.

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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.