
Sinopsis
El crimen más misterioso de Atapuerca. A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.
La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.
Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.
Capítulo 20
Durante la autopsia, Laura Rojas, la forense, explica a la inspectora Baeza que la víctima murió de un traumatismo craneoencefálico. Hematoma cerebral y hemorragia intracraneal. Además, Miriam tiene múltiples heridas contusas y fracturas craneales y faciales.
—Ya sabes que a veces con fracturas estrelladas craneales es difícil determinar el arma homicida. No en este caso. Tiene fracturas hundidas que apuntan a un martillo, maza, como posible arma —dice la forense mientras le practica a la víctima una incisión en i griega. Miriam tiene otro corte limpio que va desde la barbilla hasta la pelvis.
Luisa pregunta si hay indicios de agresión sexual. La forense dice que no. No hay marcas abrasivas ni rojeces en el órgano sexual de la víctima que indiquen violencia. Pero sí ha encontrado fluidos en su vagina, posible semen, que ha enviado a analizar al laboratorio, añade.
—Y en las heridas hay restos sólidos que me han llamado la atención: restos de piedra caliza, trazas de cuarcita —dice Laura.
—¿El arma se pudo utilizar en el yacimiento para excavar?
—Sí, es posible. ¿Habéis encontrado el arma homicida? —pregunta Laura.
—No —contesta Luisa—. ¿Hora aproximada de la muerte? —pregunta la inspectora Baeza mientras da vueltas en torno a la cama metálica donde yace el cadáver de Miriam. La violencia y la muerte la han dejado vacía, solo una cáscara sin alma, le han arrebatado su resplandeciente belleza.
En ese momento, la inspectora Baeza se alegra de no haber tenido hijos. Se ha librado del máximo dolor que se puede sufrir en la vida.
—Entre las dos y media y las cinco de la tarde. ¿A qué hora la encontraron?
—A las doce y media de la noche.
Laura se dirige al cadáver y señala con su mano cubierta de guantes azules el pecho derecho de Miriam. Una mordedura ovalada, marcas dentales púrpuras y negras.

—¿El mordisco es del día que la mataron? —pregunta la inspectora Baeza.
—Sí.
—¿Podemos estar seguras?
—La clave está en los leucocitos. Cuando una persona sufre una herida, el cuerpo se defiende y produce glóbulos blancos para protegerse. La cantidad de leucocitos indica que se trata de una herida perimortal.
—Cerca del momento de la muerte.
—Sí. El organismo reaccionó muy poco. El asesino la mordió.
—¿Se puede identificar a una persona por la huella que deja una dentadura?
—Si tienes suficientes puntos de contacto, sí, y claro, el cotejo con el molde dental del agresor. Aun así, como sabes, hay mucha controversia científica.
—Y más te vale que el perito odontólogo forense sea bueno, ¿no?
—¿Y lo es? —pregunta Laura.
—No lo sé.
—Y hay algo más —añade la forense—. La tomografía computerizada ha revelado una densidad extraña en la nariz.
—¿Como si el asesino le hubiera metido algo? —pregunta Luisa.
—Vamos a comprobarlo —dice Laura.
La forense coge unas pinzas largas. Las mete en la nariz del cadáver de Miriam. Extrae una figurita de papel color púrpura que coloca dentro de una bolsa de pruebas, que firma, data y cierra.
—¿Qué es? —dice Luisa.
—Parece un origami. Mi hija los hace.
—Se lo metió con unas pinzas en la nariz.
—Eso parece —dice Laura mientras pesa el corazón de Miriam sobre una balanza electrónica.
—Se tomó su tiempo. No fue un asesinato impulsivo, fue premeditado. El criminal se quedó un rato con su víctima, disfrutando con lo que había hecho, compartiendo esos momentos solo para él.
—¿No tenía miedo de que lo cogieran?
—Quizás sabía que nadie bajaba a la Sima a esas horas. Lo que apunta a que es alguien de dentro de Atapuerca que conoce el terreno, que tiene acceso al yacimiento.
—Y hay una cosa más que ha revelado el TAC. Miriam tiene los brazos y las piernas fracturados —añade Laura.
Luisa pregunta si el asesino lo hizo para torturarla.
–No, son fracturas post mortem —contesta Laura.
—¿Y los números marcados en el pecho de la víctima?
La víctima tiene una serie de números hechos con un objeto punzante en el pecho.
Luisa los ha anotado en su bloc de notas, aunque también tiene las fotos que la científica ha hecho de la víctima y de la escena del crimen.
—5, 4, 2, 3.
—También post mortem. No salió sangre de las incisiones. La víctima ya estaba muerta cuando el asesino hizo los cortes.
—Gracias a Dios. ¿Con qué hizo los números?
—Con una navaja o un cúter. ¿Tienes idea de a qué se pueden referir?

El crimen más misterioso de Atapuerca.
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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.