«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 18

Ilustra la novela "Los crímenes de Atapuerca"

Sinopsis

A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos. El increíble misterio de Atapuerca.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 18

1 de junio de 2019. Quince días antes del asesinato. Burgos

Me acordé de Ana. Pero la aparté de mi cabeza. Yo era como Rebeca en el nuevo milenio, muerta de celos porque intuía que Andrea, mi novia, seguía enamorada de una mujer muerta que era perfecta. Su ex.

—Pero ¿cómo vamos a hacerlo, Max? —dijo Helena mientras se retiraba el pelo castaño de la frente, en un gesto coqueto, antiguo, de Virgen de Botticelli.

—A plena luz del día. Imposible.

—Por la noche —dijo Max.

—Aun así, se enterarán.

—No.

—Pero ¿estás loco?

—Hay un detalle que a todos se os escapa. No excavaremos desde la Dolina —dijo Max.

Miré a Max. De repente sentí una súbita indiferencia y aversión hacia él, como si fuera un loco que se había puesto a gritarme mientras esperaba el autobús. Le quería lejos, no cerca.

—¡Tú estás fumao, tío! —se partió de risa Andrea. Sus carcajadas resonaron como campanadas. Solo ella, que era su hija, se atrevía a hablar así a Max Rey.

—Excavaremos desde la Galería.

Andrea echó su cabeza hacia atrás, dejando al aire su garganta blanca y sensual. Se desternilló de risa.

—La Galería está cerrada.

—Sí, pero hay un túnel que conecta la Galería con la Dolina.

—No. No lo hay.

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¿Se le había ido la olla a Max? Había pasado mucho estrés últimamente. El cáncer lo había acorralado, las sesiones de quimio, el alcohol, los problemas en Atapuerca, el pánico de la perspectiva de la muerte, su divorcio.

—Lo ha hecho Sebastián. Y yo le he ayudado —dijo Manu.

—No… —Boca abierta de Andrea.

—¿Cuándo?

—Este invierno.

Andrea desorbitó los ojos.

—No me lo puedo creer —risa alucinada de Andrea.

Andrea, Helena y yo miramos a Max, sobrecogidos por la sorpresa. Experimenté una tensión en el corazón como si se me hubiera contracturado el ventrículo derecho. Un dolor me perforó el esternón. Boqueé en busca de oxígeno.

De repente, resonó un brusco portazo. Una ráfaga de luz cegadora entró en el despacho en penumbra, cargado por el humo de la pipa de Max. Un grito escalofriante me cortó la respiración. Max puso cara de lánguido pánico como si una serpiente se le hubiera lanzado a la yugular. Mi corazón latió muy deprisa y se me salió de la boca. La sangre batió en mis venas. Oí el grito más horrible y desesperado que había oído en mi vida. Una mujer con las manos rojas, negras ojeras de mapache, ojos fijos de loca —me perturbé al darme cuenta de la desolación que se abismaba en ellos— irrumpió en el despacho de Max.

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Andrea humilló la cabeza al ver a la mujer. Sentí un montón de emociones a la vez: placer y miedo, alivio porque esa mujer fuera a romper la cuenta atrás de la decisión que estábamos a punto de tomar.

 —Diga lo que diga. No le hagáis caso.

Alarido de la desconocida.

Me fijé en ella, flash de una imagen, sentí un rechazo visceral hacia su desesperación. Me di cuenta de que llevaba el pelo corto, a trasquilones, como si ella misma se lo hubiera cortado de cualquier manera en casa a tijeretazos, parecía que llevaba puesto un casco de un soldado alemán de la Primera Guerra Mundial, su cara redonda y blanca y cerosa como una luna agónica. La mujer se paró en el umbral luminoso de la puerta y señaló, con el dedo índice, a Max como una bruja medieval.

—Tú mataste a mi hija. Me quitaste a mi pequeña. La utilizaste y luego la asesinaste.

Dios mío. La madre de Ana. La chica que había ascendido de becaria a mano derecha de Jesús Sinaloa en la Sima de Los Huesos. La novia de Andrea.

Nos quedamos petrificados. El ambiente del despacho de Max dejó de ser un refugio reconfortante e intelectual en el que se hablaba de cómo nace la inteligencia humana, de la complejidad del género Homo, de los neandertales y su desaparición, de cómo se adquiere el arte y el simbolismo, de los grandes descubrimientos de la conciencia humana, para convertirse en una cueva cargada de ansiedad. Silencio sobrenatural.

Se me puso un nudo en la garganta. Andrea sudó un dolor frío y pareció a punto de desmayarse con su cara pálida, donde sobresalían unos pómulos afilados como hachas por la preocupación y culpa.

—Y tú lo sabías. —Señaló a Andrea.

—Fue un accidente —balbució Andrea—. Yo también la echo mucho de menos.

—No era vuestra hija, vosotros podéis decir que fue un accidente, pero para mí fue un asesinato. Y la culpa la tuvo este cabrón. Toda esa filosofía que aquí tenéis, todas esas gilipolleces bonitas, ¿qué tenías que enredar con mi hija, Max?

Silencio. ¿Qué se puede decir a eso? Un sufrimiento horrible deformó la cara de Max. Ana era su discípula predilecta. La niña de sus ojos. La recomendó a Jesús Sinaloa para que trabajara en la Sima en una investigación pionera para extraer el ADN más antiguo de un fósil humano, el fémur de una homínida llamada EVA, de hace medio millón de años.

—Mi niña, ¿por qué tuvo que morir? Era tan joven. Solo tenía veinticinco años. Nunca disfrutó de la vida. Hasta que entró en Atapuerca. Estaba tan ilusionada mi pobre. Y ahora está bajo tierra, ahora se pudre en una tumba…

El dolor y la incomodidad me asfixiaron sin dejar ningún espacio libre en mi pecho, como si estuviera sentada sobre el filo de una navaja. La tensión se podía cortar con un escalpelo.

Nos quedamos paralizados como si viviéramos dentro de un cuadro de Goya, de un aquelarre, con una bruja como maestra de ceremonias.

Andrea bajó la cabeza como si esa mujer la hubiera abofeteado en plena cara.

—Yo también siento mucho lo que pasó. Echo de menos a Ana…

Un grito horrible, desgarrador, que me erizó la piel del alma como si a la mujer le estuvieran quemando con un soplete.

—Tú le diste el último empujón, hija de puta.

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El increíble misterio de Atapuerca.

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