La sima de la memoria. Capítulo 1

La sima de la memoria capítulo 1

Sinopsis

Maca Fernández, una joven periodista de la revista Planeta HUMANO, viaja a Atapuerca para hacer un reportaje sobre los últimos descubrimientos de los yacimientos. Nueva tierra y nuevo amor, porque Maca se enamora de Julia Rey, guapa y borde como ella sola, hija adoptiva del todopoderoso jefe de la Gran Dolina: Max Rey. Pero la historia da un giro escalofriante, cuando Maca descubre el cadáver de Lisa, la hermana pequeña de Julia Rey. ¿Quién ha matado a Lisa? ¿Y por qué?

Capítulo 1

La Gran Dolina, Atapuerca, verano de 2010.

Max Rey era moreno, alto y fornido. Tenía el pelo abundante y salpicado de canas, peinado hacia atrás. Poseía una cualidad primitiva en su físico, más propia de un Neanderthal que de un Homo Sapiens. Una frente despejada, nariz recta, mandíbula cuadrada y un bigote muy poblado que le hacía parecer un doble de Stalin, solo que con ojos más cálidos, menos crueles. Llevaba melena y un calaçot le coronaba la cabeza.

-¡Venga que esta es la campaña en la que vamos a descubrir la tribu de Antecessors!

-Ja, ja, ja, Max. Qué marcha tío.-dijo Norberto, acercándose a Max y dándole palmadas en su espalda. Le susurro en plan íntimo y confidencial. Aplausos y caricias a los más fuertes, gritos y desprecios a los más débiles. En eso era todo un experto, Norberto. Max se le acercó. Un tío pequeño, casi enano, calvo, con la cara cubierta de cicatrices que le había dejado un caso grave de acné en la adolescencia y le había cargado de un complejo de inferioridad-superioridad para siempre. Calzaba alzas en sus zapatillas New Ballance rojas. Sonreía mucho, feroz e infeliz.

-Enhorabuena Max, me ha encantado tu libro Planeta Humano. Muy bien traído.

-Gracias.

-Me encanta el argumento de que la tecnología es lo que nos ha hecho humanos y que hasta que no se socialice la tecnología entre el Homo Sapiens no se va a completar la evolución.-Alucinante Max. Eres un genio, tío. ¡Crack!

Nadie se atrevía a preguntar a Max lo que todo el mundo tenía en la cabeza: ¿Quién va a ser tu segundo, Max? ¿Quién va a viajar contigo a Olduvai para investigar en el yacimiento de Leaky hijo? ¿Quién va a ocupar el trono de la Gran Dolina cuando tú te jubiles, Max? Norberto se estaba posicionando. Pensé que sería una pena que fuera él, la encarnación del besaculos profesional. Pero el mundo era así. Seguro que sería él el nuevo jefe. Putada. 

Max Rey tenía una vitalidad asombrosa, un entusiasmo fanático, sobrehumano que sólo transmite la gente que se apasiona mucho por algo. Durante una semana me dediqué a observarlo. Dirigía las excavación, subía y bajaba de los andamios, hablaba con los patrocinadores, y sostenía largas e intensas discusiones sobre los yacimientos de Atapuerca y la investigación científica que allí se desarrollaba. 

Tenía un voz ronca y sensual, como si arrastrase un fondo marino. Me parece oírla ahora mismo. Max Rey me fascinó desde que lo conocí. 

El jefe de la Gran Dolina era un investigador de campo. Lo opuesto a una rata de laboratorio. Irradiaba una sensación de tranquilidad, de osadía. Lo escuchaba hablar y me invadía una extraña sensación. Fuerte y dulce como un licor. Me cosquillearon las venas. Emanaba una luz especial como si con su presencia reverdeciese las ilusiones de los demás.

Me vienen recuerdos de él como fogonazos. Estados de ánimo en un carrusel de emociones, arriba y abajo, en una montaña rusa del Tivoli World, ardientes zarzas en el estómago. Claro, que más aún me ponía su hija, Andrea Rey, que pasaba de mí como de la mierda. Ni me miraba. 18 añitos de indiferencia y altivez. La miré y le hice una peineta mental. Te jodes. Tú también me caes de pena, nena. Por mí, no compartiría habitación contigo. Fue tu padre quien se empeñó, no yo. 

Le había caído mal desde el principio. Encima era periodista. Le había caído como una patada en el estómago desde que había ocupado la habitación de su hermana Lisa que había desaparecido de Atapuerca hacía un año y muchos la daban ya por muerta.

Me llamo Maca Fernández Wilson y venido a Atapuerca para huir de mi padre que está ingresado en un psiquiátrico de Jerez. He venido a Atapuerca para huir de mi familia. He venido a Atapuerca para olvidar. He venido a Atapuerca para escapar de la tiranía de mi padre y de mi propio fracaso al haber dejado los estudios de Medicina. Pero no puedo escapar de mí misma. Ahora mientras inyecto una solución consolidante en el fémur de oso del TD 11, y se arremolina en torno a mí una aire caliente bajo el cielo azul siento un sensación de vértigo y de desazón impaciente: la carga de mi propio ego. 

De repente, Merche Cámara, la segunda de Max Rey, entra como un elefante de cacharrería en La Dolina. Me mira, torva y hosca. Me doy cuenta de que no me soporta. No aguanta que una periodista participe en las labores de excavación Andrea está en la playa de tierra del suelo de La Dolina. Se ha ido al cobertizo, donde guardamos las herramientas porque Sinaloa la ha llamado. A saber qué querrá, el suavón de La Sima de los Huesos. Nada bueno. eso seguro.

-¿Qué haces tu aquí? Te dije que no tocaras nada, que no hablaras con nadie, no hay sitio para ti en la Dolina. ¡No eres de los nuestros!

La tensión se cortaba con un cuchillo.

-¿Quién dice eso?

-Lo digo yo.

-Tú no mandas aquí.

-Mando mucho más tú.

Me mordí la lengua porque Cámara tenía razón. Yo no tenía donde caerme muerta en Atapuerca. Sólo había ido a escribir un maldito reportaje sobre los últimos descubrimientos en el yacimiento. Sin darme cuenta -qué gran falacia- me había enamorado de Andrea. Y me había quedado más días de lo previsto.

De repente, Cámara aplastó con su bota Timberlake, las que llevaba todo el mundo en Atapuerca, eso y ropa Coronel Tapioca, marca que parecía que les había patrocinado a todos.

-Fuera, te has cargado el hueso, largo de aquí, tenemos el enemigo a casa.

La miro con sorpresa y rabia infinita. ¡No me lo puedo creer! Todo el mundo calla y mira hacia otro lado. La gente es cagaloncha. No quiere problemas. Todo el mundo en Atapuerca siente pavor de Cámara. 

-Largo de aquí.

Me pongo roja como un coche de bomberos. El aire ardiente se arremolina sobre mi cara, chorros de sudor salino que me pican en los ojos, cojo el pialet , me levanto y me voy hacia la ladera dónde está la encina y la gran piedra caliente recubierta de musgo seco verde oliva. Siento una desazón cósmica mientras me arrastro, cabeza gacha, y tengo que aguantar las miradas curiosas y sibilinas de las cien personas que hay sobre el techo colmatado de la Dolina. Menos mal que Andrea no está. No habría soportado que viera mi humillación. Andrea te ignora. Ni siquiera sabe que existes. Te odia porque ocupas la cama de Lisa que ha desaparecido hace un mes. 

Cada vez hay más chicas que desaparecen en Burgos. Es una realidad. ¿Quién será la siguiente? Tengo miedo. Siento los nervios como cables pelados que al contacto con cualquier cosa sueltan grandes chispazos, híper sensibles. 

¿Por qué soy así? ¿Por qué siento todo con tanta profundidad? ¿Por qué me tomo todo tan a pecho? 

Me siento, amurriada, en la piedra grande y caliente, apartada del grupo como una paria. Distraída, perturbada, cojo el pialet y pico en la tierra color café con leche. Un rato muerto mientras yo también me siento muerta, despojada de mis sueños e ilusiones, tan vacía que duele. 

De repente, me da un vuelco el corazón. Siento un latido acelerado. La sangre ruge en mis sienes. Instintivamente, salto hacía atrás. 

En el hueco de la tierra que he hecho con el pialet asoma un mechón de pelo, y un fragmento de una cabeza humana enterrada.

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La sima de la memoria capítulo 1

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