
Silencios, miradas cocidas a fuego lento, incomodidades, inquietud, amor, angustia, deseo escondido, búsqueda de ternura y dolor, toneladas de poesía buena, realista, reconfortante y ansiosa porque escarba en las profundidades abisales de los personajes. “Olive Kitteridge” ese eso y mucho más, es un cuento doloroso sobre la vida y la muerte, con sus momentos de increíble belleza.
Sobresale entre todo el electo de actores una descomunal Frances McDormand, que se come a su personaje con patatas, y se convierte en mi actriz favorita de la historia de cine.
¡Que buena es Frances McDormand! No hay ni una sola película en la que lo haga mal. Que creíbles y humanos hace a sus personajes, cómo huelen a verdad cuando ella los interpreta.
Impresionante.
Y este personaje de Olive no es que sea fácil ni dulce ni especialmente amable. Es misántropa y ácida aunque tiene buen fondo. El padre de Olive se suicidó. Su abuelo también. Lleva la maldición en la sangre de la depresión, la bendición de una inteligencia mordaz que no pasa una, ni siquiera a su frustrado y resentido hijo Christopher.
-Christopher va al psicólogo, tú te irás de rositas pero a mí me echará toda la culpa-le dice Olive a Henry por teléfono desde el destartalado apartamento de su hijo y su novia, un marido al que ha dado un ictus y ya no habla.
Estamos en Nueva Inglaterra. Olive es profesora de matemáticas en el instituto local y una fiera con patas. Olive no lo ha pasado muy bien, atormentada por sus depresiones y su mirada crítica y analítica a la que juntan sus ataques de rabia. No, no es una persona fácil .
4 episodios. La protagonista es Olive Kitteridge (Frances McDormand), una profesora de matemáticas de mediana edad que trabaja en un pequeño pueblo de Maine (Nueva Inglaterra) y que está casada con Henry (Richard Jenkins), un farmacéutico de buen corazón. Basada en la novela de Elisabeth Strout, galardonada con el premio Pulitzer.
De hecho, Olive Kitteridge es una persona muy difícil, siempre soltando perlas sarcásticas, enamorada del profesor de Literatura, Jim O’Casey, un irlandés cargado de hijos, de alcohol, de cigarrillos y de talento para la poesía y para un turbio romanticismo.

Pero Olive no consuma su pasión y eso le pesa siempre.
-El matrimonio es el matrimonio-suelta a su hijo.
-Ojalá te hubieras follado a O’Casey y no nos hubieras maltratado a papá y a mí.
Olive es un personaje muy complejo, muy honesto, y muy real. No sé si me cae bien o mal. Por fin, un personaje de mujer multidensional, libres de los estereotipos, que nos arranca alguna sonrisa por las burradas que dice, o por ese silencio matador, que nos deja inquietas, y a la vez, maravilladas.
La emoción y poesía de un trozo de vida normal.
¡Aleluya! Nada me interesa más en ficción que una buena historia que sabe mirar atentamente a ese misterio insondable que es la naturaleza humana.

Durante el confinamiento, me leí la novela en una habitación llena de luz, también irradiaban un resplandor las páginas del libro de Strout. La novela me consoló mucho, y me hizo disfrutar como una enana, leía y releía párrafos de la historia para saborearlos mejor mientras el tiempo se deslizaba lento y líquido.
“Creía que ya había superado a Olive. Jamás pensé que volvería a escribir sobre ella. Pero un día, mientras tomaba un café en Noruega, apareció. Venía andando por la marina, apoyada en un bastón y el asunto fue tan vívido que tuve que capturar el momento y escribir esa historia”, relata Elizabeth Strout desde su casa en Maine (donde ha pasado el último año). La escena enmarca el capítulo décimo de su nueva novela, Luz de febrero, una suerte de segunda parte en las vivencias de Olive, que también se puede leer como un volumen independiente (no es necesario haber leído el anterior para adentrarse en sus páginas) en el que trata cuestiones tan fundamentales y silenciadas como la vejez y la soledad.
¿Habrá nueva serie de HBO?

Irónica, ácida, brutal. Vidas normales, vidas anónimas bajo cuya superficiene cotidiana bullen unos sentimientos tan profundos y tan apasionados, tan sutiles tan delicados que me dejan sin respiración.
No hay fuegos artificiales, ni súperheroes, ni efectos especiales. Sólo una buena historia. Sólo buenos personajes
-Tu actitud es patética, Olive-dice Henry cuando Olive llama a Denise, la joven farmaceútica que ayuda a Henry, ratona.
-No te atrevas a echarme un sermón-responde Olive.
En “Olive Kitteridge” late un subtexto oculto en esas asfixiantes cenas familiares por las que Cristopher ira a la psicóloga cuando crezca.
Henry está insatisfecho con su vida personal, su mujer es demasiado áspera para su corazón, busca la ternura desesperadamente y la encuentra en Denise, al mismo tiempo, ama a Olive.
Nos encontramos ante un drama inteligente que me emociona, que me absorbe, me escalda y se me mete en la cabeza. No pasa nada, y pasa todo, a la vez. Pasa la vida ante nuestros ojos.
Y desde el sofá de nuestros salones tenemos la posición de privilegiados voyeurs para espiar la vida de la gran e imbatible Olive Kitteridge.
Lo mejor: Es una obra de arte, no sólo una serie.
Lo peor: Nada.
¿Dónde la puedes ver? En TCM.

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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.