
“La ballena” impresiona, no sólo por la emotiva y auténtica interpretación de Brendan Fraser a través de sus ojos acuosos que destilan dolor, pérdida y amor por su hija perdida, sino también porque solemos asociar a los personajes gordos a personajes negativos en la ficción pero, aquí, un hombre, con más de 300 kilos es un cacho de pan, la bondad personificada. Una no acaba de sufrir con Charlie, de tener compasión por él, un profesor de inglés que apaga la cámara de su portátil para que no capte su físico y lo vean sus alumnos de escritura creativa para evitarse la humillación y la vergüenza.
Un solitario profesor de inglés con obesidad severa (Brendan Fraser) intenta reconectar con su hija adolescente en una última oportunidad de redención.
Pero “La Ballena” de Darren Aranofsky es sobre todo un cuento de autodestrucción y verdad de un ser humano. Aranofsky abandona sus diletantes modernidades para meternos dentro del cuerpo y la mente de Charlie, un Brendan Fraser que derrocha sensibilidad y talento y que es quien más me interesa en la película.
El actor norteamericano desborda humanidad y ternura. Frente a la crueldad de los demas, él no hace daño a nadie, tan sólo a sí mismo. Es un ser frágil a la vez que inteligente y empático que ha perdido al amor de su vida, Alan, y ahora da todo por una hija odiosa que antes le adoraba, (por cierto un patrón muy repetido en el cine el de los hijos hirientes y airados adolescentes)
Una familia disfuncional en la que Charlie destaca como el único ser humano sano moralmente, aunque él cree que sólo ha cometido equivocaciones en su vida.
Un trabajo de Oscar en el que Brendan Fraser ha traspasado la frontera de la tristeza y el duelo para buscar refugio en la comida pero ahora mientras lucha contra una obesidad mórbida ya es demasiado tarde para vivir, sólo queda morir y dejar su legado.
La tremenda nobleza de Fraser, su cordialidad y positividad infinitas en un mundo que le castiga, una y otra vez antes de que abra la boca, me emocionan. Me identifico con Fraser, el personaje que me cae mejor de toda la película, y su intento por recuperar a su hija Ellie, un diablillo deslenguado lleno de ruido y de furia.
La casa de Charlie, oscura, desordenada, lúgubre, es un reflejo del estado anímico del protagonista engullido por una desperación a la que aún arranca chispazos de humor y buen trato a los demás.
Con Charlie, la vida ha sido cruel. Aún así, no ha perdido su gran corazón ni sus ganas de animar y sacar lo mejor de los demás, que le tratan con desprecio y rabia excepto su cuñada.
La película tiene un origen teatral y se nota. Pero no me importa. Quiero estar con Charlie, por incómoda que a veces me sienta. No quiero salir a las calles lluviosas de Idaho.
La película se resume, con una línea de diálogo de la película, que grita Brendan Fraser a su ex mujer:
-Sólo necesito saber que he hecho una cosa bien en mi vida.
La agorafobia, desesperación y profunda melancolía no exenta de humor, las sentimos nosotras cuando le acompañamos en su viaje interior.

Fuera de la casa de Charlie siempre llueve y se respira un ambiente de sectas cristianas y atmósferas homófobas. Me quedo en la casa con él, y nada mala me paso, pero a veces me siento perturbada, incómoda y tengo que parar la película. Aranofsky no me da un respiro.
Pero ese es el arte de Aranofsky: conmoverte y a la vez volverte del revés. Su leit motif en sus guiones es la adicción y sus devastadoras consecuencias.

La mejor interpretación de Brendan Fraser hasta la fecha. Gracias Brendan.
¿Dónde puedes ver “La Ballena”? En Movistar +
Lo mejor: Brendan Fraser. Esos ojos…
Lo peor: Sufres.

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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.