Las ocho montañas amistad verano crecimiento

Estoy comiendo con mis amigas Georgina y Marga, en la casa de la primera, cuando la conversación deriva a la película “Las ocho montañas”. Me viene en oleadas el recuerdo de esta historia hermosísima, llena de matices humanos, basada en una novela de Paolo Cognetti. La película me había gustado mucho pero la había arrumbado en un sótano de mi memoria. Ahora la revivo, conmovida.

Dos niños muy diferentes: Bruno y Pietro. Uno montañés, el otro urbano de Turín. A Bruno, su padre le cercena la vida que lleva en un pueblo de los Alpes italianos cuando se lo lleva a currar con él a Suiza de albañil. Pietro escribe y se siente solo mientras se rebela contra su padre. A cierta edad, hay que matar al padre.

A Bruno lo que más le gusta es cuidar de sus vacas en los pastos, a Pietro lo que le chifla es escribir pero está lleno de miedos y aburrido de ser él mismo. Bienvenido al club. Ambos comparten un profunda, honda, conmovedora, ingenua amistad.

Hay tanta belleza en esta película que se me saltan las lágrimas. Hay tantas cosas fundamentales que me gustan: la naturalidad de la narración, el realismo poético, los personajes y la montaña que es un personaje más.

El encanto y autenticidad de Bruno, maestro quesero, que decide quedarse apegado a su tierra, a los ciclos de la naturaleza porque es montañés y no quiere salir de su montaña.

-Esa planta es un poco rara. Es fuerte donde crece, frágil si la llevas a otro lado-dice.

Difíciles relaciones con sus padres, cada chico por raazones diferentes, pero ese hecho les ha marcado a fuego. Cada uno por razones diferentes.

Tras la muerte de su papá, Pietro, quien llevaba diez años sin hablarse con él, le dice a Bruno.

-No he prestado atención a las cosas que importan. Estaba ocupado en trivialidades que ahora ni siquiera recuerdo-.

Me identifico tanto con esa reflexión, que se me ponen los pelos de punta.

Pietro es un chico de ciudad, Bruno es el último niño de una localidad de montaña olvidada. Con el paso de los años, Bruno se mantiene fiel a su montaña, mientras que Pietro viene y va. Sus experiencias le harán enfrentarse al amor y a la pérdida, recordándoles sus orígenes y abriendo paso al destino

-Yo, si me gusta una cosa, la hago. Al menos lo intento-dice Bruno a Pietro por la noche en torno a una hoguera, después de trabajar juntos en la construccion de una casa, que le dejó el padre a Pietro de herencia, y que sólo era un montón de ruinas.

Pero el lirismo no es artificioso, no hay un tono presuntuoso en “Las ocho montañas”. Van Groeningen mira con cariño y comprension a sus personajes.

El guion incide mucho en el desarrollo interior. Pietro hace el camino de la ascésis cristiana para evolucionar.

Los afectos infantiles, los vínculos emocionales con el padre, la relación con la naturaleza, la sanación que da la amistad contados con emoción y sinceridad.

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Película preciosa, narrada con verdad. Hay momentos que disfruto tanto que se me saltan las lágrimas.

“Las ocho montañas” es rara avis en el cine actual. Me llena por dentro. Me dan ganas de ir a la montaña. Me siento acompañada por Bruno y Pietro, que son grandes tipos.

Eso sí, le quitaría la voz en off. En primer lugar, porque el guion no lo necesita. En segundo lugar, porque le da un toque antiguillo y literario que no me gusta en el cine.

Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2022. Premio a la Mejor Fotografía en la Seminci de Valladolid, el director de foto es Ruben Impens, que realiza un gran trabajo.

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¿Dónde ver “Las ocho montañas”? En Filmin.

Lo mejor: El guion y los actores. El tono de sensibilidad de la narración.

Lo peor: Le sobra la voz en off y ciertas canciones que banalizan la historia.

¿Con quién ver la película? Contigo misma.

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