
Una masturbación que vieron quince millones de españoles, la que Charo López protagoniza en “Los gozos y las sombras” en la que aúlla el nombre de su amor:
-¡Carlos, Carlos, Carlos!
Carlos es Carlos Deza, un dulce y tranquilo Eusebio Poncela, que regresa a Pueblanueva, después de pasar 18 años en Vienea y convertirse en psiquiatra, para chocar con los zafios y toscos usos y costumbres de un pueblo feudal, donde existe el derecho de pernada y donde nadie se mueve sin el control de Cayetano Salgado, el dueño del astillero, interpretado de forma magistral (cómo clava a esos golfos) por Carlos Larrañaga, en un papel hecho a medida.
Pero el trasunto de la cama de Clara es importante porque Clara no tiene cama, y quiere -no una habitación propia a lo Virginia Woolf- sino una cama propia para disfrutar de su vicio privado, la masturbación, que en la época era un gran tabú, cuando no pecado mortal, anathema est, una herejía por la que una mujer podía ser excomulgada.
Una cama propia
Hoy lo vemos con otros ojos. Pero aún nos resuena la vergüenza de Clara cuando le confiesa, culpable, que ella tiene sus vicios, su deseo, a Carlos y cuando este le quita importancia, su prima grita:
-No te rías de mis vicios.
Inés, con quien compartía cama Clara,le ha dicho que duerma en otra cama al descubrir el placer autoerótico de su hermana. Hay una frialdad beata y un buenismo en Inés (Isabel Mestre) que me desagrada. Ahora, Clara duerme con su madre, que es alcohólica. A Charo López le molaría tener una cama propia para entregarse a los abismos llameantes de sus orgasmos a gusto y con absoluta intimidad.

Charo López no era conocida en 1982 en España. Había hecho alguna película con Gonzalo Suárez y para de contar. Pero “Los gozos y las sombras” la hizo famosísima y ejemplo para las españolas con la masturbación gozosa que llevaba a cabo en la serie.
Veo “Los gozos y las sombras” con mamá en Málaga durante el puente del Pilar. Días radiantes, el tintineo de las campanillas del coche de caballos que rueda por el paseo, una cielo alanceado de fogonazos rosas al atardecer y un mar que es un plato nimbado de nácar anaranjado. El calor dobla el horizonte como un helado.
Mamá y yo no recordábamos la serie tan violenta, (la paliza de Cayetano a Rosario nos pone los pelos como escarpias, las groserías del casino de los hípersalidos fuerzas vivas de Pueblanueva) La memoria nos tiende una trampa a la mamerta y a mí y blanquea en su tamiz el perfil de “Los gozos y las sombras”. Yo la recordaba más amable, más idealizado Carlos y con más relevancia sus historias de amor con Clara y Rosario. Pero la realidad de la ficción es mucho más truculenta.
Tras gloriosas y satisfactorias comidas de madre e hija en Jacinto (ostras, quisquillas, calamares, y tortillitas de calamares, y ensalda de pimientos, de postre: bizcotelas), en la Gastroteca (minicroquetitas, pastela de pollo, langostinos tai, pan bao con cochinita pibil y arroz mar y monte y de postre: tarta de manzana y bola de helado de vainilla) y en Los Delfines (ensaladilla rusa, gambas plancha y rosada a la plancha con patatas, de postre, cuajada con tocino de cielo) mamá y yo buceamos en la adaptación por César de Navascúes de la trilogía de Gonzalo Torrente Ballester.
Nos vemos, contentas y entretenidas, capítulos y capítulos en RTVE Play.
Mamá y yo adivinamos a recordar los nombres de los actores que salen en la serie y nos inquieta cuando no los recordamos. Yo me atasco con Santiago Ramos (Juanito Aldán), Santiago sólo me sale, Mamá con Rafael León (Don Lino), pero sin embargo Eduardo Fajardo (Fray Eugenio) le sale de corrido y es un nombre que no he dicho en 50 años, dice. Mamá tiene mejor memoria que yo, lo cual me desazona, me desasosiega y me emponzoña en un negro tembleque.
-Yo me acuerdo que Clara tiene una tienda de telas y puntillas-dice mamá.
Yo no recuerdo nada de eso. Prenden con alfileres en la neblina de mi memoria cenas de Carlos en su pazo, entre libros, una botella de vino, queso de tetilla, pan gallego, frente a la chimenea mientras fuera jarrea con furia, qué sensación tan gozosa: él tan calentito en su madriguera. Y claro, se me fijaron, en la memoria, las escenas sexuales entre Carlos y La Galana porque andaba una muy inocente en 1982, el trigo en ciernes.

-Pobrecita, no tiene de nada-dice mamá cuando Clara le cuenta a Carlos que, prácticamente, va en cueros y no tiene ropa interior.
Carlos le rega la ropa de su madre, aunque Clara Aldán, muy orgullosa, se niega, en un principio, como gata panza arriba pero, al final, cede ante la ternura arrolladora y los buenos argumentos de Carlos Deza.
Por la noch,e Clara se toca su intimidad pensando y fantaseando con Carlos y lo llama con desesperación de ausencia y pura añoranza. Para ella, el placer erótico es una vía de escape de su triste y limitada vida.
La miseria afecta a la vida moral porque Clara da por hecho que su destino es convertirse en la querida de Cayetano y acostarse con él por mil pesetas en ropa interior.
-Qué obsesión con la ropa interior-dice Carlos.
-Es que sólo tengo una braga-le dice Clara.
-No tiene de nada-dice mi madre. Y su hermano no da ni un palo al agua.
Efectivamente, Juanito Aldán ha rechazado un trabajo en el astillero que le ha ofrecido Cayetano y se ve poseído por el dilema moral de no trabajar para su enemigo pero, a la vez, no llevar un jornal a casa para ayudar con la intendencia a sus hermanas.
La serie está llena de momentos cocinillas como cuando Carlos cena en el porche pan, tortilla de patata y queso, y bebe vino en tacitas blancas mientras le da algo de pan a su caballo que está junto a él bajo la lluvia o cuando Carlos queda con Rosario en su estudio, con la chimenea muy viva, y prepara una bandejita con una botella de anís, café y galletas abundantes.
Rosario llega empapada de tormenta y pura belleza. Carlos la mira, embelesado. El deseo tiembla entre ellos.
-Te has mojado las medias. Si quieres puedes ponerlas ahí con el mantón.
La historia de amor entre Rosario y Rosario crece como un bosque incendiado.
-Le ha gustado nada más verla en la camioneta-dice mi madre acerca de Carlos y sus gustos sentimentales.
La hoguera nos calienta a mamá y a mí, en nuestro salón de Málaga un doce de octubre ,con la playa ya a oscuras. Por la terraza se filtra la bocina de algún buque mercante que zigzaguea en la línea calma del Mediterráneo.
-Estas tan guapa, despeinada.
Un silencio tímido.
-¿Cómo te has atrevido a venir?-pregunta Carlos.
-Él no está esta noche-dice Rosario.
Y tras un rato:
-No quiero que el señor piense mal de mí.
-Me imagino que en Pueblanueva habrá muchas mujeres queridas de Cayetano.
-Las demás no me importan. Sólo tengo que dar razón de mí.
-No me acordaba de Paquito-dice mamá.
Paquito, el relojero, es el loco del pueblo. No quiere que Carlos le cure de su locura porque tiene a una novia en Bergantiños y cuando llega la primeravera siente una fuerza que le tira de dentro y le empuja a dejarlo todo y a salir corriendo cargado de regalos en busca de su chica.
Paquito teme que si Deza le cura no pueda experimentar esa llamada y se pierda la historia de amor con la moza de Bergantiños.
La España de Frascuelo y de María, los pueblerinos machistas y garrulos se rien del pobre infeliz que recita discursos de Azaña de corrido en el casino de Pueblanueva,
Paquito avizora la aventura de Carlos y La Galana subido a la copa de un árbol como un gato curioso bajo la lluvia. Se instala en casa de Carlos y se convierte en su amigo.
Tengo el nombre del actor en la punta de la lengua pero no me sale. Me cabreo conmigo misma por esas lagunas de memoria. Se lo digo a mi madre.
-Manuela Galiana.
-Eso es. Joé.
-De momento estoy Compus Menti. No como Biden que está gagá.
Uno de los monotemas de mi madre: la mala salud neurológica de Biden.
La serie nos sale con subtítulos en español y audiodescripción para sordos cada vez que la ponemos.
-No se como quitarlo y me da cosa toquetear-dice mamá.
Mamá y yo vemos “Los gozos y las sombras” como si fuéramos una familia sorda, un subtítulo nos avisa del claxón de un coche y del graznido de una gaviota, y del mugido de una vaca.
Clara no engaña ni miente. Suelta la verdad y muestra su juego sin trampa ni cartón asustando a Carlos y, a la vez, encantándolo con su franqueza y su caracter bravo.
Mamá y yo nos emocionamos cuando Carlos la cita:
-Espérame el domingo a las cinco en la plaza.
Clara cose hasta las cuatro de la mañana dejándose las pestañas sobre la máquina Singer, una igual tenía mi abuela, para acabar el retoque de su nuevo vestido.
-Eh Clara, ¿tienes ya el vestido nuevo?
-Sí, es precioso. No te avergonzarás de ir conmigo-responde a Carlos.
Hace cuarenta años, cuando se estrenó “Los gozos y las sombras”, yo era una adolescente triste y solitaria que prefería ver series a irse a la cama. Las historias excitaban mi imaginación y avivanban las llamas de mi sentidos.
Compartía la melancólica pasividad de Carlos Deza, y algunas de sus virtudes secretas que, a nadie importaban, embozadas bajo mi torpe e inseguro cuerpo en crecimiento. Compartía con el heredero de los Churruchao esa parálisis chejoviana, una desgana y un amor libresco, de fuegos, pan y vino.
Esta noche, esa misma llama azul baila en los ojos de Carlos Deza, y flota su media sonrisa y su holluelo en la barbilla en el salón quieto y tranquilo de nuestra casa.

¿Dónde puedes ver “Los gozos y las sombras”? En RTVE Play.
Lo mejor: La dirección de Mario Camus y los actores.
Lo peor: Cierto tono exagerado.
¿Con quién verla?: Con quien te de la gana.

Tienes algunas de mis novelas en Wattpad.

Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.