
Hay mucho amor y mucho dolor en el guion de “Vidas pasadas”. La directora, Celine Song, logra arrastrarme a su romanticismo exacerbado, a su historia de amor imposible, de reencarnación, renuncia y pasión sin ni siquiera un beso entre Nora y Hae Sun, los protagonistas de la película.
Celine Song es una maestra capturando la intimidad, ese espacio secreto que se abre dentro de nosotros donde se crean la promesa de la alegría y el abismo de la desesperación.
Deja respirar el plano, y así puedo contemplar a los personajes habitando ese tiempo y ese espacio con sosiego, sin necesidad de que la directora haga ninguna filigrana o acelere el ritmo de la narración cambiando de tiro, ansiosa por demostrar cómo mueve la cámara.
La película es una meditación, y como espectadora participo en esa meditación y soy cómplice de Nora y de Hae Sung. Me meto en sus corazones, en sus esperanzas, en sus desilusiones, en su fracaso como pareja, en la relación tan especial que tienen,en su complicidad cariñosa y empática.
“Vidas pasadas” es una historia hermosa. La “Casablanca” de nuestro tiempo para aquellos que aún no se han cansado de amar. Descubro, con desconcertada sorpresa, que yo soy una de ellas.
Hay en la mirada de Celine Song sensibilidad, belleza, delicadeza.
En coreano, hay una palabra “in yeong” que significa destino, providencia. Según el budismo, si has compartido 8.000 capas de amor en anteriores vidas, te encontrarás con el ser querido en la vida presente y de algún modo, contectarás con él.
Es una creencia en la reencarnación, en la idea de que nacemos, morimos y renacemos, y nos volvemos a encontrar con las personas en otras vidas, en la vida presente.
“Vidas pasadas” es profundamente triste, melancólica, saturada de pérdida y oportunidades desperperdiciadas. La secuencia final me arranca un lloro callado, y me atrapa con su poderosa melancolía.
Nora y Hae Sung, dos amigos de la infancia con una fuerte conexión, se separaron cuando la familia de Nora, que entonces tenía solo 10 años, emigró desde Corea del Sur a Canadá. Muchos años después, cuando Nora está estudiando teatro en Nueva York, ambos se reencuentra con él online, y pasarán juntos una semana que les enfrentará al amor, al destino y a las elecciones que componen una vida.

Es increíble cómo la directora ve la arquitectura y la integra en la historia para expresar emociones y evocaciones de la pareja de amigos coreanos. La soledad de Hae Sung sentado en su cama de hotel contemplando su reflejo como si acabara de salir de un cuadro de Edward Hooper, el reflejo de Nueva York en charcos, los espejos del diminuto apartamento donde viven Nora y Arthur, las calles que se difurcan en Seúl ante la mirada de los dos niños, los edificios y los puentes de la Gran Manzana que se diluyen cuando Hae Sung coge el taxi hacia el aeropuerto, las escaleras y la pequeña reja hacia el apartamento de Nora y Arthur en el East Village.
De alguna forma, los elementos urbanos de la ciudad hablan y expresan una emoción a través de la mirada de la directora.
Nora y Hae Sung son como Baucis y Filemón, el mito latino, dos ramas que se unen en un mismo tronco. Estan unidos a pesar de la distancia física, a pesar del paso del tiempo. Sus corazones se han arraigado en la infancia.

¿Dónde ver “Vidas pasadas”? En el cine.
Lo mejor: Su romanticismo exacerbado. La secuencia final.
Lo peor: A veces, se hace aburrida.
¿Con quién verla? A solas.

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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.