
Una no se explica el final de “Un amor”, película de Isabel Coixet. Esos treinta segundos últimos que rompen el código del guion realista y crudo, basada en la novela homónima de Sara Mesa, quien se había esforzado en arrancar un puñado de verdades sobre la misoginia, la mezquindad de la vida rural, la inhumanidad y la miseria moral. No, el final no pega ni con cola y arruina la película.
Los universos de Sara Mesa e Isabel Coixet son muy diferentes, casi irreconciliables. La sordidez, la desmitificación de un puñado de clichés es tan potente en Mesa como la mixtificación, la dulzura poética, la necesidad de arreglar la realidad de Coixet.
La directora hace un esfuerzo por acercarse al imaginario de Sara Mesa, aunque en realidad es Laia Costa la que se carga su personaje a su espalda y lo defiende con fiereza, con convicción y fuerza interior. Nat no es un personaje fácil. Es una mujer en crisis, perdida, contradictoria a quien su entorno es hostil.
Tras huir de su estresante vida en la ciudad, Nat, de 30 años, se refugia en el pequeño pueblo de La Escapa, en la España rural más profunda. En una casa de campo destartalada, con un perro callejero, la joven intentará reconducir su vida. Tras lidiar con la hostilidad de la persona que le alquila la casa y la desconfianza de los habitantes del pueblo, Nat se ve obligada a aceptar una inquietante proposición sexual que le hace su vecino Andreas. Este extraño y confuso encuentro dará lugar a una pasión obsesiva y desbordante que envolverá por completo a Nat y la hará cuestionarse el tipo de mujer que cree ser.

Entonces, ¿qué pasa? Que todo es sórdido, feo, frío y duro. Pasa que Laia Costa levanta la película porque te hace creíble a su personaje Nat, te transmite su desamparo, su cansancio y su desvalimiento.
Andreas es el único que la trata de forma humana, a su manera silenciosa y hosca, maltratada y dolida por las malas cartas que le ha dado la vida a él y a su madre armenia. Aunque la soledad y el silencio le ha penetrado tan hondamente que no sabe o no puede amar a Nat.
¿Por qué va contra el cliché “Un amor”? Precisamente porque no es una película romántica. No idealiza las relaciones amorosas ni el deseo ni la vida en el campo ni a los seres humanos.

Sin embargo el guion falla justamente allí donde Isabel Coixet y Laura Ferrero le meten mano y hacen añadidos incomprensibles, trampantojos, decoraciones a contra pelo y chapuceros.
Sin embargo “Un amor” funciona en las secuencias donde se expresa el deseo y la pasión turbia, desesperada de Nat y Andreas. Nat se aferra como a un clavo ardiendo al sexo con Andreas. Se obsesiona y se engancha a él. Ahí es cuando la película es más verdadera y destila una autenticidad real, una pulsión de vida y realidad.
Pero, al final, Isabel Coixet rompe el código naturalista de la narración y la caga con un colofón ñoño, banal. Otra vez el espíritu Disney con una historia tan realista y dolorosa como “Un amor”.
¿Por qué? Ni idea. No lo entiendo. Es una traición tan fuerte al sentido de la novela, una imposición tan edulcorada que arruina la película que hasta ese momento era notable.
Una lástima.
A veces es mejor no tocar y mucho mejor no retocar. A veces es mejor dejar respirar la historia tal y como fue concebida por su autora, por muy amarga que resulte.
Robarle la autenticidad a “Un amor” es un traspiés incomprensible.

¿Dónde ver “Un amor”? En el cine.
Lo mejor: La interpretación valiente y arriesgada de Laia Costa.
Lo peor: El guion. El final.
¿Con quién ver “Un amor”? A solas.

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Escritora. Autora junto con Gonzalo Toledano del libro “Cómo crear una serie de televisión” (Ediciones T&B) y “El verdadero tercer hombre” (Ediciones del Viento) “Los crímenes de Atapuerca” (Caligrama)
Periodista de RTVE.