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Málaga 82. Capítulo 60

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 60

Margarita conduce hacia la cima de una colina con su Vespino. Yo voy de paquete detrás, temblando de emoción, hecha un flan de excitación y nervios. El paisaje es impresionante: el cielo, la montaña, el mar bañados por la luz dorada de Málaga que es pura belleza. La naturaleza posee una hermosura honda y azul. Se me pone los pelos como escarpias. 

Al fondo, avizoro la plaza, el Mediterráneo con su latido azul y profundo. A la derecha, unas montañas cárdenas se recortan como un circo que nos protege de miradas indiscretas. 

Un sensación de bienestar me recorre de la cabeza a los pies.  

Me siento tan viva. La exaltación me acompaña durante todo el camino a Maro.

Nuria, con amigas.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 9

Sinopsis

Queridas lectoras: comparto con vosotras el capítulo nueve de mi novela «Los crímenes de Atapuerca». El crimen más terrible de Atapuerca. Os recuerdo la historia:

A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 9

Amaneció una mañana preciosa. Un cielo despejado, de un azul delicado como si Dios lo hubiera pintado con sus propias manos. La sierra resplandecía verde brillante, empapada en rocío. Los bosques de encinas y robles se agitaban bajo una suave brisa.

Después de descubrir el cadáver de Miriam y responder a unas preguntas de la policía, Andrea y yo nos fuimos a la casa que Max tenía en la sierra de Atapuerca. Pero yo no pegué ojo en toda la noche. El insomnio y los fantasmas me mordieron la mente hasta que no pude más y me levanté, exhausta. A mi lado, Andrea dormía como un lirón, ajena a mi angustia.

Cuando cerraba los ojos, me venían a la memoria, en vertiginosas y envenenadas ráfagas de imágenes, la cara de Miriam pegajosa de sangre, con los ojos desorbitados, las moraduras en su cara, el pelo negro empapado de sangre coagulada y negra. Esos recuerdos se mezclaban con otros jirones de mi pasado que había intentado olvidar, pero había sido inútil. Yo abriendo la puerta de la habitación de papá. Papá tendido en el suelo, inconsciente, con una espuma blanca saliéndole por la boca, bajo un gran charco de sangre oscura que se oscurecía sobre las baldosas de mármol color salmón. La ansiedad latió en la base de mi garganta con su ritmo sin aire, con su tono siniestro. Papá se había tomado setenta Orfidales. Inconsciente, se había caído de la cama al suelo, donde se había golpeado la cabeza con la pata de mi mesa de estudio, la mesa en la que yo había preparado mis exámenes de Matemáticas, Historia y Literatura durante mi adolescencia, la mesa frente a la que yo había pasado horas y horas hincando los codos, tratando de escribir una novela frente a mi cuaderno y fracasando en el intento.

Por fin, harta de mi depresión silente, harta de estar en la cama dando vueltas, anhelando un descanso que no llegaría, decidí levantarme. Fui a la cocina vacía. Toda la casa dormía. Me preparé un café. Me lo bebí de pie ante la ventana con vistas al jardín que Max había plantado cuando se construyó la casa. A Max le encantaba trabajar la tierra, le encantaba ensuciarse las manos, cavar, arar, plantar, regar, escardar, rastrillar.

Max había nacido y crecido en un pequeño pueblo del Pirineo catalán, Tallül. Sus padres eran campesinos. Allí, de niño, Max se había metido en las cuevas de la montaña acompañado de su abuela y había desenterrado fósiles, los había estudiado y coleccionado. Su habitación era un cúmulo de huesos de osos, fragmentos de cráneos humanos que había excavado, cuchillos de sílex. Una tarde encontró hasta un bifaz tallado en piedra, perteneciente al periodo Achelense.

Durante el invierno, el jardín lo cuida Martín, un chico de Ibeas de Juarros que viene una vez por semana a regar, a quitar las malas hierbas, a rastrillar las hojas que se acumulan en el césped, a podar los árboles cuando toca.

En su jardín, Max creó su propio paraíso, su Arcadia particular. Plantó todas las especies arbóreas que se le antojaron. Hay árboles frutales: limoneros, naranjos, nísperos, manzanos, mandarinos, perales. Hay olmos, magnolios, cipreses, cedros del Líbano, nogales, avellanos, robles, cedros del Atlas, bojes, eucaliptos, enebros sirios, laureles, aligustres, mahonias, castaños de Indias, cedros del Himalaya y cipreses de Portugal.

Max, arrebatado por su entusiasmo maníaco, impulsado por su energía desbordante, incansable, llegó a plantar también un tejo y un gingko biloba, cuyas hojas se ponen amarillas en invierno. Es un jardín maravilloso.

Abro la puerta de la cocina y salgo al porche con suelo de losas de piedra. Estoy descalza. El suelo está frío. ¿Qué le voy a decir a la policía? Porque la policía va a venir a interrogarnos a Andrea y a mí enseguida. Es cuestión de minutos, de horas a lo sumo. Puede que la inspectora Baeza ya esté de camino hacia nuestra casa. Hará muchas preguntas. Querrá saber la verdad. Querrá saber lo que vi. ¿Y qué vi exactamente? Los recuerdos se tornan confusos en mi cabeza aturdida. Solo hay una cosa que voy a ocultar a la policía. Andrea me lo ha pedido como favor y yo le he dicho que sí.

Ayer llegamos a las tres de la mañana a casa. Estábamos agotadas. Bebimos agua como dos desesperadas, nos duchamos, nos pusimos el pijama y nos servimos una copa de vino de una botella de Alión mediada que había sobre la encimera de la cocina. Yo quería irme a la cama enseguida, estaba exhausta, pero Andrea insistió en que descargáramos los clips de las tarjetas de nuestras GoPro y viéramos su contenido en nuestro Mac portátil.

Nos sentamos frente a la mesa de la cocina y contemplamos los planos que habíamos grabado hacia unas horas cuando encontramos el cadáver de Miriam Sinaloa dentro de la Sima de los Huesos.

—¿No te registró la policía?

Andrea negó con la cabeza.

Qué inútiles, por favor. La policía real es menos eficaz que la que sale en las series de televisión. Menuda chapuza. La cantidad de asesinos que andarán sueltos por ahí, la cantidad de equivocaciones, de errores letales que se habrán producido a lo largo de los años en las investigaciones policiales, la cantidad de inocentes que estarán encerrados en las cárceles injustamente. Me estremecí.

La luz de nuestras linternas se proyectaba en la cámara funeraria de la Sima. El cadáver de Miriam sobre un gran charco de sangre en los tablones de madera, los gritos y el horror como brochazos rojos en el cerebro, el escalofrío y una sombra que se perdía en el corredor del fondo. ¿Quién era? No le reconocí la cara. Solo era un bulto. Pero supe que era el asesino. El corazón me latió muy deprisa. Me sobresalté. Paré con el puntero del ratón el vídeo. Rebobiné las imágenes. Me fijé en una débil luz titilante que había al fondo de un ramal de la sima. Me recorrió un escalofrío frío por la espina dorsal

—¿Esta salida no estaba ciega? —pregunté a Andrea.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 8

Sinopsis

Queridas amigas: comparto con vosotras el capítulo 8 de mi novela «Los crímenes de Atapuerca». Os recuerdo la historia. El crimen más escalofriante de Atapuerca.

A Míriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 8

Carla, angustiada, corre hacia Cueva Mayor, se acerca a la puerta enrejada de Portalón, que está precintada por un cordón policial. El juez de guardia levanta el cadáver acompañado de la secretaria judicial, que toma notas en un bloc.

Es noche cerrada. La una de la mañana. Carla siente que le vacían las entrañas cuando ve a dos agentes que salen de Cueva Mayor portando el cadáver de Miriam metido en una bolsa funeraria negra, reposando sobre una tabla espinal.

—Hija mía, hija mía, aquí estoy, hija mía —aúlla Carla.

Ese aullido animal. Luisa solo lo ha oído dos veces. Cuando le dijo a aquel hombre que su niña había aparecido asesinada en aquel pozo cerca de Castro Urdiales después de que una vidente le hubiera convencido de que su hija de cuatro años estaba sana y salva, y a sí misma cuando volvió a la cueva de Rota y Toni, su hermano, había desaparecido con el monstruo.

Carla vuelve a aullar. No es agradable escuchar ese aullido de mamífera más allá de la desesperación. Ha perdido a su cría. La pesadilla empieza. No va a acabar nunca. Nada de lo que le diga Luisa va a poder consolar a esa madre. Lo sabe porque Luisa ha estado en ese lugar que está más cerca de la muerte que de la vida.

Un solo segundo te puede cambiar la vida para siempre.

Luisa coge a Carla del brazo y la retiene mientras le dice que no se acerque. Una mano invisible presiona el corazón a Luisa, que ahora se acuerda de Toni, su hermano. Siente que dentro de ella se desencadena una tormenta helada, llena de viento y nieve y desesperación.

Toni está a su lado. Tiene seis años como cuando desapareció.

—¿Por qué no volviste a buscarme, Luisa? Te esperé, te esperé. Pero no viniste —dice el niño.

La angustia cierra la garganta a Luisa.

—Me ha matado a mi hija. Hijo de puta, me ha matado a mi hija —grita Carla.

Desde una distancia de dos metros, Jesús Sinaloa mira cómo Quique, su hermano y padre de Miriam, abraza a su mujer.

Jesús arranca a andar por la cuesta embarrada fuera de Cueva Mayor y se seca las lágrimas que arrasan su cara con las mangas de su jersey.

Los dos agentes trasladan el cadáver al coche funerario. Otro agente abre la puerta trasera. Los policías meten dentro el cadáver de Miriam.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 5

Sinopsis

Queridas lectoras: comparto con vosotras el quinto capítulo de mi novela thriller «Los crímenes de Atapuerca» (Editorial Caligrama) Os dejo la sinopsis para las que os acabéis de incorporar a este viaje. Un crimen escalofriante.

A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Capítulo 5

1 junio de 2019. Quince días antes del asesinato. Burgos

El zumbido de los tubos fluorescentes en el techo, el trasiego de la gente del equipo de la Dolina, que iba recién duchada a desayunar a la cafetería del Gil de Siloé. Los más viejos, con pantalones cortos vintage color caqui Coronel Tapioca de amplios bolsillos, camisetas beige con el dibujo impreso del Homo antecessor. Los más jóvenes, con el pelo de punta engominado, litros de colonia, olor a champú de hierbas. Mañana recién estrenada.

Ruido de bandejas metálicas. Café con leche y paquetes de galletas María. Una camarera, con cara de resignación y, a la vez, de desear estar en otro sitio, que lleva un gorro blanco parecido a los de la ducha, solo que de tela blanca ajustado a sus rizos grasientos y negros, me mira.

—¿Qué te pongo? —pregunta.

Flashes desagradables me bombardean la cabeza. Germán penetrándome en su cama. Yo arqueando la espalda y echando atrás la cabeza.

Germán, que busca neandertales en la cueva del Mirador.

¿Por qué lo había hecho? Cuando bebía no tenía límites, podía hacer cualquier cosa, perdía el control. Quiero retroceder en el tiempo y borrar mi infidelidad. La vergüenza me cubre como un sudario.

Esa mañana me juro que no vuelvo a beber. La resaca me hace sentirme fuera de la realidad, de todo lo bueno que tiene la vida, del amor por mi chica, atrapada por una espantosa migraña. El corazón me late como un pájaro angustiado.

Hace solo diez días que estoy en Atapuerca, pero me parece que llevo diez años. El yacimiento se divide en cuatro complejos. El primero que se investigó fue el complejo 1, que está compuesto por la Sima de los Huesos, la Sala de los Cíclopes, la Galería de las Estatuas, la Galería de Sílex y el Portalón.

La Trinchera del Ferrocarril es el complejo 2. Allí se encuentran los yacimientos de la Sima del Elefante, la Gran Dolina, Galería y Covacha de los Zarpazos y el Penal.

En los años 70 se descubrió el complejo 3, que está enclavado lejos de la Trinchera. Lo compone el yacimiento del Abrigo del Mirador. A continuación, en la década de los 80, fuera de las cuevas, al aire libre, se hallaron los yacimientos del Hundidero, Hotel California, Fuente Mudarra y Valle de las Orquídeas.

Aún estaba reciente la polémica acerca de la especie que se había encontrado en la Sima de Los Huesos. Michael Donovan, profesor del Museo de Ciencias Naturales de Londres, aseguraba que esos homínidos eran neandertales primitivos. Pero Jesús Sinaloa, director del yacimiento de la Sima de los Huesos, la había clasificado como Homo heidelberguensis.

En Atapuerca se excava en nueve yacimientos, un cinco por ciento de los doscientos descubiertos en la sierra. Se hace un trabajo de paleontología que se heredará de generación en generación. El 99 % de los fósiles y restos de la industria lítica siguen enterrados.

—Resacón en Burgos —bromea Ricardo mientras se acerca con un gesto cómplice y me susurra—: Un poco de coca te vendría bien.

—Ya llegamos tarde, vamos, Lara —dice Andrea, arrastrándome hacia el despacho de Max. Tengo que reprimirme porque todas las células de mi cuerpo ansían un gramito de cocaína. El deseo arde dentro de mí y me emborracha con su promesa infinita de euforia. La boca se me seca. Un latigazo de frustración me azota.

—Buenos días, Andrea. Anoche no te vi en la fiesta —dice Ricardo mirando a Andrea con gesto frío.

Andrea ni se molesta en contestarle. Tira otra vez de mi manga y me susurra:

—Vamos. ¿Tú no estabas muerto, Ricardo? —pregunta Andrea con ese orgullo que es marca de la casa.

A pesar de que estoy a punto de vomitar, no puedo evitar reírme.

—Cómo eres, qué tía —contesta Ricardo con tono de cabreo disfrazado de sorna—. Qué educación —añade.

Me doy cuenta de que un nubarrón negro cruza la cara de Andrea. De repente, intuyo que se avecina una pelea. Andrea no soporta que se le mencionen su infancia de huérfana ni su crianza sin padres biológicos.

Una oleada de irritación hacia Ricardo se levanta dentro de mí. «Qué invasivo, el muy idiota. ¿Por qué no nos deja en paz?, ¿no se da cuenta de que no queremos hablar con él? ¡Qué gilipollas!».

Cojo la mano de Andrea y se la aprieto en un gesto de complicidad.

Ahora soy yo la que tira del brazo de Andrea, que se ha puesto rígida. Me acerco a su cuello, ese cuello que yo tanto amo y que he acariciado durante tantas noches que ahora añoro, noches de cartografiar su cuerpo de huesos frágiles de pájaro. De pronto me viene su manera íntima y especial de llegar al orgasmo, retorciendo la cara y luego relajándola. Su grito de gozo íntimo.

—Pasa de él. Es un gilipollas.

—Te vi anoche. Pero tú no me viste, Lara. —Malicia en los ojos de Ricardo, que parpadean rápido como si fuera un Bambi inocente.

Siento una increíble tensión en mi tripa. Quiero tapar la boca de un puñetazo a ese pesado, quiero lanzarme a su carótida y darme un baño de sangre a su costa.

De repente, el miedo a que Ricardo diga algo de lo que pasó anoche con Germán me devora. «¿Por qué lo hiciste?, ¿estás loca? Tienes en Andrea lo que siempre has soñado. ¿Cómo puedes ser tan perversa y serle infiel a tu novia, que te quiere?». No puedo beber. Me lo decía mi amigo Antón. «Lara, no puedes beber». Llega un momento en el que descontrolo, hago cosas espantosas de las que luego me arrepiento. La culpa me come. Me muero si Andrea se entera. Me enferma la idea de perderla. Me odio a mí misma. Ardo de vergüenza.

Ricardo abre la boca con un deleite desnudo que brilla en sus ojos de serpiente, que aparentan una simpatía de quincalla.

—Te vi bailar con Germán.

Cuchillada en la tripa, pánico frío que se enrosca en mi espina dorsal. Hiervo de ira blanca, estallido caliente. El impulso de pegarle una bofetada al idiota integral de Ricardo me pica, poderoso.

Pero una náusea fría asciende del estómago a mi garganta. Voy a vomitar. Me doblo y echo un líquido amarillo sobre las Nike blancas y nuevas de Ricardo.

—¡Joder!

—Lo siento.

—Llegamos tarde, Ricardo. Ciao —dice dándole la espalda.

Andrea y yo dejamos con la palabra en la boca a Ricardo, quien es tan vulnerable al rechazo. Nos mira con expresión frustrada y cabreada.

Andrea se parte de risa mientras tira de mí hacia el baño. Me lavo y enjuago la boca llena de un eco ácido, repugnante. Me derrito de vergüenza. Tengo que dejar de beber.

Corremos por los pasillos del Gil de Siloé, la residencia donde se aloja todo el equipo que trabaja en Atapuerca durante la campaña de excavación. La Junta de Castilla y León paga el alojamiento. Al lado de este edificio están los laboratorios donde el equipo, por la tarde, analiza los restos fósiles que han encontrado por la mañana.

Normalmente se excava durante los meses de junio y julio. Pero este año es un año muy especial por muchas razones y unos pocos paleontólogos han empezado a trabajar a finales de mayo.

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Málaga 82. Capítulo 51

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 51

Málaga en la década de los 80 no tenía nada qué ver con la ciudad que se ha puesto de moda de ahora. 

Era un lugar maravilloso pero poco importante y atrasado viniendo de Madrid. Una de las razones por las que estudié Periodismo en La Complutense de Madrid fue para irme de la ciudad y escapar de mi casa. 

Hace 35 años, aprendí que a las escalinatas de la calle Carretería le llamaban «La tribuna de los pobres», que  el monte San Antón respondía al nombre de «Las tetas de Málaga», que todo el mundo sabía que la catedral era «La manquita» porque le faltaba una torre (se gastó el dinero) y que la antigua playa de La Malagueta tenía el apelativo de «Lavachochos».

Ja, ja, ja, ja. Me parto la caja. Que guasón y qué inocente parece ahora todo. 

El edificio de la sede de La Junta de Andalucía se llamaba «er edificio quemaó». Muchos años después cambió de nombre y la gente se refería a él como «El Michael Jackson». 

Flípalo. 

La taberna del Pimpi era un sitio cutre que olía a vino y que un vino dulce te costaba menos de 100 pesetas. Yo iba con mi amigo Antón y con mi amiga Gaby. 

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«Málaga 82». Capítulo 45

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 45

Margarita y yo caminamos por el Paseo de Reding, bordeamos el cementerio inglés, el restaurante Adolfo, los edificios amarillos de los militares, la tienda de regalos La azalea, donde Mónica y yo le hemos comprado meses un collar de regalo a Virginia, la lideresa guapa y lista de la clase que viene de Barcelona, lo que le da mucho caché en la remota y estancada Málaga de los años 80.
Mónica solía llevar unos pantalones Bermuda anchos y demasiado grandes, que se nota de aquí a Lima, ya vé, que son de su madre. Virginia, que es muy abeja reina, le da al pico diciendo que, cuando Mónica se pone ropa de su madre, le queda como un tiro de mierda. Virginia era mi amiga pero, a la vez, me da mucho susto porque sí critica así a Mónica que es más amiga que yo, cómo me pondrá a mí.
Hace tres meses, a la nefanda hora de comer en el apestoso comedor de León XIII, María Ángeles me soltó que Virginia sólo me aceptaba como amiga y salía conmigo porque yo era amiga de Mónica. Aunque yo no la creí porque María Ángeles era un bicho de primera categoría, marca mayor.
Sin embargo, un mes más tarde, cuando Virginia y yo volvíamos del retiro de silencio en los montes de Antequera, con el cura Vicente, que nos daba religión en el León XIII y al que le gustaba frotarse los huevos contra el pico del pupitre mientras nos miraba fijo y nos hablaba quedamente, le dije Virginia que María Ángeles contaba ese cuento pero que yo no me tragaba la bola. Pero, de repente, Virginia se quedó más que callada que una zorra, azorada como una palomita. Enrojeció como una amapola.
Se hizo un silencio cuajado de significado. Y como si me peor enemiga me hubiera tirado un pedrazo en la frente, me di cuenta, con infinito horror, que lo que contaba María Ángeles, por muy puta que fuera, era una verdad como una catedral.
Vaya putada.
Un aimportante verdad de la vida se me reveló mientras andábamos Virginia y yo, en sepulcral silencio, por el Paseo de Sancha. Me sentí violenta y temblorosa como si alguien me hubiese arrebatado la inocencia de pronto, con una cruel bofetada en plena cara.
Zasca.
Qué mal, vieja.
Ese momento fue uno de los más tristes descubrimientos de mi adolescencia. 

Pero ahora ya da igual porque Mónica se ha ido a Madrid y Virginia a Barcelona, y yo me he quedado sin amigas.
Ahora estoy con Margarita y el tiempo y el espacio se han congelado, atrapados en una pegajosa y gigantesca bola de ámbar.

-¿Qué quieres ser de mayor?

-Escritora.

-¿Por qué?

-Porque para mí no hay nada más. Pero tengo que ganarme la vida. Mi madre dice que soy una irresponsable.

-Qué maja tu madre.

-Pero no estoy segura. Estoy hecha un lío. Qué mierda de edad prohibida. 
-Ya vé
-Como el libro que nos mandó Amelia.

-Yo no lo leí. 

-¿Y eso?
-No, sé. Yo creo que soy tonta. 
-Para nada. 
-Se me juntan las letras y es un lío, se me apelotonan como patas de mosca.
Se me estremeció el corazón. Me quedé horrorizada.

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«Málaga 82». Capítulo 44

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 44

Me largo de la playa a toda velocidad, con una ira que me bulle dentro como lava roja. No puedo ni respirar porque una niebla naranja y violenta me ciega la mente. 

No veo nada a mi alrededor. Estoy empotrada en la tormenta perfecta que se desencadena, bestial, en mi cabeza y absorbe toda mi atención. 

Soy imbécil. Soy gilipollas. ¿Qué me había creído? ¿Cómo te has hecho esos pajarracos en la cabeza, Sara? Romeo y Julieta. Margarita se enamora de mí y nos vamos a vivir a lo alto de un acantilado lejos de todo, lejos de todos, mientras yo escribo mis novelas y ella pinta, cultiva la huerta y cocina porque le flipa cocinar. Ella dice que es lo único que hace bien y por lo único que recibe algunas migajas de reconocimiento de su familia. Me da mucha pena cuando dice eso. 

Sí, pues espera al sol con las patas colgando, nena. Porque en esta vida ni en la próxima reencarnación va a pasar. 

Vamos a ver, ¿cómo te has montado semejante película? Es que yo soy así de romántica. 

No lo puedo evitar, 

Subnormal. Te odio Sara. Te odio. 

Un momento. Me podría matar y ella lloraría mogollón en mi funeral en Parcemasa y se sentiría muy culpable por todo el daño que me había hecho y aullaría, desesperada, de amor. ¿No sería mejor que me enterraran en el cementerio inglés? Es mucho más bonito que el cementerio municipal, con su estilo del XIX y sus glicinias, con las tumbas de escritores famosos, Gerald Brenan, un chute póstumo de Lord Byron, Shelley, Mary Shelley, y toda esa movida del romanticismo de cuadro de Friedrich que me chifla y hace que me tiemblen las piernas como gelatinas. ¿Pero no tienes que ser anglicano para que te entierren en ese cementerio?

Coño, pues es verdad. No lo había pensado. 

Qué putada, acabo en una triste sala de Parcemasa. Mejor que le doy una vuelta, cuñá. 

-Perdona, por fa. Anda, niña, que siento mucho lo que ha pasado-dice Margarita persiguiéndome, más apurada de lo que la he visto nunca. Ella que es icewoman.

-Déjame.

Me parezco a Maripi, la chica que se queda embarazada a los quince años, que se emborracha en la fiesta del León XIII y llora y grita: «nadie me quiere», en los brazos de Don Luis, el profe de Dibujo Técnico que está frustradísimo porque no le dejan dar inglés. Sí, el que nos da una chapa que te mueres con su infancia con su infancia en las minas de Río Tinto. «Y entonces, yo muy crío, fijaros no viviendo a la sopa boba como vosotros, se cerró la jaula del ascensor y empezamos a bajar en una oscuridad total, y yo acojonado total».
A la hora, yo desconectaba y me ponía a fantasear con que le daba Besos temblorosos de ternura a mi Margarita, a la que hacía dulces e inexpertos ejercicios digitales en la intimidad de mi amiga de origen canario porque los peñazos de Don Luis me emborrachaban la cabeza y me inflamaban de aburrimiento y hastío porque se repetía más que el ajo. Ya se que está mal decirlo porque está muerto y de los muertos no se habla mal pero cuando decía : En Rio Tinto me llamaban «Papafrita», yo pensaba: traducido quiere decir: «Coñazo». 
En la fiesta del colegio convulsa por los sollozos, Maripi se humilló abrazando a Don Luis, que adoptó el papel del padre que ella nunca no había tenido, y buscó consuelo como un pájaro herido al que nadie ha dado cariño en el nido.

-Orvidame, harfavor, fite-Don Luis hizo, días después, una canción de opereta bufa que cantaba a la hora en la que imparte Dibujo Técnico y luego hozaba en la basura clasista de la clase, y soltaba perlas tipo  que Virginaa, la súperstar, guapa y lista, acabará trabajando de ingeniera, y Bernal, el gordo tarugo oficial, en el camión de la basura, cargando contenedores y oliendo a lo que olía de normal porque nunca se cambiaba su camiseta y me envenenaba con su aroma a Armani.

Maripi era carne de cañón desde la línea de salida.

Una tarde, años más tarde, me encontré a Maripi empujando un carrito de un bebé con cara mortificada y avergonzada. Me miró. La miré. Fingimos no conocernos. Sentí compasión por ella pero supe que cualquier cosa que dijera sería humillante para Maripi.

Aquella noche de la Moraga, yo estaba indignada y herida. Había heredado de mi madre una mácula en mi carácter pacífico: un oscuro orgullo que me hacía preferir la soledad a ser toreada y ninguneada por quienes quería.

Un hora antes, me había cortado la parte interior de los muslos para escapar del dolor psíquico.

-Sara.

Empecé a sangrar.

Seguí andando.

-Sara.

El cielo de un violento rosa brillaba sobre la playa. Me sentía como Hamlet en versión adolescente, al borde del suicidio.

Corrí. Me refugié tras un espigón.. Saqué un pañuelo que siempre llevaba para la sangre, y me limpie el corte del brazo. Ignoré a Margarita, superada por mis sentimientos de pena, desgracia, y rabia.

Yo tenía quince años y quince millones de ilusiones.

¿Cómo había podido acabar así?

Joder, joder, joder.

-Sara.

No le hago ningún caso.

Pero, de repente, un muro de cera se derrumba sobre el fuego que hay en mi, y me siento abrumada por una sensación de rendición, cansada como una perra apaleada

-Hola.

-Ey.

-Lo siento mucho. No quería hacer lo que hice…No era mi intención.

Una vibración de emoción en el pecho. Una sensación de caída, de vértigo, de perder el contacto con la arena caliente bajo mis pies, que me abrasaba, ¿me estaría viendo la sangre? Ay Dios, por favor, que ella no se de cuenta de que me he cortado por la desesperación.

-Soy una gilipollas- susurró, compungido, Margarita.

Desde lo alto del espigón como en una escena de Julieta y Julieta me puse a llorar desconsoladamente mientras ella me miraba desde la más oscura arena arrollada por la respiración del mar. Respiré la noche.

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«Málaga 82». Capítulo 40

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 40

-Estás en mi clase de mates. 

-De Literatura. 

-Me das fatiga-dijo María Ángeles señalándome con el dedo índice como si me hubiera condenado a muerte. Pelo cardado, jersey amarras rosa y pantalones blancos Benetton. 

-A ti todo el mundo te da fatiga-dijo Paco Pepe. 

¿Por qué Margarita se quedaba callada?¿Por qué no me defendía? Me sentí súper decepcionada. No, eso no estaba bien. Nada bien.  La herida picaba coomo si me hubieran echado una tonelada de sal. 

-Cuñá, ¿qué hace esta pamplinas aquí?

Nuevo silencio. 

-Chicas, pelearos y hacemos un trío. 

Que tío más repugnante. 

María Ángeles todavía enroscada como una cobra en plan vampiresa a Paco Pepe se rió más falsa que nada. 

-Ja, ja, ja. 

-Ja, ja, ja. 

Yo los mire como si me hubiesen metido un palo en el culo. Era incapaz de sonreir. Aunque tampoco era capaz de marcharme de aquella playa.  

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«Málaga 82». Capítulo 39

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 39

Al verme mientras besaba a Paco Pepe, la estrella de balonmano del colegio, María Ángeles puso cara de acabar de ver a E.T. descendido de su nave espacial a la playa de la Malagueta. 

Nos miramos con un duelo alucinado de tensión interna remota y estancada en el tiepo. 

Que pesadilla. 

La miré. Enrojecí. Y el puto libro bajo el brazo. 

-Tenemos a una nueva invitada. 

-¿Quién es la que viene contigo a este percal?-preguntó María Ángeles

-Una amiga-respondió Margarita.  

Vi que estaban las super guays pijas del León XIII, mis némesis, en la moraga. Coño, coño. 

Qué cagada, pensé. Y me sentí fatal. Fuera de lugar en frente a esa hoguera y la rejilla de la barbacoa. Todo el mundo bebía cerveza y sangría. 

Miré a la payasa con cara de orgullo, con una tensión interna que me moría, como una comadreja acorralada. 

-Sara. Maria Ángeles. 

-Es un placer-dijo como si acabara de oler mierda. 

-Igualmente-dije más falsa que un duro sevillano. 

En menudo changuay me había metido yo solita. ¿Quién me manda meterme en esos líos? Era gilipollas. 

Me sentí muy ridícula con el libro de «Crimen y castigo» bajo el brazo. Eso quedaba cero guay. 

Mierda. Tierra trágame. 

No tenía que haber venido. A buenas horas, mangas verdes. 

Eeinstein. ¿Que te esperaba? Una escena romántica como en las películas teen románticas de John Hugues. Pues sí. 

Yo idealizaba demasiado a quien estaba enamorada. Y luego me pegaba la hostia. 

-Venacapacá y tómate un copazo en copa de baloncesto. 

-No. 

-Qué ñoña, vieja-dijo y añadió:   

-Es mi última moraga en esa mierda de colegio. Y para lo que me queda en el convento me cago dentro. 

María Ángeles era border line. Y tenía la gracia por donde amargan las avispas. 

¿Cómo iba a salir yo de esa encerrona? 

-¿Qué llevas bajo el brazo?

-Nada. 

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«Málaga 82». Capítulo 37

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 37

Margarita y yo nos vimos en la playa. Era las fiestas de San Juan, cuando las aguas del Jordán manaban por todos los ríos, por todos los mares, y había hogueras y moragas por todas partes. La orilla estaba llena de gente. La algarabía intoxicaba, con su alegría juvenil, el ambiente. La animación se cuajaba en las llamas crepitantes de los fuegos, en las charlas y risas, en el olor a humo, a cerveza, y a salitre tocados por la gloriosa explosión del verano.  

Ambas habíamos quedado lejos de la Malagueta porque esa playa estaba llena de chusmones ya que paraba el autobús quince justo enfrente. 

Yo estaba en las nubes ,en trance, envuelta en un maravilloso y alterado estado de conciencia. En la acera, en el paseo Maríítimo había mucha gente, con bolsas, con litronas, con vino, con gaseosa para hacer sangría, con salchichas y panceta para la moraga, que es una barbacoa en la playa. 

Yo llevaba una botella del mejor vino que había encontrado en mi casa, un Pesquera, que de extranjis había robado a mis padres. Me sentía muy excitada, caminando a cuarenta metros del suelo.Con mi libro de ‘Crimen y Castigo’ bajo el brazo y un puñado de folios dentrode lamochila para escribir eltrabajo de Literatura a Margarita.

Debía esforzarme en que colara con Alma, no podía escribirlo demasiado bien, pero ya soñaba triunfal en desarrollar todas mis habilidades literarias delante de Margarita, sintiéndome la reina de la mambo, súper guay, a tope, flotando y volando en mi fantasía más loca como un caballo desbocado. 

Era demasiado bueno para ser verdad. 

Calla, aguafiestas.  

Oh, iba a ser tan perita. Qué bonita era la vida. Qué bello era vivir. 

Gracias Fiódor Dostoyesky por dar alas a mi amor. Yo te bendigo allí dónde estés Fiódor, allí, en el Olimpo de los literatos grandes y eternos.   

«Crimen y Castigo», qué novelón. Me escaldó de tal manera, me centrifuga mis tripas y mi cerebro de forma tan brutal que decido que nada me importa en la vida como tarea salvo escribir. 

No me parece tan interesante y absorbente y llena de sentido ninguna otra profesión salvo la de escritora. Ni cámara, ni periodista, ni médico, ni abogado, ni profesora, ni traductora. 

Escribir es mi obsesión. Es lo único que me importa en la vida. 

Escribir es mi vocación, una sensación de llamada muy poderosa que viene de dentro. 

Escribir, escribir, escribir, sino me obsesiono no llegaré a nada. Al menos, con todas mis dudas, con todas mis zozobras, eso lo sé.

Avisto a Margarita en la playa y el corazón me da un vuelco. Aunque, de repente, se me cae el alma a los pies. 

María Ángeles está con ella.  

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