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«The Quiet Girl»: la cumbre de la sensibilidad cinematográfica

Una niña vulnerable y sensible a la que sus padres no hacen caso. No por maldad sino porque están centrados en criar a las dos bebés, entre peleas y frustraciones que la niña escucha. Una niña introvertida que se esconde, que no es vista, que no recibe cariño ni atenciones pero no se queja. Su desesperación interior está enterrada en capas y capas de silencio. Su vivencia de soledad sólo la conoce ella misma.

En especial, su padre es un desastre. Cuando surge la idea de mandar a Cáit con unos primos de la madre que marchan mejor, el padre, en el coche, es un poema. El tío lleva a su hija como un fardo mientras fuma y oye el fútbol en la radio, sin hablar con ella como si no existiera.

Cuando el padre se vuelve a casa, ni siquiera se despide de Cáit, encima se lleva su maleta por pura falta de atención hacia su hija y hacia su bienestar.

-Yo nunca dejaría a mi hija en la casa de unos desconocidos-dice la tía de Cáit, una mujer delicada y maja.

Cáit se da cuenta de que a sus padres, las personas que se supone que la quieren más, no les importa demasiado. Pero Cáit observa y calla. Se empapa en tristeza hasta que arriba a la granja de sus tíos, donde la tratan mucho mejor, y ella crece por dentro.

Un entorno más amable para una nueva vida menos melancólica.

Cáit también se da cuenta de que el silencio es como un escudo que la protege. Aunque intuye que hay un doloroso secreto en su nuevo hogar.

La Irlanda rural, 1981. Cáit es una reservada niña de nueve años que está desatendida por parte de su pobre, disfuncional y demasiado numerosa familia. Se enfrenta en silencio con dificultades en la escuela y en casa, y ha aprendido a pasar desapercibida para cuantos la rodean. Cuando llega el verano y se acerca la fecha del parto de su madre, Cáit es enviada a vivir con unos parientes lejanos. Sin saber cuándo volverá a casa, se queda en el hogar de unos desconocidos sin más pertenencias que la ropa que lleva puesta. Poco a poco, y gracias a los cuidados de la familia Kinsella, Cáit realiza notables progresos y descubre una nueva forma de vivir. Pero en esta casa donde reina el afecto y no parece haber secretos, ella descubre una dolorosa verdad.

«The Quiet Girl» me pone un nudo en la garganta porque es una peli muy triste, muy delicada, muy de las tragedias de la vida que pasan sin explicación, una historia sobre los que sobreviven, gente buena, que siguen viviendo a duras penas con su carga interior.

En mitad de la noche, Cáit escucha hablar a sus padres de ella y se siente más sola que nunca:

-¿Cuanto se la van a quedar? ¿Hasta que nazca el bebé?

-Claro, se la pueden quedar tanto como quieran-contesta el padre.

En realidad, el personaje más negativo en «The Quite Gird» es el padre de Cáit. La desgana, la indiferenciaa y la frialdad que muestra hacia Cáit y hacia el resto de la familia es lacerante. Por esa razón y otras muchas, el final es tan emocionante y hace que me duela el corazón.

Es una historia muy paciente, que administra sus pausas, sus silencios, su música, su ausencia de música. Me sereno viéndola, con un pellizco en el pecho.

Me conmueve el matrimonio de los tíos que forman los actores Carrie Crowley y Andrew Bennett

Me impacta cómo Bairéad retrata la miserable y devastada vida de la pequeña protagonista, sin énfasis, sin subrayados, sin forzar las cosas. Me atenaza la sensación de que estoy allí con Cáit, dentro de un cuadro sintiendo lo que siente, con el corazón encogido por la melancolía que impregna la atmósfera cotidiana.

Es un guion sensible y desagarrador sobre un tema que me importa mucho: la crianza. Esta basado en una novela de la escritora irlandesa, Claire Keegan, que se llama «Foster».

-Nos quedamos a la niña, muy contentos-dice la tía que cuida a Cáit como nunca la han cuidado sus propios progenitores.

Súper recomendable.

En una entrevista a Colm Bairéad, el director de «The Quiet Girl» afirmaba que «había leído un artículo en «The Irish Times» en 2018, sobre una lista de las diez mejores novelas escritas por escritoras irlandesas. «Foster» estaba en esa lista. No la había leído. Así que salí y me compré el libro. Es un relato largo y así es como a Claire le gusta calificarlo. Lo leí en 40 minutos, y me deslumbró. Me puse a llorar cuando leí el final. Me conmovió tanto la historia. Me encantó que el punto de vista fuera el de esa niña».

«Sus ojos filtran la historia, sus oidos, su corazón de niña, y es tan inmersivo y compasivo. Había sido padre hacía un año y Cleona, que es la productora de la película y mi mujer, estaba embarazada de nuestro segundo hijo, así que estábamos conectados con el tema padres. Como padre primerizo, soy muy consciente de lo que un niño necesita y del amor que sientes por el pequeño. Y encontrarme a esta niña que anhela todas esas cosas y no las recibe, sentí una responsabilidad paternal hacia el personaje y, de cierta manera, quería cuidarla».

¿Dónde puedes ver «The Quite Girl?

Lo mejor: Que ciertas partes del guion permanezcan ocultas, implícitas. La mirada sensible. La increíble interpretación de Catherine Clinch.

Lo peor: Nada

¿Con quién verla?: Con hijos y sobrinos, con tu madre.

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«Las ocho montañas»: amistad, verano, crecimiento interior

Estoy comiendo con mis amigas Georgina y Marga, en la casa de la primera, cuando la conversación deriva a la película «Las ocho montañas». Me viene en oleadas el recuerdo de esta historia hermosísima, llena de matices humanos, basada en una novela de Paolo Cognetti. La película me había gustado mucho pero la había arrumbado en un sótano de mi memoria. Ahora la revivo, conmovida.

Dos niños muy diferentes: Bruno y Pietro. Uno montañés, el otro urbano de Turín. A Bruno, su padre le cercena la vida que lleva en un pueblo de los Alpes italianos cuando se lo lleva a currar con él a Suiza de albañil. Pietro escribe y se siente solo mientras se rebela contra su padre. A cierta edad, hay que matar al padre.

A Bruno lo que más le gusta es cuidar de sus vacas en los pastos, a Pietro lo que le chifla es escribir pero está lleno de miedos y aburrido de ser él mismo. Bienvenido al club. Ambos comparten un profunda, honda, conmovedora, ingenua amistad.

Hay tanta belleza en esta película que se me saltan las lágrimas. Hay tantas cosas fundamentales que me gustan: la naturalidad de la narración, el realismo poético, los personajes y la montaña que es un personaje más.

El encanto y autenticidad de Bruno, maestro quesero, que decide quedarse apegado a su tierra, a los ciclos de la naturaleza porque es montañés y no quiere salir de su montaña.

-Esa planta es un poco rara. Es fuerte donde crece, frágil si la llevas a otro lado-dice.

Difíciles relaciones con sus padres, cada chico por raazones diferentes, pero ese hecho les ha marcado a fuego. Cada uno por razones diferentes.

Tras la muerte de su papá, Pietro, quien llevaba diez años sin hablarse con él, le dice a Bruno.

-No he prestado atención a las cosas que importan. Estaba ocupado en trivialidades que ahora ni siquiera recuerdo-.

Me identifico tanto con esa reflexión, que se me ponen los pelos de punta.

Pietro es un chico de ciudad, Bruno es el último niño de una localidad de montaña olvidada. Con el paso de los años, Bruno se mantiene fiel a su montaña, mientras que Pietro viene y va. Sus experiencias le harán enfrentarse al amor y a la pérdida, recordándoles sus orígenes y abriendo paso al destino

-Yo, si me gusta una cosa, la hago. Al menos lo intento-dice Bruno a Pietro por la noche en torno a una hoguera, después de trabajar juntos en la construccion de una casa, que le dejó el padre a Pietro de herencia, y que sólo era un montón de ruinas.

Pero el lirismo no es artificioso, no hay un tono presuntuoso en «Las ocho montañas». Van Groeningen mira con cariño y comprension a sus personajes.

El guion incide mucho en el desarrollo interior. Pietro hace el camino de la ascésis cristiana para evolucionar.

Los afectos infantiles, los vínculos emocionales con el padre, la relación con la naturaleza, la sanación que da la amistad contados con emoción y sinceridad.

Película preciosa, narrada con verdad. Hay momentos que disfruto tanto que se me saltan las lágrimas.

«Las ocho montañas» es rara avis en el cine actual. Me llena por dentro. Me dan ganas de ir a la montaña. Me siento acompañada por Bruno y Pietro, que son grandes tipos.

Eso sí, le quitaría la voz en off. En primer lugar, porque el guion no lo necesita. En segundo lugar, porque le da un toque antiguillo y literario que no me gusta en el cine.

Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2022. Premio a la Mejor Fotografía en la Seminci de Valladolid, el director de foto es Ruben Impens, que realiza un gran trabajo.

¿Dónde ver «Las ocho montañas»? En Filmin.

Lo mejor: El guion y los actores. El tono de sensibilidad de la narración.

Lo peor: Le sobra la voz en off y ciertas canciones que banalizan la historia.

¿Con quién ver la película? Contigo misma.

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Betty Draper y la maldición de la belleza en «Mad Men»

Betty Draper es un personaje desgraciado en «Mad Men». Está atrapada, tiene todo lo que la sociedad le ha dicho que debía tener para lograr la felicidad y, pese a ello, es profundamente infeliz. Como le dice Arthur, el chico casadero con el que coincide en el picadero de caballos, en la segunda temporada, cuando Betty va a montar: «Eres insondablemente triste». Por supuesto, ella lo niega porque revelar esa vulnerabilidad le restaría perfección e implicaría reconocer que muchas cosas van mal en su vida. Pero, arthur, su compañero de equitación da en el clavo.

Al mismo tiempo, como mujeres modernas empatizamos y, a la vez, no empatizamos con Betty Draper. Nos da pena. Bets sabe que Don es infiel y lo consiente, se aburre tantísimo descongelando neveras, y preparando cenas para su marido que éste no se come, y recogiendo a su hija Sally de clases de ballet encerrada en su campana de cristal mientras siente que el mundo la ha estafado, que la vida la ha estafado, que Don Draper la ha estafado. Pero Betty es una criatura paralizada dentro de un laberinto del que no sabe salir, y la paradoja es que todo el mundo a su alrededor cree que su vida es perfecta.

En una entrevista con Matthew Weiner, el creador de «Mad Men», dijo que condenó a Betty Draper a ser el personaje que iba a morir porque es la única mujer que no cambia.

La maldición de Betty es su culto a la belleza y el tener como valor supremo el físico. Ha sido modelo y su madre le ha inculcado que el fin de una mujer es estar guapa y complacer a su marido. De niña fue gorda, y se acomplejó muchísimo. Su madre le sometió a serveras dietas y cuando su amiga de equitación le comenta que está harta de que su hija no coma nada, Betty responde: «Está bien que cuide su peso desde esa edad».

En una conversación que tiene Betty con Don cuando se van a dormir: «No me puedo creer lo vieja que está (Gina Lollobrigida)»

-A todos los hombres nos gusta.

-Si me pongo así de vieja prefiero morir-dice Betty.

-Prometo congelarte las patas de gallo, Birdie-bromea Don.

Pero es evidente que Betty pese a su increíble belleza, se aburre un huevo y lleva una vida depresiva, es más, sufre ataques de ansiedad que somatiza en temblores de manos incontrolables. Una tarde, Betty lleva a los niños a casa conduciendo y sufre otra vez esa agitación incontrolable y ese agarrotamiento de las manos, pierde el contro del volante y se estrella contra la fuente del jardín de los vecinos.

No les pasa nada grave ni a ella ni a sus hijos, pero cuando el cuenta el accidente a Don:

Hubiera sido terrible que Sally se hubiera hecho una herida en la cara, eso habría arruinado su vida.

La belleza es la joya de la corona de los valores vitales para Betty Draper aunque también la juventud y ser una chica radiante. Aunque una tarde mientras Betty y Francine, la vecina, toman café y se aburren no puede evitar mostrarse vulnerable:

-De repente, empecé a sentirme tan vieja. Mi madre siempre estaba muy preocupada por el aspecto físico y el peso.  

Mi madre era tan hermosa. Siempre decia: Estás pintando una obra de arte. Que no se noten las pinceladas. Era tan guapa. Pero ¿por qué hago todo esto? Yo no soy tan superficial-le dice Betty a Francine, con la que no puede evitar sentirse superior.
-Mientras los hombres me miren así es que me conservo bien-añade.

Francine, que cree que Betty tiene una vida perfecta casada con Don perfecto, alaba la belleza de su amiga.
-Pillé el otro día al doctor Wayne mirando mi escote-remata Betty.  

Una de las múltiples infidelidades de Don Draper le sale cara al jefe de creativos de «Sterling and Cooper»: la que tiene con Bobbie Barret, la mujer y representante de Jimmy Barret, un cómico que protagoniza el anuncio de patatas Utz. Jimmy se lo cuenta a Betty, que se queda hecha polvo. No dice nada. Porque las reacciones en los personajes «Mad Men» no son inmediatas como también pasa en la vida, (sucede igual cuando Campbell chantajea a Don con revelar su oscuro pasado si no le asciende a director de cuentas) sino que hay un proceso de toma de decisiones, unos detonantes, y mientras tanto Betty tiene que preparar una cena con comida internacional (genial, gazapacho andaluz de primero) y otros platos exóticos. Para beber Betty escoge champám frances y cerveza Heinecken sin saber que su marido la está utilizando como experimento real de que las mujeres con su perfil «educadads, adineradas y con mucho tiempo para comprar» de las urbanizaciones, donde no hay bares ni cafeterías, compran Heinecken porque «Holanda suena igual que París».

Sin decirle nada a Betty, Don cena con gente del trabajo(Steerling, Duck Phillips, Crab Colson y sus señoras) y, al sacar Betty las Heineckens, todos se ríen aunque ella se siente avergonzada, desplaazada porque no entiende la broma. Don sólo levanta los brazos abiertos al cielo como diciendo: qué voy a hacer si soy un crack.

Cuando Betty y Carla, la criada negra, están recogiendo y lavando los platos de la cena, mientras Don está repantingado en el sofá viendo la tele, Betty le dice a Carla que lo deje, que ya recogerá ella mañana y que se puede marchar aa casa. Por el tono de voz de Betts, ya intuyo que se avecina una buena bronca marital.

Aquí hay una secuencia para estudiar sobre cómo el conflicto se presenta progresivamente y está basado en el subtexto. Por supuesto, conocemos la faceta falsa y mentirosa de Don Draper, y el hecho de que él conozca mejor a su mujer que ella a él.

Las cosas van de menos a más. Aquí hay un subtexto muy claro: tú me has engaañado con esa tía Barret, pero te digo que me has humillado al no contarme que sabías que iba a comprar Heinecken ni que estabas haciendo un experimento publicitario con tu propia mujer.

Betty apaga la tele que esta viendo Don. Se planta delante de él más cabreada que una mona.

-Me has avergonzado.

-¿De que hablas?

-Me has avergonzado.

-¿Qué he hecho?

-Sabías que iba a comprar esa cerveza.

-¿Y que?

-Porque me conoces tan bien. Lo sabes todo sobre mí

-Bets, siempre utilizo mi vida en el trabajo. Me pagan por eso.

-Te has reído. Todos se han reído. Es muy divertido reirse de otra.

-Venga, lo estás interepretando mal.

-Me has avengonzado.

-Lo siento. No tenía mala intención. No lo he pensado.

-Tú nunca tienes mala intención. Nunca piensas. Siempre haces lo que te da la gana.

Pero luego el conflicto evoluciona a Betty gritando a Don que Bobbi Barret es tan vieja, ¿Cómo puede estar Don con ella? Porque ella le conoce a él: no puede evitarlo. Jimmy Barret se lo ha contado.

-Jimmy Barret me odia-dice Don.

En todo momento, Don Draper actúa como Tony Soprano en sus enfrentamientos con Carmela: negar la mayor aunque la mayor sea tan obvia.

¿Dónde puedes ver «Mad Men? En Amazon Prime Video.

Lo mejor: Es una obra maestra. No es sólo una serie.

Lo peor: Que haya acabado y no se escriban más temporadas.

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«True Detective» T4: el thriller polar que te hiela la sangre

Siempre me alegra ver a Jodie Foster en una pantalla. Es una actriz y directora que me encanta y que me ha regalado infinidad de momentos de emoción en el cine. Su presencia ilumina cualquier plano anodino y le dota de una verdad excepcional. Está especializada en hacer de mujeres obreras, de víctimas de un violación, de prostitutas y de madres desbordadas por la vida un hijo superdotado. Es una crack.

Veo, con intriga y con estimulante curiosidad, el primer episodio de la cuarta temporada de «True Detective». Ocho científicos investigan en una estación en el Ártico. De pronto, desaparecen misteriosamente.

Una canción de los Beatles suena a todo trapo mientras, en una gigantesca pantalla, Ferris Buller baila y canta durante el día en el que ha hecho pellas, en la estación vacía, donde ojito, guiño a David Lynch y a su peli «Terciopelo azul», Jodie Foster, agente de policía, encuentra la lengua arrancada de una mujer nativa.

Cinco años después de su última entrega, «True Detective» ha vuelto y busca mirarse en el espejo de su primera temporada creada por Nic Pizzolatto, lucha por reflejarse en la mítica primera parte de la saga en la que Matthew McConaughey nos quitaba las ganas de vivir, con su amargado nihilismo inspirado en la filosofía de Ligotti.

Y sorpresa, la cuarta temporada de la saga es adictiva, sorprendente, terrorífica, con grandes interpretaciones, giros de guion logrados y capaz de hipnotizarnos con su atmósfera helada.

Oscuridad, terror, y una trama detectivesca que te mantiene enganchada hasta el final, sin aliento, absorbida por su capacidad mesmerizante y lisérgica de hacernos volar como drones sobre el hielo azul de Alaska.

Aquí, Issa López, la directora y guionista mejicana, coge los mandos de la ficción y regresa a las raíces de la serie. Investiga en la oscuridad interior de las dos detectives protagonistas. Les hace enfrentarse a sus peores demonios.

Me encandila la cabecera hipnótica de «True Detective»: esos planos lisérgicos y oníricos de paisajes cuajados de nieve azul, lobos, muñecas que se bambolean en un mecedora, pesadillas y obsesiones al ritmo de un música hipnótica y muy triste.

«True Detective» bebe de las fuentes de David Lynch y Jane Campion. Es rarita de cojones. Hay negrura, nihilismo, terror, elementos sobrenaturales e inquietud desasosegante por un tubo. Bienvenidos a la noche polar del Alaska.

-¿Qué pasó en tu último caso con Navarro?-le preunta un agente joven a Jodie Foster.

-Fue bien hasta que no lo fue.

Un hombre ha asesinado a su mujer.

-Llegamos tarde. No pudimos hacer nada.

Ahora Jodie Foster tiene un nuevo caso.

-Estoy trabajando en un nuevo caso. Ocho científicos desaparecidos. Encontrados en la entrada del pueblo. Congelados-dice Jodie Foster.

En «Noche polar» hay una realidad insoportable, la de la vida.

Me apunto en bloc de notas del móvil un diálogo de Jodie Foster que me hace gracia mientras cae la noche polar sobre Madrid.

Su compañero añoso ha encerrado en el calabozo de la comisaría del pueblo a una mujer que estaba borracha y armando follón. Al poco rato, el tipo la suelta. Llega Jodie Foster que le dice al agente que ha liberado a la detenida:

No la voy a soltar sólo porque te la chupe.
-Para que lo sepas, estoy prometido.
-Sí, con la del catálogo.
-No, se llama Natalia. Es de Vladivostok.

True Detective Temporada 4 da frío sólo de verla pero esa sensación aterida es también parte de su encanto. Bienvenidos al thriller polar con inquietudes metafísicas, desasoiego sobrenatural, perspectiva obrera y feminista.

Es una lástima pero el capítulo piloto se tuerce cuando el conflicto se dispersa. Miedito me da en el momento en el que aparece ese oso polar en medio de la carretera. La trama da bandazos y pierde mi atención en algunos instantes del visionado.

¿Dónde puedes ver «True Detective Temporada 4»? En Movistar +

¿De qué va? Cuando la larga noche de invierno cae en Ennis, Alaska, los ocho hombres que operan la Estación de Investigación Ártica Tsalal desaparecen sin dejar rastro. Para resolver el caso, las detectives Liz Danvers y Evangeline Navarro tendrán que enfrentarse a la oscuridad que llevan dentro y escarbar en las atormentadas verdades que yacen enterradas bajo el hielo eterno.

Lo mejor: La dirección de Issa López y la interpretación de Jodie Foster.

Lo peor: A veces se para la trama y se dispersa el conflicto.

¿Con quién verla? A solas y bien abrigadita.

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Portada » nuria verde periodista

  1. «True Detective» bebe de las fuentes de David Lynch y Jane Campion. Es rarita de cojones. Hay negrura, nihilismo, terror, elemenos sobrenaturales e inquietud desasosegante por un tubo. Bienvenidos a la noche polar del Alaska.

  2. True Detective Temporada 4 da frío sólo de verla pero esa sensación aterida es también parte de su encanto. Bienvenidos al thriller polar con inquietudes metafísicas, desasoiego sobrenatural, perspectiva obrera y feminista.

  3. -Estoy trabajando en un nuevo caso. Ocho científicos desaparecidos. Encontrados en la entrada del pueblo. Congelados-dice Jodie Foster.

  4. Me apunto en bloc de notas del móvil un diálogo de Jodie Foster que me hace gracia mientras cae la noche polar sobre Madrid.
    Su compañero añoso ha encerrado en el calabozo de la comisaría del pueblo a una mujer que estaba borracha y estaba armando follón. Al poco rato, el tipo la suelta. Llega Jodie Foster que le dice al agente que ha liberado a la detenida:
    -No la voy a soltar sólo porque te la chupe.
    -Para que lo sepas, estoy prometido.
    -Sí, con la del catálogo.
    -No, se llama Natalia. Es de Vladivostok.

Portada » nuria verde periodista

Málaga 82. Capítulo 60

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 60

Margarita conduce hacia la cima de una colina con su Vespino. Yo voy de paquete detrás, temblando de emoción, hecha un flan de excitación y nervios. El paisaje es impresionante: el cielo, la montaña, el mar bañados por la luz dorada de Málaga que es pura belleza. La naturaleza posee una hermosura honda y azul. Se me pone los pelos como escarpias. 

Al fondo, avizoro la plaza, el Mediterráneo con su latido azul y profundo. A la derecha, unas montañas cárdenas se recortan como un circo que nos protege de miradas indiscretas. 

Un sensación de bienestar me recorre de la cabeza a los pies.  

Me siento tan viva. La exaltación me acompaña durante todo el camino a Maro.

Nuria, con amigas.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 9

Sinopsis

Queridas lectoras: comparto con vosotras el capítulo nueve de mi novela «Los crímenes de Atapuerca». El crimen más terrible de Atapuerca. Os recuerdo la historia:

A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 9

Amaneció una mañana preciosa. Un cielo despejado, de un azul delicado como si Dios lo hubiera pintado con sus propias manos. La sierra resplandecía verde brillante, empapada en rocío. Los bosques de encinas y robles se agitaban bajo una suave brisa.

Después de descubrir el cadáver de Miriam y responder a unas preguntas de la policía, Andrea y yo nos fuimos a la casa que Max tenía en la sierra de Atapuerca. Pero yo no pegué ojo en toda la noche. El insomnio y los fantasmas me mordieron la mente hasta que no pude más y me levanté, exhausta. A mi lado, Andrea dormía como un lirón, ajena a mi angustia.

Cuando cerraba los ojos, me venían a la memoria, en vertiginosas y envenenadas ráfagas de imágenes, la cara de Miriam pegajosa de sangre, con los ojos desorbitados, las moraduras en su cara, el pelo negro empapado de sangre coagulada y negra. Esos recuerdos se mezclaban con otros jirones de mi pasado que había intentado olvidar, pero había sido inútil. Yo abriendo la puerta de la habitación de papá. Papá tendido en el suelo, inconsciente, con una espuma blanca saliéndole por la boca, bajo un gran charco de sangre oscura que se oscurecía sobre las baldosas de mármol color salmón. La ansiedad latió en la base de mi garganta con su ritmo sin aire, con su tono siniestro. Papá se había tomado setenta Orfidales. Inconsciente, se había caído de la cama al suelo, donde se había golpeado la cabeza con la pata de mi mesa de estudio, la mesa en la que yo había preparado mis exámenes de Matemáticas, Historia y Literatura durante mi adolescencia, la mesa frente a la que yo había pasado horas y horas hincando los codos, tratando de escribir una novela frente a mi cuaderno y fracasando en el intento.

Por fin, harta de mi depresión silente, harta de estar en la cama dando vueltas, anhelando un descanso que no llegaría, decidí levantarme. Fui a la cocina vacía. Toda la casa dormía. Me preparé un café. Me lo bebí de pie ante la ventana con vistas al jardín que Max había plantado cuando se construyó la casa. A Max le encantaba trabajar la tierra, le encantaba ensuciarse las manos, cavar, arar, plantar, regar, escardar, rastrillar.

Max había nacido y crecido en un pequeño pueblo del Pirineo catalán, Tallül. Sus padres eran campesinos. Allí, de niño, Max se había metido en las cuevas de la montaña acompañado de su abuela y había desenterrado fósiles, los había estudiado y coleccionado. Su habitación era un cúmulo de huesos de osos, fragmentos de cráneos humanos que había excavado, cuchillos de sílex. Una tarde encontró hasta un bifaz tallado en piedra, perteneciente al periodo Achelense.

Durante el invierno, el jardín lo cuida Martín, un chico de Ibeas de Juarros que viene una vez por semana a regar, a quitar las malas hierbas, a rastrillar las hojas que se acumulan en el césped, a podar los árboles cuando toca.

En su jardín, Max creó su propio paraíso, su Arcadia particular. Plantó todas las especies arbóreas que se le antojaron. Hay árboles frutales: limoneros, naranjos, nísperos, manzanos, mandarinos, perales. Hay olmos, magnolios, cipreses, cedros del Líbano, nogales, avellanos, robles, cedros del Atlas, bojes, eucaliptos, enebros sirios, laureles, aligustres, mahonias, castaños de Indias, cedros del Himalaya y cipreses de Portugal.

Max, arrebatado por su entusiasmo maníaco, impulsado por su energía desbordante, incansable, llegó a plantar también un tejo y un gingko biloba, cuyas hojas se ponen amarillas en invierno. Es un jardín maravilloso.

Abro la puerta de la cocina y salgo al porche con suelo de losas de piedra. Estoy descalza. El suelo está frío. ¿Qué le voy a decir a la policía? Porque la policía va a venir a interrogarnos a Andrea y a mí enseguida. Es cuestión de minutos, de horas a lo sumo. Puede que la inspectora Baeza ya esté de camino hacia nuestra casa. Hará muchas preguntas. Querrá saber la verdad. Querrá saber lo que vi. ¿Y qué vi exactamente? Los recuerdos se tornan confusos en mi cabeza aturdida. Solo hay una cosa que voy a ocultar a la policía. Andrea me lo ha pedido como favor y yo le he dicho que sí.

Ayer llegamos a las tres de la mañana a casa. Estábamos agotadas. Bebimos agua como dos desesperadas, nos duchamos, nos pusimos el pijama y nos servimos una copa de vino de una botella de Alión mediada que había sobre la encimera de la cocina. Yo quería irme a la cama enseguida, estaba exhausta, pero Andrea insistió en que descargáramos los clips de las tarjetas de nuestras GoPro y viéramos su contenido en nuestro Mac portátil.

Nos sentamos frente a la mesa de la cocina y contemplamos los planos que habíamos grabado hacia unas horas cuando encontramos el cadáver de Miriam Sinaloa dentro de la Sima de los Huesos.

—¿No te registró la policía?

Andrea negó con la cabeza.

Qué inútiles, por favor. La policía real es menos eficaz que la que sale en las series de televisión. Menuda chapuza. La cantidad de asesinos que andarán sueltos por ahí, la cantidad de equivocaciones, de errores letales que se habrán producido a lo largo de los años en las investigaciones policiales, la cantidad de inocentes que estarán encerrados en las cárceles injustamente. Me estremecí.

La luz de nuestras linternas se proyectaba en la cámara funeraria de la Sima. El cadáver de Miriam sobre un gran charco de sangre en los tablones de madera, los gritos y el horror como brochazos rojos en el cerebro, el escalofrío y una sombra que se perdía en el corredor del fondo. ¿Quién era? No le reconocí la cara. Solo era un bulto. Pero supe que era el asesino. El corazón me latió muy deprisa. Me sobresalté. Paré con el puntero del ratón el vídeo. Rebobiné las imágenes. Me fijé en una débil luz titilante que había al fondo de un ramal de la sima. Me recorrió un escalofrío frío por la espina dorsal

—¿Esta salida no estaba ciega? —pregunté a Andrea.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 8

Sinopsis

Queridas amigas: comparto con vosotras el capítulo 8 de mi novela «Los crímenes de Atapuerca». Os recuerdo la historia. El crimen más escalofriante de Atapuerca.

A Míriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 8

Carla, angustiada, corre hacia Cueva Mayor, se acerca a la puerta enrejada de Portalón, que está precintada por un cordón policial. El juez de guardia levanta el cadáver acompañado de la secretaria judicial, que toma notas en un bloc.

Es noche cerrada. La una de la mañana. Carla siente que le vacían las entrañas cuando ve a dos agentes que salen de Cueva Mayor portando el cadáver de Miriam metido en una bolsa funeraria negra, reposando sobre una tabla espinal.

—Hija mía, hija mía, aquí estoy, hija mía —aúlla Carla.

Ese aullido animal. Luisa solo lo ha oído dos veces. Cuando le dijo a aquel hombre que su niña había aparecido asesinada en aquel pozo cerca de Castro Urdiales después de que una vidente le hubiera convencido de que su hija de cuatro años estaba sana y salva, y a sí misma cuando volvió a la cueva de Rota y Toni, su hermano, había desaparecido con el monstruo.

Carla vuelve a aullar. No es agradable escuchar ese aullido de mamífera más allá de la desesperación. Ha perdido a su cría. La pesadilla empieza. No va a acabar nunca. Nada de lo que le diga Luisa va a poder consolar a esa madre. Lo sabe porque Luisa ha estado en ese lugar que está más cerca de la muerte que de la vida.

Un solo segundo te puede cambiar la vida para siempre.

Luisa coge a Carla del brazo y la retiene mientras le dice que no se acerque. Una mano invisible presiona el corazón a Luisa, que ahora se acuerda de Toni, su hermano. Siente que dentro de ella se desencadena una tormenta helada, llena de viento y nieve y desesperación.

Toni está a su lado. Tiene seis años como cuando desapareció.

—¿Por qué no volviste a buscarme, Luisa? Te esperé, te esperé. Pero no viniste —dice el niño.

La angustia cierra la garganta a Luisa.

—Me ha matado a mi hija. Hijo de puta, me ha matado a mi hija —grita Carla.

Desde una distancia de dos metros, Jesús Sinaloa mira cómo Quique, su hermano y padre de Miriam, abraza a su mujer.

Jesús arranca a andar por la cuesta embarrada fuera de Cueva Mayor y se seca las lágrimas que arrasan su cara con las mangas de su jersey.

Los dos agentes trasladan el cadáver al coche funerario. Otro agente abre la puerta trasera. Los policías meten dentro el cadáver de Miriam.

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Málaga 82. Capítulo 50

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. Una historia de amor en Málaga 82.

Capítulo 50

Para Margarita debió ser una honda humillación acompañar a trabajar a su padre en nuestro jardín de nuestro chalet de Marbella. Tras la muerte de la madre de Margarita, todo se había derrumbado cómo una pirámide de naipes en su familia. Javier, el padre de Margarita, había mentido a sus hijos. No era abogado sino jardinero y manitas para todo. El dinero lo conseguía de un fondo de inversiones que tenía la madre. Pero todo se había pulverizado porque ya no quedaba más dinero. No quedaba más pasta que rascar ni más mentiras qué amortizar. Estaban en la ruina.

Javier se lo había contado a Margarita, y ella -después del trauma de perder a su madre a quien adoraba- se lo tomó bastante bien. A mi amiga, poco le importaban los cuentos de su progenitor mientras pagara las cuentas y cuidara de ella y de sus dos hermanos. Le preocupaba mucho más Martín, su hermano con Síndrome de Down. pPnsar en su futuro le desazonaba mucho. Pero ¿qué podía hacer?

Margarita ya sabía que, en cuanto cumpliera los 16 años, se pondría a trabajar de camarera en cualquier garito de la noche de Málaga, para ganar dinero poniendo copas a tipos borrachos y lujuriosos que se querrían meter dentro de sus bragas. Pero quería compaginar el trabajo con los estudios. No había abandonado su sueño de ir a la Universidad. Sabía que era el único billete de salida para escapar de la ratonera de su claustrofóbica y exigente familia.

En cambio, mi vida estaba en sus antípodas: mi familia era rica, tenía un chaletazo en Marbella, cerca de la playa con palmeras que acunaba la brisa del Mediterráneo. Yo iba a ir a estudiar Periodismo a Madrid con todos los gastos pagados sin preocuparme por tener que trabajar en trabajos basura, sin angustiarme por el dinero.

Pero el jardín nos unió a Margarita y a mí.

Mi padre había creado un jardín pantagruelico plantando naranjos, limoneros, ciruelos, nísperos, manzanos, higueras, fresas y rosales de tres tipos diferentes: los que daban rosas de té, los que daban rosas de pitiminí y los que daban rosas rojas como la sangre. Había plantado también césped en las cuadtro laderas del terreno, y árboles llorones en la piscina vallado por una cerca de varas de aluminio cruzada. 

Los Rojas solíamos pasar allí los fines de semana. Como  yo no tenía amigos, a mí me daba igual. Sólo era un agujero más grande y más cómodo donde esconderme.

Tras la muerte súbita y brutal de la madre de Margarita de un ataque al corazón, ella había cambiado de personalidad. Había dejado de ser la niña dulce y bien adaptada a la que todo el mundo quería e invitaba a sus fiestas y se había vuelto feroz y rebelde, una lenguaraz indomable, una loba herida que hería con su lengua vitriólica que escupía veneno a cualquiera que se le acercara.

Para Margarita, la muerte de su madre supuso el fin de su adolescencia. Y me avergüenza mucho pensar que a mí me beneficio. La muerte de su madre abrió la puerta de nuestra relación e hizo que ella se fijara en mí después del desastre del tornado emocional que había destrozado su vida.

Sin duda, en la vida de mi amiga, hubo un antes y un después de morir su madre.  El trauma abolió su felicidad. A partir de ese traumático momento, tuvo que ocuparse de Martín, hacer las tareas domésticas, fregar, planchar, limpiar la casa, hacer las camas, barrer, cocinar. Conoció las verdades inquietantes de su familia. La vida le robó la inocencia, le cortó las alas y le echó veinte años encima.

En Marbella, una tarde de verano, cielos azules, palmeras verdes, yo estaba tumbada en la toalla junto a la piscina mientras leía «Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen cuando la vi entrar por la puerta del jardín con cara de vergüenza siguiendo a su padre y cargando con una pala y un rastrillo. Su padre le llevaba la delantera empujando una carretilla llena de mantillo de estiércol.

La miré. Me miró. Me puse roja. La cara me ardía de emoción y excitación y culpa. ¿Me tenía rencor porque yo presenciaba cómo ella había empezado a formar parte del servicio de mi familia? Tuve miedo de que me odiara.

La miré. Me miró. La sonreí. No me devolvió la sonrisa.

Yo seguí leyendo «Orgullo y prejuicio», sin poder concentrarme mientras miraba cómo Margarita empujaba un cortacésped por nuestro jardín. Con unos pantalones vaqueros cortos y deshilachados, y una camiseta blanca empapada en sudor, estaba guapísima. 

Tuve la fantasía de levantarme. Acercarme a ella. Apagar el cortacésped. Coger su cara entre mis manos y besarla, explorarla con mi lengua, besarla para siempre, sin importar la gente, sin importar las barreras que nos separaban. 

Me levanté y me acerqué a Margarita, con timidez, más cortada que una paraguaya. 

-Valor, Sara, valor-me dije a mí misma, mentalmente.-Vamos, que tú puedes-añadí para mi coleto.  

Caundo me vio, no apagó el cortacesped que hacía un ruido infernal. Siguió trabajando como si nada.  

-¿Cómo estas?-le pregunté. 

No me oía. Hizo un gesto de llevarse el dedo índice a la oreja para indicarme que no me escuchaba. 

-¿Estás bien?-le pregunté. 

Me enfadé al ver que Margarita me ignoraba, y apagué el cortacesped. Se vlvió hacia mí como una loba furiosa. 

-¿Qué haces?

-Te estoy hablando. 

-Vale, perdona, tú mandas. Eres la hija del jefe. 

-No digas chorradas. 

Suspiro de puro hastío. 

-¿Qué pasa? 

¿Cómo estás?

Algo se aflojó en su interior. Su cara de desmoronó. Me miró con los ojos llenos de lágrimas. La barbilla le temblaba. 

-No se como estoy. 

-Normal. Es muy fuerte lo que te ha pasado. 

-Me parece increíble que mamá esté muerta. Me levanto y digo: voy a contar tal cosa a mamá, le va a hacer gracia, o al salir de clase quieo llamarla, me meto en la cabina y marco el número de casa. Luego me acuerdo, y el dolor es tan fuerte. 

-Te entiendo.  

-¿Por qué, Sara? ¿Por qué ha tenido que pasar esto? Me parece estar dentro de una pesadilla. 

Sin mediar palabra, la abracé con toda la fuerza de mi amor, con toda la potencia de mi consuelo. Me desgarré de ternura por ella. Margarita me devolvió el abrazó, que duró una eternidad.  

Nuria con sus amigas Mercedes y Carmen. Quien hace la foto es otro amigo: Ángel Cabello.

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Málaga 82. Capítulo 48

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 48

Margarita abrió la puerta de su casa. Entramos en la penumbra de su apartamento, oscuro y pobretón, donde reinaba un olor a puchero. En el salón, había fotos gigantes de la comunión de su hermano y ella. Llamó a Martín, el hermano pequeño, al que quería presentarme. Pero nadie contestó.

Un silencio oscuro y tenso se podía cortar con un cuchillo. Me di cuenta de que Margarita se inquietaba como si alguien hubiera metido su cabeza en una bolsa de plástico.

-Martín…

-Martín, cariñito, donde estas. Ven que quiero que conozcas a una amiga.

Pero el chico no aparecía por ningún lado, lo cual, empática que es una, también me agobió a mí. Tuve un presentimiento de que algo muy malo iba a pasar. Intuí que se avecinaba una desgracia. Y no, no me rondaba mi vieja amiga, la depresión.

La puerta del baño estaba cerrada. Silencio absoluto.

De repente, oí unos sollozos quedos, unos lloros muy tristes que me helaron el corazón.

Margarita había desaparecido por un pasillo oscuro. Un grito de negra desesperación rasgó el aire. Un lamento de honda pena empapó el apartamento.

-No, mamá.

Corrí al fondo del pasillo, de dónde procedía la llantina. Entré en la habitación de los padres de Margarita. La vi agarrada a su madre, que yacía inerme en sus brazos. Margarita lloraba como una magdalena, con un desconsuelo tan grande, que me hizo temblar por dentro.

La realidad tenía ese aspecto irreal que tienen las tragedias en la vida.

La abracé. Temblaba como una hoja. Toqué el brazo de su madre. Estaba frío como el hielo. Tenía los labios cianóticos. Un hilo de sangre le desbordaba la boca abierta.

Era una visión aterradora.  

Estaba muerta. ¿Y su hermano?

Desanduve mis pasos, dándome golpes contra las paredescomo si estuviera borracha. Fui al salón buscando por los muebles y las mesillas, un teléfono. ¿Dónde estaba el jodido teléfono? No lo veía. Había un aparador con la colección completa en VHS de las películas de «Sissy, emperatriz», interpretada por una joven y guapísima Romy Schneider, una enciclopedia sobre el saber universal, encuadernada en tapas duras color verde esmeralda.

El rumor de los sollozos me taladró la cabeza. Tragué una bola de angustia que me tensó la tripa.

Esto no estaba pasando. Era una pesadilla de la que pronto me despertaría. 

La autora del blog con sus amigas Gabi y Marga.

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«Málaga 82». Capítulo 45

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 45

Margarita y yo caminamos por el Paseo de Reding, bordeamos el cementerio inglés, el restaurante Adolfo, los edificios amarillos de los militares, la tienda de regalos La azalea, donde Mónica y yo le hemos comprado meses un collar de regalo a Virginia, la lideresa guapa y lista de la clase que viene de Barcelona, lo que le da mucho caché en la remota y estancada Málaga de los años 80.
Mónica solía llevar unos pantalones Bermuda anchos y demasiado grandes, que se nota de aquí a Lima, ya vé, que son de su madre. Virginia, que es muy abeja reina, le da al pico diciendo que, cuando Mónica se pone ropa de su madre, le queda como un tiro de mierda. Virginia era mi amiga pero, a la vez, me da mucho susto porque sí critica así a Mónica que es más amiga que yo, cómo me pondrá a mí.
Hace tres meses, a la nefanda hora de comer en el apestoso comedor de León XIII, María Ángeles me soltó que Virginia sólo me aceptaba como amiga y salía conmigo porque yo era amiga de Mónica. Aunque yo no la creí porque María Ángeles era un bicho de primera categoría, marca mayor.
Sin embargo, un mes más tarde, cuando Virginia y yo volvíamos del retiro de silencio en los montes de Antequera, con el cura Vicente, que nos daba religión en el León XIII y al que le gustaba frotarse los huevos contra el pico del pupitre mientras nos miraba fijo y nos hablaba quedamente, le dije Virginia que María Ángeles contaba ese cuento pero que yo no me tragaba la bola. Pero, de repente, Virginia se quedó más que callada que una zorra, azorada como una palomita. Enrojeció como una amapola.
Se hizo un silencio cuajado de significado. Y como si me peor enemiga me hubiera tirado un pedrazo en la frente, me di cuenta, con infinito horror, que lo que contaba María Ángeles, por muy puta que fuera, era una verdad como una catedral.
Vaya putada.
Un aimportante verdad de la vida se me reveló mientras andábamos Virginia y yo, en sepulcral silencio, por el Paseo de Sancha. Me sentí violenta y temblorosa como si alguien me hubiese arrebatado la inocencia de pronto, con una cruel bofetada en plena cara.
Zasca.
Qué mal, vieja.
Ese momento fue uno de los más tristes descubrimientos de mi adolescencia. 

Pero ahora ya da igual porque Mónica se ha ido a Madrid y Virginia a Barcelona, y yo me he quedado sin amigas.
Ahora estoy con Margarita y el tiempo y el espacio se han congelado, atrapados en una pegajosa y gigantesca bola de ámbar.

-¿Qué quieres ser de mayor?

-Escritora.

-¿Por qué?

-Porque para mí no hay nada más. Pero tengo que ganarme la vida. Mi madre dice que soy una irresponsable.

-Qué maja tu madre.

-Pero no estoy segura. Estoy hecha un lío. Qué mierda de edad prohibida. 
-Ya vé
-Como el libro que nos mandó Amelia.

-Yo no lo leí. 

-¿Y eso?
-No, sé. Yo creo que soy tonta. 
-Para nada. 
-Se me juntan las letras y es un lío, se me apelotonan como patas de mosca.
Se me estremeció el corazón. Me quedé horrorizada.

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