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«El hijo»: la depresión juvenil y el suicidio

Me pasa algo extraño con esta película. Creo que se adopta el punto de vista equivocado, el punto de vista de «El padre» era el del padre, y aquí en «El hijo» también es el del padre, Hugh Jackman, lo cual,desde elpunto de vista del guion, es un error. Zeller no profundiza en la depresión que está atravesando Nicholas (Zen McGrath), y se centra en el incordio que representa en la nueva vida de su papá y de su nueva familia. Pero se produce una equivocación con el punto de vista, que está demasiado distanciado.

Me siento identificada con Nicholas, el hijo de Hugh Jackman, un depresivo de libro. Por esa razón, veo «El hijo» hasta el final durante una lluviosa, gris y monónotona mañana de domingo. Cuando tenía 17 años, pasé por una depresión y no quería vivir. La vida me parecía una mierda, y no sólo eso, sino que sufría y no sabía lo que me estaba pasando, no se lo contaba a nadie. Pero mis padres me encontraban insoportable, alguien difícil e inaguantable. Me fui un año a estudiar a Francia. Con el paso de los años, me doy cuenta de que estaba deprimida y devastada emocionalmente. Pero entonces sólo me encontraba en un agujero sin salida.

En «El hijo» se nos cuenta una historia parecida, con la variante de la nueva familia del padre de Nicholas, el doloroso divorcio,el bebé con na mujer más joven, el abandono de Hugh Jackman.

La madre, interpretada por Laura Dern, le dice al padre:

-Me siento un fracaso total.

La culpa de Hugh Jackman emerge como un iceberg negro en su conciencia.

-No estuve allí para él.

En otro momento de «El hijo»:

-Antes había tanta alegría en nuestra familia.

Uno de los puntos fuertes de Zeller como guionista es que sabe crear muy buenos diálogos, pero se le escapa el punto de vista en esta película y la historia se diluye. Quiero saber de lo que le pasa a Nicholas. Quiero profundizar en su enfermedad mental como en «El padre» profundizábamos en el Alzheimer.

-He intentado estar ahí para ti. He intentado darte fuerza. ¿qué es lo que te pasa? ¿estás tomando drogas? ¡Crees que puedes hacer lo que te de la gana en la vida?

-No se lo que me pasa papá-llora, Nicholas.

En una entrevista con Vanity Fair, Florian Zeller, el director de «El hijo», aseguraba que «es tan difícil ser un buen padre o una buena madre y afrontar una situación en la ya no sabes qué hacer. Me doy cuenta de que hay mucha gente con problemas relacionados con la salud mental y la familia. Hay tanta vergüenza e ignorancia acerca de los problemas mentales. Esta película es una forma de compartir lo que he aprendido y abrir una conversación».

“Como público lo que realmente quiero es estar en una posición activa, no sólo sentarme y ver una historia que ya se ha escrito y dicho sino que quiero estar activo y ser parte de la narración. Es una manera de sacar el tema y no enterrar la cabeza porque se que lleva tiempo dar con las claves. Y muchas veces es un tiempo que no tenemos si queremos evitar la tragedia».

-¿Dónde puedes ver «El hijo»? En varias plataformas.

Lo mejor: La actuación de Zen McGrath. Defiende un papel muy difícil.

Lo peor: El punto de vista distanciado.

¿Con quién ver «El hijo»?: Con tus hijos adolescentes. La depresión es la principal enfermedad del siglo XXI.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 1

SINOPSIS

A Miriam Sinaloa, una estudiante de dieciséis años que visita el yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de La Sima de los huesos. La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención. El crimen más oculto de Atapuerca.

CAPÍTULO 1

Andrea y yo nos ponemos los monos rojos manchados de arcilla, los arneses, los cascos de mineros con luz frontal, cogemos las linternas, nos subimos las cremalleras, nos ajustamos las cámaras Gopro en el casco antes de sumergirnos en el laberinto oscuro y frío de la Sima de los Huesos que tiene forma de calcetín.

La única investigación que importa en la vida es la de averiguar quiénes somos. Esa frase parpadea en la pantalla de la mente de Andrea ante de abismarse en el tobogán negro de la Sima de los Huesos. Baja por la escala anclada a la bocana que se balancea inestable.

Andrea es la nieta de Max Rey, codirector del proyecto Atapuerca y máximo responsable de la excavación en La Gran Dolina. Todo el mundo decía en Atapuerca que Max la dejaba bajar a la Sima sin control porque era una enchufada. Pero Andrea, que fue testigo del asesinato de su madre a los cuatro años de edad, ha soportado demasiado sufrimiento en la vida como para que le afecte a su serotonina las pullas de algunos. Su infancia es su caja negra. Sin embargo si sobrevives a los fantasmas del pasado, te haces fuerte porque ya no te importa lo que te pase.    

Yo la miro con cara de preocupación. He aceptado bajar con Andrea a la Sima de los Huesos porque quiero vigilarla. La última vez que descendió sola a excavar estuvo tanto tiempo en el agujero que se quedó sin oxígeno. Max tuvo que llamar al 112, que la salvó in extremis después de que entrara en parada cardiorrespiratoria.  

La excavación se divide en cuadrículas. El trabajo se aborda excavando en los estratos que corresponden a un fragmento de tiempo de la Prehistoria.

 

Es el yacimiento funerario más antiguo del mundo. Allí se encontró un fósil de 430.000 años de antigüedad, el famoso cráneo número cinco, también conocido como Miguelón, Homo heidelberguensis o neandertal primitivo -todavía hay polémica- conservado gracias a las increíbles condiciones de temperatura y humedad de la excavación.  

La Sima de los Huesos alberga la colección de fósiles humanos más completa de la era del Pleistoceno Medio. Se han encontrado 50 esqueletos completos de homínidos. Se ha logrado descifrar ADN humano en fósiles de hace medio millón de años. Hay muy pocos yacimientos donde se conserve ADN tan antiguo como no sea bajo el hielo. La Sima es única. No hay otro sitio donde se pueda extraer ADN mitocondrial tan antiguo.

Del techo de caliza cuelga la única planta que hay, al lado del termómetro. La temperatura se mantiene en diez grados. Estamos a treinta metros de profundidad. La concentración de oxígeno es muy baja. Movernos nos cuesta mucho esfuerzo a Andrea y a mí. 

Sierra de la Demanda en verano.

Unos huesos sobresalen como estacas grotescas del suelo de barro.

-Son fósiles de oso-dice Andrea-Los humanos están abajo-añade y se vuelve hacia mí, con esa sonrisa aniñada que me llena el pecho de emoción.

Los sedimentos han bajado hacia la base de la sima, una profunda hendidura de catorce metros de profundidad. Un puré de barro del que emergen huesos humanos que se fosilizaron hace medio millón de años.

-Me da miedo mirarlos por si se deshacen-digo.

-Ja, ja, ja-se ríe Andrea. La alegría burbujea en mis venas por haberla hecho reír.

Cada doce meses quitamos sólo veinte centímetros de barro. Es un trabajo paciente y desesperante.

-¿Qué hay?-pregunto.

-De todo-contesta Andrea-. Costillas, vértebras, cráneos, huesos de manos y pies, huesos de brazos y piernas.

Media hora antes Andrea y yo hemos estado en la Sala de los Cíclopes. El silencio era absoluto y sobrecogedor. Oía cómo caía una gota de agua al suelo con un eco que reverberaba en el túnel a oscuras. Andrea enfocó con su linterna. Era un fascinante sepulcro de calma sellada al vacío. El techo se encontraba a veinte metros de nuestras cabezas. Me invadió un gigantesco alivio por estar en un espacio más grande antes de meterme en el agujero.

Ahora, ya dentro de las entrañas de La Sima, nos adentramos en un cementerio de primitivos neandertales. Jesús Sinaloa, codirector de Atapuerca, se equivocó. Los homínidos que están enterrados aquí no encajan en la especie africana Homo heidelberguensis como él dijo años atrás.

Andrea y yo nos arrastramos por la tortuosa base de la Sima que tiene una altura de un metro cuadrado. Apenas caben cinco personas dentro. 13 grados centígrados de temperatura. 95 por ciento de humedad. Oxígeno al límite. El suelo es limoso, un barro de arcilla que se pega a los monos. La pared de roca kárstica aplasta nuestras caras. Me fijo en las manchas de color marfil en las paredes. Atisbo unas grandes piedras encima. Si la Tierra temblara, se desprenderían y nos aplastarían. La sensación de claustrofobia se puede tocar con las manos dentro de la Capilla Sixtina de la evolución humana.

La Sima de los Huesos es uno de los tres yacimientos que componen Portalón de Cueva Mayor. Los otros dos son La Galería de los Cíclopes y la Galería de las Estatuas. A Andrea sólo le interesa bajar a la Sima de los Huesos donde el año pasado desenterró los restos del cráneo 16, al que llamó Ana, por la chica de la que estaba enamorada y que acababa de morir por hipoxia mientras trabajaba dentro del gran túnel funerario.

La muerte de Ana sumió a Andrea en una depresión de la que aún no se ha recuperado del todo.

Durante esta campaña de 2019 el objetivo es excavar en la zona de paso entre la rampa y la cámara distal. Pero Andrea tiene su propia hoja de ruta.

Sin embargo, la niña bonita de Jesús Sinaloa, el director de Portalón y La Sima de los Huesos, es la Galería de las Estatuas situada a 350 metros de Cueva Mayor. La mayor parte del equipo trabaja en los sondeos de las dos catas excavadas. Allí hacen arqueología molecular en un yacimiento ideal para ello ya que está sellado. El principal problema que plantea la secuenciación de ADN de los homínidos desenterrados es que es muy cara y, muchas veces, no aporta novedades a la investigación. Pero Jesús dice que es una nueva manera de investigar la evolución humana.

Andrea y yo llegamos a la base de la Sima de los Huesos. El yacimiento tiene 700 metros de túneles bajo tierra. Nos apoyamos sobre tablones manchado de arcilla roja. Los tablones se han puesto para proteger el sedimento que se excava. Los paleoantropólogos trabajan tumbados sobre la madera.

Andrea y yo nos arrastramos sobre el suelo hasta llegar a la cuadrícula en la que estamos excavando en busca de un nuevo esqueleto de neandertal primitivo.

Me adentro en el corazón del yacimiento de fósiles humanos más rico del mundo. Me embarga una emoción brutal. Descarga de excitación efervescente. Me siento muy viva.

-Los arrojaban muertos-susurra Andrea mientras graba la claustrofóbica cavidad con su Gopro-Por una entrada que no es ésta.

-¿Se ha descubierto?

-No.

A oscuras, a tientas, al llegar a una de las cámaras funerarias donde los Neandertales primitivos amontonaban los cadáveres, de repente yo toco algo pegajoso, enfoco con mi linterna y reculo. Mi corazón me da un vuelco. Suelto un escalofriante alarido. Me estremezco de pánico.

El cadáver de una adolescente desnuda, con la cabeza reventada de un martillazo, descansa sobre un lecho de sangre, sobre los tablones de madera.

Andrea se acerca a gatas al cuerpo que tiene unas marcas tatuadas en el pecho. La toca.

-¿Quién es?-pregunta.

-Vámonos de aquí.

Me ahogo. El oxígeno no me llega al cerebro. Boqueo. Mi cámara Gopro oscila, desquiciada y graba el horror que estoy viendo en la oscuridad sobrenatural. Andrea empieza a hiperventilar. Se mete la mano en uno de los bolsillos de su mono rojo y saca un inhalador para el asma. Se lo coloca en la boca y aspira muy fuerte.

-Es Miriam-dice, con voz ahogada.

El crimen más oculto de Atapuerca.

«Los crímenes de Atapuerca» de Nuria Verde.

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El crimen más oculto de Atapuerca.

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Málaga 82. Capítulo 64

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 64

Mi habitación es mi único mundo posible. Mi habitación es mi único reino. Mi habitación es el patio de mi recreo. Mi habitación es el mar fértil donde me escapo a soñar, a fantasear, a masturbarme, a dormir la siesta, donde acudo a la cita con los placeres del cuerpo y del alma. Pero también es donde me refugio cuando mi visita el viejo vampiro, Lestat, Nosferatu. Llámalo como quieras.

Estoy tumbada en la cama, con el ánimo deprimido, arrebatada por un vértigo existencial, aplastada por una tumba en el pecho que no permite que germinen sentimientos ni vida. El viejo vampiro ha vuelto a visitarme y, esta vez, quiere quedarse. Un insomnio feroz me acosa. No tengo apetito. No tengo impulso de vida. No tengo ganas de hacer nada. Sólo puedo estar en la cama. Mi madre dice que estoy insufrible pero no es verdad, sólo estoy deprimida.

De repente, el timbrazo del teléfono rasga el ambiente submarino de nuestro piso del Paseo Marítimo. No tengo energía para hablar con nadie. No puedo con mi alma y por dolerme, me duele hasta el aliento.

Mi madre coge el teléfono. Su vozarrón de abogada arrogante, acostumbrada a hablar ante un juez, resuena y rebota en las paredes.

-Sí, dígame.

-Sí. Ahora se pone.

Mi madre grita:

-Sara, Sara, Sara.

No me apetece hablar con nadie ni relacionarme con ningún ser humano pero no tengo ni un ápice de energía para discutir con mi madre. No poseo voluntad.

-Voy, ya voy-digo, con un hilillo de voz. Y pienso: no grites tanto, joder. Tengo una angustia que me muero. Una bola negra se expande en mi cerebro. Un monstruo hambriento y maligno coloniza mi ilusión y mi esperanza, dejando tras de sí un territorio baldío.

-Sara, Sara, Sara. Es para ti-mi madre abre la puerta sin llamar y arruga al morro al verme acostada en la cama.

-Que son las doce de la mañana, hija. No puedes seguir así. Levántate.

Su voz estentórea reverbera en las paredes queaprisionan mi cerebro. Cállate, coño. Me va a estallar la cabeza. Tengo un dolor que me trepana el cráneo. ¿Y si bebo un poco de Calvados? Eso me animará o al menos me sedará. En cuanto, cuelgue el teléfono, voy a la despensa, cojo la botella y me bebo un par de chupitos, eso calmará mi ansiedad.

¿Quién quiere hablar conmigo? Tengo la autoestima por los suelos. Me siento un desecho humano, un despojo que vale menos que cero.

-¿Quién es?

-Alma.

De repente, me animo. Mi profesora favorita me llama y ese hecho me excita.

-Ah, ya voy.

Me levanto de la cama, presa de una aturdida confusión. Me dirijo a la cocina, donde está el auricular verde descolgado, encima de una silla. Abajo en la pared hay una caja de cambios color café con leche,con una palanquita que corta la comunicación con el teléfono del salón del fondo. Temboury, el arquitecto que vendió el piso a mis padres utilizaba ese teléfono para hablar con sus amantes. Así evitaba que lo escuchara su mujer. Hasta que lo pilló.

-Hola-digo, fingiendo buen ánimo. Me alegro mucho al oír la voz de Alma.

-Hola, Sara. ¿Qué tal estás?

-Regular. Gracias. ¿Y tú?

-Genial.

-Me alegro.

-¿Te pasa algo en la voz? ¿Estás bien?

-Estaba leyendo-miento.

-No sé, te noto rara.

-Estoy bien-la voz me delata. Pero no poseo voluntad.

-¿A que no sabes por qué te llamo?

-Ni idea.

-¡Felicidades!

-Ah.

-Has ganado el premio de relatos de Coca Cola.

Mi cerebro está lento y va a pedales. Tengo castrástofe cognitiva. Tarda en procesar una eternidad lo que me acaba de decir Alma. De repente, un recuerdo: mi padre llevándonos en su BX blanco a Antón y a mí al Palacio de Congresos de Torremolinos. Papá está contento de que Alma haya escogido a su hija junto con su amigo Antón de su clase de tercero de BUP para presentarse al concurso final, tras haber seleccionado los relatos que han escrito. Habla por los codos. Antón y yo nos reímos hasta el paroxismo con sus anécdotas, excitados y muertos de miedo. Por fin, vemos el edificio que descuella entre bloques de apartamentos color amarillo pastel con balcones enrejados.

Después de que papá aparque su BX, Antón y yo, temblando como hojas, nos metemos en un inmenso salón de actos donde cientos de chicos y chicas hablan en tono muy alto, creando un ruido alucinante que nos aturde y nos pone nerviosos. Realmente, estamos viviendo esta experiencia. Qué subidón.

Los organizadores nos piden que escribamos un cuento sobre la juventud. Nos reparten hojas y bolígrafos con el membrete de Coca Cola impreso.

-Anda, qué guay. Ni me acordaba

-Estoy orgullosa de ti, Sara.

Me ruborizo. Un soplete expulsa llamaradas en el interior de mis mejillas. Me arden los ojos. Los nervios y la más absoluta euforia me comen por dentro.

-Gracias.

-Eres una escritora.

-No sé-balbuceo con falsa modestia.

Quiero preguntar si hay dinero de por medio. Pero no quiero quedar como una cerda avariciosa delante de Alma, mi amor de profesora de Literatura.

Un subidón de narcótica euforia.

-¿En qué te vas a gastar el dinero del premio?

Disimulo como una perra:

-¿Qué dinero?

-El millón de pesetas.

Una dulce sensación de caída, un desmayo brusco hacia las letárgicas aguas de la oscuridad. 

Nuria, con sus amigas Marga y Georgina.

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Málaga 82. Capítulo 63

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 63

Al salir del portal del Paseo Marítimo, un fogonazo brutal de luz me deslumbró. Ah, la luz de Málaga, qué poderosa era en la dorada mañana. La luz de Cádiz era blanca. Pero la luz de Málaga era amarilla y me hacía amar la vida.

Oí unos sollozos a mi izquierda. Torcí el cuello para mirar de dónde provenía la pena. Margarita, sentada en el escalón blanco de la entrada, lloraba como una niña, con el corazón encogido. Cuando me vio, se levantó, avanzó lenta hacia mí, me abrazó.

El corazón me dio un vuelco.

-Lo siento. He sido una gilipollas-dijo.

El corazón me latía como si se me fuera a salir del pecho. Las pulsaciones doblaron su velocidad. La garganta me dolía, y la voz me tembló al hablar:

-Ya ha pasado. Esto también pasará.

Lloramos la una en brazos de la otra.

Nos reconciliamos.

Una semana más tarde, con el dinero del concurso de relatos de la Coca Cola, Margarita y yo nos vamos a Florencia y a Roma. Al principio, cuando le propongo el plan, ella no quiere. Que si me da palo, que qué vergüenza que lo pagues tú todo, que me da mucho corte, Sara, ‘har favó’, que si es una pechá. Pero intuyo sus ganas de viajar y de tener unas vacaciones de verdad. Fébril, con increíble excitación, busco estrategias en mi mente para convencerla y tiro de una argumento que he visto en innumerables películas americanas.

-Sólo es un préstamo. Me lo devolveras. 

-¿Cuándo, Sara?

-Cuando seas rica y famosa. 

-Nunca lo seré. 

-No seas bocacabra. 

-En serio. 

-En un futuro, cuando tus cuadros cuesten un riñón. 

-Sigue soñando. 

-¿A quién hago daño soñando?

-No, si en eso tienes razón. Soñar es gratis. 

-Vamos, Margarita, hazlo por mí. De verdad. Me haces un favor. Es un viaje que siempre me ha hecho una ilusión tremenda-dije abriendo los brazos y mirando el cielo-¡Italia-.

Mi amiga se queda en silencio. Cuando termina de dar vueltas a la cabeza y de dudar, me dice amusgando los ojos y señalándome con el dedo índice, admonitorio: 

-Vale, pero sólo es un préstamo. 

-Sí. ¡Gracias!

Doy saltos de alegría. Bailo una danza india a su alrededor mientras a ella le da la risa floja.  Soy felicidad.

Nuria con sus amigas Marga y Gabi.

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Málaga 82. Capítulo 60

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. 

Capítulo 60

Margarita conduce hacia la cima de una colina con su Vespino. Yo voy de paquete detrás, temblando de emoción, hecha un flan de excitación y nervios. El paisaje es impresionante: el cielo, la montaña, el mar bañados por la luz dorada de Málaga que es pura belleza. La naturaleza posee una hermosura honda y azul. Se me pone los pelos como escarpias. 

Al fondo, avizoro la plaza, el Mediterráneo con su latido azul y profundo. A la derecha, unas montañas cárdenas se recortan como un circo que nos protege de miradas indiscretas. 

Un sensación de bienestar me recorre de la cabeza a los pies.  

Me siento tan viva. La exaltación me acompaña durante todo el camino a Maro.

Nuria, con amigas.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 9

Sinopsis

Queridas lectoras: comparto con vosotras el capítulo nueve de mi novela «Los crímenes de Atapuerca». El crimen más terrible de Atapuerca. Os recuerdo la historia:

A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 9

Amaneció una mañana preciosa. Un cielo despejado, de un azul delicado como si Dios lo hubiera pintado con sus propias manos. La sierra resplandecía verde brillante, empapada en rocío. Los bosques de encinas y robles se agitaban bajo una suave brisa.

Después de descubrir el cadáver de Miriam y responder a unas preguntas de la policía, Andrea y yo nos fuimos a la casa que Max tenía en la sierra de Atapuerca. Pero yo no pegué ojo en toda la noche. El insomnio y los fantasmas me mordieron la mente hasta que no pude más y me levanté, exhausta. A mi lado, Andrea dormía como un lirón, ajena a mi angustia.

Cuando cerraba los ojos, me venían a la memoria, en vertiginosas y envenenadas ráfagas de imágenes, la cara de Miriam pegajosa de sangre, con los ojos desorbitados, las moraduras en su cara, el pelo negro empapado de sangre coagulada y negra. Esos recuerdos se mezclaban con otros jirones de mi pasado que había intentado olvidar, pero había sido inútil. Yo abriendo la puerta de la habitación de papá. Papá tendido en el suelo, inconsciente, con una espuma blanca saliéndole por la boca, bajo un gran charco de sangre oscura que se oscurecía sobre las baldosas de mármol color salmón. La ansiedad latió en la base de mi garganta con su ritmo sin aire, con su tono siniestro. Papá se había tomado setenta Orfidales. Inconsciente, se había caído de la cama al suelo, donde se había golpeado la cabeza con la pata de mi mesa de estudio, la mesa en la que yo había preparado mis exámenes de Matemáticas, Historia y Literatura durante mi adolescencia, la mesa frente a la que yo había pasado horas y horas hincando los codos, tratando de escribir una novela frente a mi cuaderno y fracasando en el intento.

Por fin, harta de mi depresión silente, harta de estar en la cama dando vueltas, anhelando un descanso que no llegaría, decidí levantarme. Fui a la cocina vacía. Toda la casa dormía. Me preparé un café. Me lo bebí de pie ante la ventana con vistas al jardín que Max había plantado cuando se construyó la casa. A Max le encantaba trabajar la tierra, le encantaba ensuciarse las manos, cavar, arar, plantar, regar, escardar, rastrillar.

Max había nacido y crecido en un pequeño pueblo del Pirineo catalán, Tallül. Sus padres eran campesinos. Allí, de niño, Max se había metido en las cuevas de la montaña acompañado de su abuela y había desenterrado fósiles, los había estudiado y coleccionado. Su habitación era un cúmulo de huesos de osos, fragmentos de cráneos humanos que había excavado, cuchillos de sílex. Una tarde encontró hasta un bifaz tallado en piedra, perteneciente al periodo Achelense.

Durante el invierno, el jardín lo cuida Martín, un chico de Ibeas de Juarros que viene una vez por semana a regar, a quitar las malas hierbas, a rastrillar las hojas que se acumulan en el césped, a podar los árboles cuando toca.

En su jardín, Max creó su propio paraíso, su Arcadia particular. Plantó todas las especies arbóreas que se le antojaron. Hay árboles frutales: limoneros, naranjos, nísperos, manzanos, mandarinos, perales. Hay olmos, magnolios, cipreses, cedros del Líbano, nogales, avellanos, robles, cedros del Atlas, bojes, eucaliptos, enebros sirios, laureles, aligustres, mahonias, castaños de Indias, cedros del Himalaya y cipreses de Portugal.

Max, arrebatado por su entusiasmo maníaco, impulsado por su energía desbordante, incansable, llegó a plantar también un tejo y un gingko biloba, cuyas hojas se ponen amarillas en invierno. Es un jardín maravilloso.

Abro la puerta de la cocina y salgo al porche con suelo de losas de piedra. Estoy descalza. El suelo está frío. ¿Qué le voy a decir a la policía? Porque la policía va a venir a interrogarnos a Andrea y a mí enseguida. Es cuestión de minutos, de horas a lo sumo. Puede que la inspectora Baeza ya esté de camino hacia nuestra casa. Hará muchas preguntas. Querrá saber la verdad. Querrá saber lo que vi. ¿Y qué vi exactamente? Los recuerdos se tornan confusos en mi cabeza aturdida. Solo hay una cosa que voy a ocultar a la policía. Andrea me lo ha pedido como favor y yo le he dicho que sí.

Ayer llegamos a las tres de la mañana a casa. Estábamos agotadas. Bebimos agua como dos desesperadas, nos duchamos, nos pusimos el pijama y nos servimos una copa de vino de una botella de Alión mediada que había sobre la encimera de la cocina. Yo quería irme a la cama enseguida, estaba exhausta, pero Andrea insistió en que descargáramos los clips de las tarjetas de nuestras GoPro y viéramos su contenido en nuestro Mac portátil.

Nos sentamos frente a la mesa de la cocina y contemplamos los planos que habíamos grabado hacia unas horas cuando encontramos el cadáver de Miriam Sinaloa dentro de la Sima de los Huesos.

—¿No te registró la policía?

Andrea negó con la cabeza.

Qué inútiles, por favor. La policía real es menos eficaz que la que sale en las series de televisión. Menuda chapuza. La cantidad de asesinos que andarán sueltos por ahí, la cantidad de equivocaciones, de errores letales que se habrán producido a lo largo de los años en las investigaciones policiales, la cantidad de inocentes que estarán encerrados en las cárceles injustamente. Me estremecí.

La luz de nuestras linternas se proyectaba en la cámara funeraria de la Sima. El cadáver de Miriam sobre un gran charco de sangre en los tablones de madera, los gritos y el horror como brochazos rojos en el cerebro, el escalofrío y una sombra que se perdía en el corredor del fondo. ¿Quién era? No le reconocí la cara. Solo era un bulto. Pero supe que era el asesino. El corazón me latió muy deprisa. Me sobresalté. Paré con el puntero del ratón el vídeo. Rebobiné las imágenes. Me fijé en una débil luz titilante que había al fondo de un ramal de la sima. Me recorrió un escalofrío frío por la espina dorsal

—¿Esta salida no estaba ciega? —pregunté a Andrea.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 8

Sinopsis

Queridas amigas: comparto con vosotras el capítulo 8 de mi novela «Los crímenes de Atapuerca». Os recuerdo la historia. El crimen más escalofriante de Atapuerca.

A Míriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Hay secretos que no puedes enterrar para siempre.

Capítulo 8

Carla, angustiada, corre hacia Cueva Mayor, se acerca a la puerta enrejada de Portalón, que está precintada por un cordón policial. El juez de guardia levanta el cadáver acompañado de la secretaria judicial, que toma notas en un bloc.

Es noche cerrada. La una de la mañana. Carla siente que le vacían las entrañas cuando ve a dos agentes que salen de Cueva Mayor portando el cadáver de Miriam metido en una bolsa funeraria negra, reposando sobre una tabla espinal.

—Hija mía, hija mía, aquí estoy, hija mía —aúlla Carla.

Ese aullido animal. Luisa solo lo ha oído dos veces. Cuando le dijo a aquel hombre que su niña había aparecido asesinada en aquel pozo cerca de Castro Urdiales después de que una vidente le hubiera convencido de que su hija de cuatro años estaba sana y salva, y a sí misma cuando volvió a la cueva de Rota y Toni, su hermano, había desaparecido con el monstruo.

Carla vuelve a aullar. No es agradable escuchar ese aullido de mamífera más allá de la desesperación. Ha perdido a su cría. La pesadilla empieza. No va a acabar nunca. Nada de lo que le diga Luisa va a poder consolar a esa madre. Lo sabe porque Luisa ha estado en ese lugar que está más cerca de la muerte que de la vida.

Un solo segundo te puede cambiar la vida para siempre.

Luisa coge a Carla del brazo y la retiene mientras le dice que no se acerque. Una mano invisible presiona el corazón a Luisa, que ahora se acuerda de Toni, su hermano. Siente que dentro de ella se desencadena una tormenta helada, llena de viento y nieve y desesperación.

Toni está a su lado. Tiene seis años como cuando desapareció.

—¿Por qué no volviste a buscarme, Luisa? Te esperé, te esperé. Pero no viniste —dice el niño.

La angustia cierra la garganta a Luisa.

—Me ha matado a mi hija. Hijo de puta, me ha matado a mi hija —grita Carla.

Desde una distancia de dos metros, Jesús Sinaloa mira cómo Quique, su hermano y padre de Miriam, abraza a su mujer.

Jesús arranca a andar por la cuesta embarrada fuera de Cueva Mayor y se seca las lágrimas que arrasan su cara con las mangas de su jersey.

Los dos agentes trasladan el cadáver al coche funerario. Otro agente abre la puerta trasera. Los policías meten dentro el cadáver de Miriam.

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Un viaje increíble a Atapuerca.

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¿Donde comería Matthew Weiner, el creador en «Mad Men», en Madrid?

«Escribo por la noche porque es el único momento que tengo libre. Excepto los domingos, en los que escribo día y noche. Si sigo mi instinto siempre escribiría por la noche porque soy de los que lo dejan todo para el final. Si hay una fecha límite de entrega, escribo bien bajo presión»-dice Matthew Weiner, el creador de «Mad Men».

Si Matthew Weiner estuviera en Madrid, comería en un argentino, «El caminito de Retiro» y se pondría hasta arriba de carne a la parrilla y vino Torrontes.

¿Por qué? Porque «El caminito de Retiro» es un restaurante de escritores y te hace sentir como si estuvieras en Buenos Aires.

«Quería ser escritor. Pero mi familia tenía idealizados a los escritores, y sería como haber dicho que quería ser el presidente de Estados Unidos o el quaterback del mejor equipo de fútbol. Mis padres tenían todos los libros que una familia judía suele tener. «My Name Is Asher Lev», «QB VII», «O Jerusalem! pero también leía a Joseph Heller y mi padre se llevaba «En busca del tiempo perdido» a todas partes. Siempre creí que iba a ser un novelista como esa gente que había escrito esos libros desperdigados por mi casa», afirma Weiner.

En «El Caminito de Retiro» tienes la carne a la parrilla típica de los asados argentinos. También, hacen un crepe dulce de leche que quita el sentido y es casero. La empanadas también merecen la pena. Mi hijo Gonzalo y yo nos decantamos por la empanada de cordero.

Pero sigamos escuchando al maestro Weiner. «Leo muy lentamente. Me gusta escuchar y escucho bien. Si hubieran existido los audiolibros entonces, me habría ido mejor. Cuando tenía que escribir un trabajo sobre «Measure for Measure», me puse los discos, y escuché cómo lo hacía John Gielgud. Mi padre nos leía a Mark Twain por la noche. Me encantó «The Stolen White Elephant» y «The Celebrated Jumping Frog of Calaveras County». También me leía la revista «Mad». Pero mis padres siempre me estaban gritando: ¡Tienes que leer más. Abre un libro! No me convertí en un lector hasta que acabé la Universidad. Mi libro favorit es el relato corto. «Winesburg, Ohio» fue el primer libro en el que reconocí a los personajes que lo protagonizaban. Reconocí al profesor que era gay y no podía controlar sus manos. Y después, John Cheever. Me reconocí a mí mismo en la voz del narrador».

¿Dónde está «El caminito de Retiro? En la calle Fernán González, 77. Madrid

¿De qué va «Mad Men»?  Aclamada serie dramática que narra los comienzos de una de las más prestigiosas agencias de publicidad de los años sesenta, y centrada en uno de los más misteriosos ejecutivos de la firma, Donald Draper, un hombre con un gran talento. «Mad Men» es la mirada a los hombres que dieron forma a las esperanzas y sueños diarios de los americanos de la época. En 1960 la publicidad era considerada una de las profesiones con más glamour. Era un momento de gran ebullición en todos los sentidos; la manipulación profesional y el acoso sexual son parte del trabajo y de los negocios. Sterling Cooper Advertising diseñaba mejor que nadie las campañas de publicidad. Su lema era: «No importa lo que seas. Lo importante es cómo lo vendas…».

¿Dónde puedes ver «Mad Men»? En Amazon Prime Video.

Lo mejor: Ha hecho historia en la ficción televisiva.

Lo peor: Nada.

¿Con quién verla? A solas.

Nuria, con su hijo.

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«Los crímenes de Atapuerca». Capítulo 5

Sinopsis

Queridas lectoras: comparto con vosotras el quinto capítulo de mi novela thriller «Los crímenes de Atapuerca» (Editorial Caligrama) Os dejo la sinopsis para las que os acabéis de incorporar a este viaje. Un crimen escalofriante.

A Miriam Sinaloa, una estudiante de 16 años que visita en yacimiento de Atapuerca, la asesinan dentro de la Sima de los Huesos.

La inspectora Luisa Baeza dirige la investigación del asesinato de la adolescente mientras se enfrenta a una profunda crisis personal y se obsesiona con un caso en el que busca una redención.

Capítulo 5

1 junio de 2019. Quince días antes del asesinato. Burgos

El zumbido de los tubos fluorescentes en el techo, el trasiego de la gente del equipo de la Dolina, que iba recién duchada a desayunar a la cafetería del Gil de Siloé. Los más viejos, con pantalones cortos vintage color caqui Coronel Tapioca de amplios bolsillos, camisetas beige con el dibujo impreso del Homo antecessor. Los más jóvenes, con el pelo de punta engominado, litros de colonia, olor a champú de hierbas. Mañana recién estrenada.

Ruido de bandejas metálicas. Café con leche y paquetes de galletas María. Una camarera, con cara de resignación y, a la vez, de desear estar en otro sitio, que lleva un gorro blanco parecido a los de la ducha, solo que de tela blanca ajustado a sus rizos grasientos y negros, me mira.

—¿Qué te pongo? —pregunta.

Flashes desagradables me bombardean la cabeza. Germán penetrándome en su cama. Yo arqueando la espalda y echando atrás la cabeza.

Germán, que busca neandertales en la cueva del Mirador.

¿Por qué lo había hecho? Cuando bebía no tenía límites, podía hacer cualquier cosa, perdía el control. Quiero retroceder en el tiempo y borrar mi infidelidad. La vergüenza me cubre como un sudario.

Esa mañana me juro que no vuelvo a beber. La resaca me hace sentirme fuera de la realidad, de todo lo bueno que tiene la vida, del amor por mi chica, atrapada por una espantosa migraña. El corazón me late como un pájaro angustiado.

Hace solo diez días que estoy en Atapuerca, pero me parece que llevo diez años. El yacimiento se divide en cuatro complejos. El primero que se investigó fue el complejo 1, que está compuesto por la Sima de los Huesos, la Sala de los Cíclopes, la Galería de las Estatuas, la Galería de Sílex y el Portalón.

La Trinchera del Ferrocarril es el complejo 2. Allí se encuentran los yacimientos de la Sima del Elefante, la Gran Dolina, Galería y Covacha de los Zarpazos y el Penal.

En los años 70 se descubrió el complejo 3, que está enclavado lejos de la Trinchera. Lo compone el yacimiento del Abrigo del Mirador. A continuación, en la década de los 80, fuera de las cuevas, al aire libre, se hallaron los yacimientos del Hundidero, Hotel California, Fuente Mudarra y Valle de las Orquídeas.

Aún estaba reciente la polémica acerca de la especie que se había encontrado en la Sima de Los Huesos. Michael Donovan, profesor del Museo de Ciencias Naturales de Londres, aseguraba que esos homínidos eran neandertales primitivos. Pero Jesús Sinaloa, director del yacimiento de la Sima de los Huesos, la había clasificado como Homo heidelberguensis.

En Atapuerca se excava en nueve yacimientos, un cinco por ciento de los doscientos descubiertos en la sierra. Se hace un trabajo de paleontología que se heredará de generación en generación. El 99 % de los fósiles y restos de la industria lítica siguen enterrados.

—Resacón en Burgos —bromea Ricardo mientras se acerca con un gesto cómplice y me susurra—: Un poco de coca te vendría bien.

—Ya llegamos tarde, vamos, Lara —dice Andrea, arrastrándome hacia el despacho de Max. Tengo que reprimirme porque todas las células de mi cuerpo ansían un gramito de cocaína. El deseo arde dentro de mí y me emborracha con su promesa infinita de euforia. La boca se me seca. Un latigazo de frustración me azota.

—Buenos días, Andrea. Anoche no te vi en la fiesta —dice Ricardo mirando a Andrea con gesto frío.

Andrea ni se molesta en contestarle. Tira otra vez de mi manga y me susurra:

—Vamos. ¿Tú no estabas muerto, Ricardo? —pregunta Andrea con ese orgullo que es marca de la casa.

A pesar de que estoy a punto de vomitar, no puedo evitar reírme.

—Cómo eres, qué tía —contesta Ricardo con tono de cabreo disfrazado de sorna—. Qué educación —añade.

Me doy cuenta de que un nubarrón negro cruza la cara de Andrea. De repente, intuyo que se avecina una pelea. Andrea no soporta que se le mencionen su infancia de huérfana ni su crianza sin padres biológicos.

Una oleada de irritación hacia Ricardo se levanta dentro de mí. «Qué invasivo, el muy idiota. ¿Por qué no nos deja en paz?, ¿no se da cuenta de que no queremos hablar con él? ¡Qué gilipollas!».

Cojo la mano de Andrea y se la aprieto en un gesto de complicidad.

Ahora soy yo la que tira del brazo de Andrea, que se ha puesto rígida. Me acerco a su cuello, ese cuello que yo tanto amo y que he acariciado durante tantas noches que ahora añoro, noches de cartografiar su cuerpo de huesos frágiles de pájaro. De pronto me viene su manera íntima y especial de llegar al orgasmo, retorciendo la cara y luego relajándola. Su grito de gozo íntimo.

—Pasa de él. Es un gilipollas.

—Te vi anoche. Pero tú no me viste, Lara. —Malicia en los ojos de Ricardo, que parpadean rápido como si fuera un Bambi inocente.

Siento una increíble tensión en mi tripa. Quiero tapar la boca de un puñetazo a ese pesado, quiero lanzarme a su carótida y darme un baño de sangre a su costa.

De repente, el miedo a que Ricardo diga algo de lo que pasó anoche con Germán me devora. «¿Por qué lo hiciste?, ¿estás loca? Tienes en Andrea lo que siempre has soñado. ¿Cómo puedes ser tan perversa y serle infiel a tu novia, que te quiere?». No puedo beber. Me lo decía mi amigo Antón. «Lara, no puedes beber». Llega un momento en el que descontrolo, hago cosas espantosas de las que luego me arrepiento. La culpa me come. Me muero si Andrea se entera. Me enferma la idea de perderla. Me odio a mí misma. Ardo de vergüenza.

Ricardo abre la boca con un deleite desnudo que brilla en sus ojos de serpiente, que aparentan una simpatía de quincalla.

—Te vi bailar con Germán.

Cuchillada en la tripa, pánico frío que se enrosca en mi espina dorsal. Hiervo de ira blanca, estallido caliente. El impulso de pegarle una bofetada al idiota integral de Ricardo me pica, poderoso.

Pero una náusea fría asciende del estómago a mi garganta. Voy a vomitar. Me doblo y echo un líquido amarillo sobre las Nike blancas y nuevas de Ricardo.

—¡Joder!

—Lo siento.

—Llegamos tarde, Ricardo. Ciao —dice dándole la espalda.

Andrea y yo dejamos con la palabra en la boca a Ricardo, quien es tan vulnerable al rechazo. Nos mira con expresión frustrada y cabreada.

Andrea se parte de risa mientras tira de mí hacia el baño. Me lavo y enjuago la boca llena de un eco ácido, repugnante. Me derrito de vergüenza. Tengo que dejar de beber.

Corremos por los pasillos del Gil de Siloé, la residencia donde se aloja todo el equipo que trabaja en Atapuerca durante la campaña de excavación. La Junta de Castilla y León paga el alojamiento. Al lado de este edificio están los laboratorios donde el equipo, por la tarde, analiza los restos fósiles que han encontrado por la mañana.

Normalmente se excava durante los meses de junio y julio. Pero este año es un año muy especial por muchas razones y unos pocos paleontólogos han empezado a trabajar a finales de mayo.

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«Málaga 82». Capítulo 47

Sinopsis

Málaga 82Sara Rojas es una adolescente que no tiene amigos. La novela relata la historia de Sara y Margarita, alumnas de BUP en la “insignificante” ciudad de Málaga hace cuatro décadas. Margarita es extrovertida, popular y ha estado con innumerables chicos, pero encuentra su vida exasperantemente aburrida. Sara, por el contrario, es tímida y no ha conseguido tener ninguna relación desde que se mudó con su familia a Málaga hace un año. Una novela juvenil lgtbi.

Capítulo 47

Dos días después, cuando yo ya creía que había salido de la vida de Margarita definitivamente, me quedé muy sorprendida al pedirme ella que la acompañara a su casa. Me di cuenta de que -como Neil Armstrong, un pequeñito paso para el hombre, un gran paso para la humanidad- yo había dado un gigantesco paso en mi lírico y obsesivo enamoramiento de la chica de mi vida. Había roto su muro de su desconfianza.
Sentí un alivio increíble al darme cuenta de que por una liza absurda, triste triste empresa si no es de amor, mi enamorada había empezado a verme con otros ojos.
Gracias Dios mío, te debo una.
Digo. Te debo un monton. Y te pagare las deudas con creces, amando con profundidad y verdad a tu hija Margarita.
Si me otorgas esta gloriosa merced nunca volvere a pedirte nada más, nunca volveré a quejarme porque no soy guapa. Te lo juro.
Aunque estaba hecha mixtos y tenía las piernas como arena molida, exhausta, resacosa, con la boca de esparto y una sed alucinada, le dije que sí porque estaba locamente enamorada de ella. Sin embargo no me imaginaba cómo esa noche iba a cambiar mi vida para siempre, ni qué giro de guion me tenía preparado el destino.

Margarita y yo nos metimos por la calle Carreterías y acabamos en el barrio de Capuchinos, un sitio feo y dejado de la mano de Dios, con edificios apelotonados sin ton ni son y basura en la acera.
No me siento orgullosa de ello pero, secretamente, me alegré de que yo tuviera más nivel social y más dinero que ella porque así podía ofrecerle algo en la vida además de mi carácter y el relumbre de mis sentimientos, con los que tenía miedo de agotarla porque yo  ya con quince años, era una intensita de cuidado, aunque, curiosamente, Margarita parecía inmune a la fascinación por el dinero. Esa era una de las cosas que más me gustaba de ella.
Tenía valores y esos valores me deslumbraban y me suspendían en una felicidad extática.
-¿En que piensas?
Me devané los sesos pero sólo hallé un telúrico vacío existencial, sólo atisbé un absoluto agotamiento mental y físico en mí. No debería haber bebido tanto porque luego me quedaba hecha polvo, con un puñal de culpa y desesperación en el alma. Tenía que dejar de trasegarme hasta el agua de los jarrones. Pero, en aquella época, sólo quería pasármelo bien y ser feliz, dejar atrás mi vida de empollona triste y solitaria. Además, en mi entorno, empinar el codo era natural y normal. Todo el mundo lo hacía. Sábado de borrachera, domingo de lamentación. No tenia ni idea de cómo iba a perder la dignidad y la libertad por el consumo de alcohol. Por supuesto  yo era pendular y me iba de un extremo a otro haciéndome daño en el proceso. No había oído hablar del auras mediocritas de Aristóteles y aunque hubiera oído hablar de esa idea me habría atraído más la brillantez que el sosiego del equilibrio
En aquella época, no tenía ni idea de que era PAS, una persona altamente sensible, ni sabía  que el exceso de estímulos me saturada, necesitaba escaparme a mi soledad y a mi Mediterráneo para repararme interiormente y escribir, leer, y ver cine eran mis vías de escape que recuperar mi centro. Con tres heridas viene: la del amor, la de la vida y la de la muerte.
-Qué rara eres-dijo mi madre con sibilino tono de desprecio. Me sentí muy herida y me encerré más en mí misma.
Mamá, ¿qué haces aquí? Estoy con Margarita, viviendo un amor que me hace sentir viva y que tú no entenderás así que pasen veinte años.
Subimos por la calle Dos aceras, bordeamos la librería Proteo y Prometeo donde mi padre me había abierto una cuenta para que los sábados sacará los libros que me diera la gana leer. ¿Qué padre hacía eso? Sólo mi padre.
Ambas acabamos recalando en un queda y recoleta placita que estaba justo en frente de la calle Beatas desde la cual yo había visto la única procesión que me interesaba de la Semana Santa de Málaga: Servitas.
-¿Te apetece conocer a mi hermano?

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